“¿Puedes devolver la vida? Entonces no te apresures a dispensar la
muerte, pues ni el más sabio conoce el fin de todos los caminos.” (J.R.R. Tolkien)
Ya se que los últimos “Buenos
Días” son, tal vez, demasiado largos pero es que hasta bien entrado septiembre,
cuando se pueda ir a entrenar otra vez a las pistas, tengo más tiempo para
dedicarme a escribir.
Demasiados asuntos deje ayer
en el aire, así que voy a empezar tranquilamente antes que la tan anunciada “ola
de calor” se empiece a notar.
Con que solo os detengáis a mirar
un poco a vuestro alrededor os daréis cuenta que hoy se exalta al propio yo y
se pone énfasis en la libertad que tienen las personas de hacer lo que quieran
con sus vidas. Sin embargo, incluso si se promociona el propio yo en forma
absoluta, las personas continuaran tropezándose con otras que tienen opiniones
diferentes e intereses opuestos y que terminarán poniendo en riesgo sus metas. Y estos intereses contrarios no se resuelven
fácilmente desde una perspectiva relativista.
Lo que sucede en la mayoría de
los casos es que en vez de apelar al sentido común y a una norma moral de la
cual todos somos responsables, tendemos a abordar estas situaciones a través de
la asertividad, la manipulación y los juegos de poder. En vez de ver a los que nos rodean como
alguien al que estamos unidos en la lucha por un objetivo en común, lo vemos
como un obstáculo para nuestros propios deseos y nuestra forma de vida. De este modo, las personas llegaremos inevitablemente
a la negación del otro. Todos los demás
serán considerados como enemigos de los que deberemos defendernos.
Así, la sociedad se convierte
en un conjunto de individuos que se ubican unos junto a otros sin crear
vínculos recíprocos: cada cual desea imponerse independientemente a los demás y
de hecho pretende que sus propios intereses prevalezcan sobre los demás.
Y llegados este punto y de cara a estos intereses en
competencia, no puede protegerse la libertad de todos. Debe asumirse alguna suerte de
compromiso. Y es así, como desaparece
toda referencia a valores comunes y a una verdad absoluta para todos; la vida
social se adentra en las arenas movedizas de un relativismo absoluto.
¿Que sucede entonces? Que todo
es pactable, todo es negociable: incluso el primero de los derechos
fundamentales, el de la vida.
Una vez que los derechos
humanos se someten a negociaciones, los miembros más débiles de la sociedad se
encontrarán a merced de los más poderosos. Por ejemplo, algunos gobiernos
democráticos modernos niegan los derechos humanos básicos de los niños por
nacer y de los ancianos, será un grupo en particular de gobernantes políticos o
incluso la mayoría de las personas quienes decidirán quiénes gozarán de los
derechos humanos y quiénes no.
Feliz y Dulce Día.
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