“¿Puedes devolver la vida? Entonces no te apresures a dispensar la
muerte, pues ni el más sabio conoce el fin de todos los caminos.” (J.R.R. Tolkien).
Parece ser que hoy no vamos a
tener un buen día, lo intuyo por las nubes que adivino, de momento no veré
salir el sol a las 07:42 y es fácil que tampoco vea el ocaso a las 17:48 horas,
al menos la temperatura se mantiene buena, ahora en mi balcón 17,7 grados.
Cada vez me sucede con más
asiduidad, cuando termino de mirar la sección de internacional en los
periódicos digitales, me digo que tengo mucha suerte de haber nacido en Europa.
Veo que en todo el mundo intentan
imitarnos, es el modelo que todo el mundo trata de copiar, pero encuentro que
tienen una dificultad, tienen un problema que consiste en que nuestra Europa no
es producto de una casualidad, no ha surgido espontáneamente sino que es el
resultado de una cultura, de una larga tradición, de una civilización que no
surgió de la noche a la mañana.
La civilización occidental no
ha surgido de la nada, ni, de manera repentina, sino de un muy largo proceso de
crecimiento y maduración que viene de muy atrás si tenemos en cuenta a nuestros
ancestros: fenicios, griegos, romanos, etc., con aportaciones árabes, como la
numeración arábiga, o el antiquísimo y gran invento de la rueda, que los
nativos de las Américas desconocían.
Si repasamos nuestro concepto
de Europa nos daremos cuenta que tenemos una visión abstracta de una Europa
conjunta, alabada sin meditar, y que esconde un desconocimiento de sus partes,
de su múltiple realidad, de su riqueza interna. Se ensalza la totalidad de
Europa prescindiendo de su nacimiento, de sus raíces, de los factores que, a lo
largo de más de dos milenios, la han hecho posible.
Nos hemos detenido a pensar; ¿Qué
significa en Europa su raíz helénica, la romana, el injerto cristiano,
sobrevenido en cierto momento histórico? ¿Puede entenderse algo si no se tiene
en cuenta lo que significó la división del Imperio Romano, la escisión de la
gran unidad en dos direcciones, occidental y oriental, de tan largas consecuencias?
¿Hay alguna claridad sobre el ingrediente germánico de Europa y sus modos de
presencia e incorporación? ¿No se olvida lo que significan otros componentes,
de inmenso volumen, como el eslavo?
Tenemos que contestar a esas
preguntas, hay que saber sus respuestas sin olvidarnos del papel de la
romanización, y, lo que no es exactamente lo mismo, de la latinización, que ha
sido decisivo en la constitución de Europa, pero me temo que son pocos los
europeos que se dan cuenta de ello. Y, si esto se olvida, no es posible entender
la Edad Media, ese larguísimo periodo en que se engendra plenamente Europa, con
las aportaciones eslavas, escandinavas, bálticas, magyares, con las dos
decisivas, y diferentes, irrupciones islámicas, la árabe y la turca, que hace
de la época medieval un diálogo polémico entre la Cristiandad y el Islam.
Europa se ha volcado, para bien
o para mal, sobre el resto del mundo. Si se hacen las cuentas, y no las
trampas, que es lo que ahora está de moda, se ve que principalmente para bien:
grandes porciones del mundo han tenido una vida que pueda llamarse humana y
relativamente vividera por influjo de Europa, ni antes ni después.
La gran creación de Europa, su
máximo honor, es lo que llamamos Occidente. Su nacimiento y consolidación ha
sido desigual, y es menester tenerlo presente. En América se hablan, con
abrumadora mayoría, tres lenguas: el español, el inglés y el portugués. Esto es
un hecho, de tal magnitud que resulta estructural.
Pero las cosas no terminan
aquí. El mundo actual, que no es occidental en su conjunto, está ampliamente
"occidentalizado": los principios de Occidente tienen vigencia
parcial en el mundo entero; lo grave es que esa vigencia es parcial, con gran
frecuencia sin raíces y sin justificación.
Estamos empeñados en la
construcción de una Europa unida. Creo que no es posible hacerlo de manera
fecunda si se desconoce todo lo que me he limitado a nombrar. Pero hay algo
todavía más urgente: recordar que se es europeo de diversas maneras, que hay
formas de Europa, que cada uno tiene que vivir el conjunto desde la perspectiva
propia, porque es la única que permite una visión real, no ficticia, con
riqueza, relieve, verdadero contenido. Y, por añadidura, la que no tolera la
falsificación.
Pienso que valdría la pena
intentarlo, aunque fuese con fuerzas muy limitadas. Si cada europeo ávido de
lucidez e incapaz de engañarse hiciera un modesto esfuerzo.
Feliz y Dulce Día.
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