“Podemos creer lo que queramos. Somos responsables de aquello en que elegimos
creer.” (J.H. Newman)
Supongo que ya habréis visto
el cuadro, y supongo que estaréis de acuerdo conmigo que ese tipo de gestos tan
originales que introdujo Duchamp no pueden repetirse verdaderamente, como
bromas que pueden hacerse sólo una vez.
Sí no, pasamos a un culto a la
originalidad que muy rápidamente conduce a la repetición. El hábito de falsificar se vuelve tan
profundamente arraigado que ningún juicio es cierto, excepto el juicio de que
lo que tenemos enfrente es algo “verdadero” y no falso, que a su vez es un
juicio falso. Al final, podemos llegar a
la conclusión que lo único que sabemos es que nada es arte porque nada es.
Vale la pena nos preguntemos
porqué el culto de la originalidad falsa resulta tan poderosamente atractivo
para nuestras instituciones culturales, de modo tal que todos los museos y
galerías de arte, e incluso las salas de concierto financiadas con fondos
públicos, lo han tomado en serio.
Los primeros modernistas tenían
en común la creencia de que el gusto popular se volvió corrupto y de que la
sentimentalidad, la banalidad y lo kitsch invadió las diversas esferas del arte
y eclipsó sus mensajes. Todo lo que se encontraba en el mundo de personas
ingenuas y poco pensantes era kitsch.
No obstante, lo interesante es
que el hábito de fingir ha surgido del miedo a los farsantes. El arte modernista fue una reacción contra la
emoción falsa y los clichés reconfortantes de la cultura popular. La intención fue erradicar el pseudo-arte que
nos amortigua con mentiras sentimentales y poner en su lugar a la realidad, la
realidad de la vida moderna, con la cual sólo el arte real puede ponerse de
acuerdo. De ahí que hace mucho tiempo se ha asumido que no puede haber ninguna
creación auténtica en la esfera del arte elevado que no sea de algún modo un
'desafío' a las complacencias de nuestra cultura pública. El arte debe ofender,
salirse del futuro completamente armado contra el gusto burgués para los que se
conforman y los cómodos, que son simplemente sinónimos de kitsch y cliché.
Sin embargo, el resultado de
ello es que la ofensa se convierte en un cliché, en fin, es lo que hay, todo
nos lleva a pensar que si no ofendemos a alguien nuestra obra no es considerada
como arte.
Felices Dulces Días.
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