“¿Puedes devolver la vida? Entonces no te apresures a dispensar la
muerte, pues ni el más sabio conoce el fin de todos los caminos.” (J.R.R. Tolkien)
A raíz de repaso que le dí el
otro día a la Capilla Sixtina y un poco a la obra de Miguel Ángel me he dado cuenta que tengo grandes lagunas
en lo que se refiere al arte actual, o no entiendo nada o los entendidos en el
arte moderno me están tomando el pelo.
Según lo veo yo, en esto del
arte me encuentro con dos clases de falsedades, los que mienten o los que
fingen. Cualquiera de nosotros puede
mentir, basta con decir algo con la intención de engañar, mientras que fingir, en cambio, es un logro.
Para falsificar cosas es
preciso engañar a los demás, es más se
puede engañar hasta uno mismo. El mentiroso puede fingir que está horrorizado
cuando se desenmascaran sus mentiras, pero su fingimiento es parte de la
mentira. El farsante se horroriza de
verdad cuando queda expuesto porque creó en su entorno una comunidad de
confianza, de la cual él mismo es miembro.
Casi todos hemos mentido para
evitar las consecuencias de nuestras acciones y no decir mentirillas es lo primero
que debemos enseñar a nuestros hijos para su educación moral. No obstante, el fingimiento es un fenómeno
cultural, que se destaca más en algunos períodos que en otros. El farsante es
una persona que se ha vuelto a construir a sí misma, con vistas a ocupar otra
posición social que la que le corresponde por naturaleza.
Yo pienso que hay una clase de
fingimiento en el arte moderno, pues se ha convertido en un camino hacia lo trascendental,
en una puerta de entrada a un nivel de conocimiento más elevado. Lo que se está haciendo es ver en la originalidad de las obras la prueba que distingue el arte
verdadero del arte falso.
Es difícil para mí expresar en
términos generales en qué consiste la originalidad, pero tenemos ejemplos
suficientes: Tiziano, Beethoven, Goethe, Baudelaire. Sin embargo, estos ejemplos nos enseñan que
la originalidad es ardua: no puede tomarse del aire, incluso si existen
aquellos prodigios naturales, como Rimbaud y Mozart, que parecen haberlo hecho
como si nada. La originalidad requiere
de aprendizaje, de trabajo duro, del dominio de una sensibilidad mediana y -más
que nada- refinada y de la apertura a la experiencia que habitualmente cuesta
sufrimiento y soledad.
Entonces, llegar a ser
considerado un artista original no es fácil. No obstante, en una sociedad en la
que el arte es venerado como el logro cultural más elevado, las recompensas son
enormes.
Buscad el urinario famoso de
Duchamp y ya mañana continuare.
Feliz y Dulce Día.
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