“No puedes hacer una revolución para tener la democracia. Debes tener la
democracia para hacer una revolución.” (G. K.
Chesterton)
Todo lo que estoy observando
desde el mirador de mí piso me indica que vamos a disfrutar de un buen día, la
temperatura es de 12,9 grados y el cielo esta despejado pues veo las estrellas
y una más brillante que supongo será Venus, aunque mañana me asegurare, el sol
nos saldrá a las 07:57 horas y se nos marchara a las 17:40, todo listo para
empezar la jornada.
Cada día me encuentro con más
gente que se encuentra muy preocupada con la presente coyuntura de la política
española, incluso he podido hablar con algunos que confiesan tener desasosiego.
No se encuentran tranquilos, preocupados a que la situación provisional de
ingobernabilidad se haga habitual, miedo a que la ambición desmesurada e irresponsable
de algunos políticos propicie pactos peligrosos, miedo a que resurjan las
dos Españas otra vez, aunque no estoy seguro de que hayan desaparecido nunca. Hay
personas que ven en este río revuelto de la política española la ganancia de
pescadores independentistas y que los extremismos se impongan y nos lleven a
una dinámica revolucionaria.
Son preocupaciones que estimo
ciertas y que he visto entre mucha gente, pero son temores que en contra de lo
que en un momento pudiera parecernos no muestran cobardía.
Ese temor, es también una forma
de duda que denota tener una conciencia precisa, capaz de plantearse preguntas
que las personas menos sensibles renuncian formularse, capaz de anticipar el
problema que otros sólo detectan cuando ya se ha producido irreparablemente. Sentir
miedo ante el destino de nuestra sociedad denota tener generosidad y grandeza
de alma, porque es un miedo que nos llega del amor que sentimos hacia todo lo
que nos rodea. Amor a nuestras familias cuyo futuro nos llena de preocupación.
Amor a nuestras tradiciones que son constantemente traicionadas.
Esta clase de miedo no es
propio de cobardes, sino de personas valientes que conocen el valor de las
cosas. Pero, si miramos a nuestro alrededor nos daremos cuenta de que existe
otro miedo muy distinto, un miedo que nos turba los sentidos y que hace que las
cosas no parezcan lo que son. Son los temores que interesan a los cínicos, que propagándolos
logran que sus intereses sórdidos nos pasen inadvertidos. Nos hablan, por ejemplo, del miedo de los
mercados, o nos dicen que el dinero es muy miedoso, para esconder la miseria
moral de muchos desaprensivos que nos anticipan calamidades sin cuento.
Tenemos que prestar atención a
esos agoreros, que claman ante las calamidades hipotéticas que nos traería una económica
socialista y callan ente las calamidades consumadas que nos ha traído el
capitalismo; o que, en el colmo del delirio, nos anticipan los desastres que se
avecinan ante un gobierno de izquierdas, cuando en realidad tales desastres ya
nos los han traído muy sigilosa y tranquilamente un gobierno de derechas. Pero también
debemos prestar atención a esos agoreros que claman parecidas calamidades en
sentido contrario.
En fin, hay que tener el valor
de tener miedo ante el porvenir que se nos presenta; pero también el valor de
no dejarnos confundir por el miedo innoble que los desaprensivos tratan de
infundirnos, para su beneficio.
Feliz y Dulce Día.
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