miércoles, 1 de agosto de 2018

Miércoles 1 de agosto de 2018.

“¿Puedes devolver la vida? Entonces no te apresures a dispensar la muerte, pues ni el más sabio conoce el fin de todos los caminos.” (J.R.R. Tolkien) 


Ya se que los últimos “Buenos Días” son, tal vez, demasiado largos pero es que hasta bien entrado septiembre, cuando se pueda ir a entrenar otra vez a las pistas, tengo más tiempo para dedicarme a escribir.
Demasiados asuntos deje ayer en el aire, así que voy a empezar tranquilamente antes que la tan anunciada “ola de calor” se empiece a notar.
Con que solo os detengáis a mirar un poco a vuestro alrededor os daréis cuenta que hoy se exalta al propio yo y se pone énfasis en la libertad que tienen las personas de hacer lo que quieran con sus vidas. Sin embargo, incluso si se promociona el propio yo en forma absoluta, las personas continuaran tropezándose con otras que tienen opiniones diferentes e intereses opuestos y que terminarán poniendo en riesgo sus metas.  Y estos intereses contrarios no se resuelven fácilmente desde una perspectiva relativista.
Lo que sucede en la mayoría de los casos es que en vez de apelar al sentido común y a una norma moral de la cual todos somos responsables, tendemos a abordar estas situaciones a través de la asertividad, la manipulación y los juegos de poder.  En vez de ver a los que nos rodean como alguien al que estamos unidos en la lucha por un objetivo en común, lo vemos como un obstáculo para nuestros propios deseos y nuestra forma de vida.  De este modo, las personas llegaremos inevitablemente a la negación del otro.  Todos los demás serán considerados como enemigos de los que deberemos defendernos.
Así, la sociedad se convierte en un conjunto de individuos que se ubican unos junto a otros sin crear vínculos recíprocos: cada cual desea imponerse independientemente a los demás y de hecho pretende que sus propios intereses prevalezcan sobre los demás. 
Y llegados  este punto y de cara a estos intereses en competencia, no puede protegerse la libertad de todos.  Debe asumirse alguna suerte de compromiso.  Y es así, como desaparece toda referencia a valores comunes y a una verdad absoluta para todos; la vida social se adentra en las arenas movedizas de un relativismo absoluto.
¿Que sucede entonces? Que todo es pactable, todo es negociable: incluso el primero de los derechos fundamentales, el de la vida.
Una vez que los derechos humanos se someten a negociaciones, los miembros más débiles de la sociedad se encontrarán a merced de los más poderosos. Por ejemplo, algunos gobiernos democráticos modernos niegan los derechos humanos básicos de los niños por nacer y de los ancianos, será un grupo en particular de gobernantes políticos o incluso la mayoría de las personas quienes decidirán quiénes gozarán de los derechos humanos y quiénes no.

Feliz y Dulce Día.

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