jueves, 2 de agosto de 2018

Jueves 2 de agosto de 2018.

“¿Puedes devolver la vida? Entonces no te apresures a dispensar la muerte, pues ni el más sabio conoce el fin de todos los caminos.” (J.R.R. Tolkien) 


Si no fuera de Pego estaría preocupado por la subida de las temperaturas que no cesan de anunciar, pero después de tantos veranos pasados aquí supongo que sucederá como tantas ocasiones, se pasará más o menos bien.
Me quede ayer con algunos aspectos de los derechos humanos por aclarar, deje entrever que la definición de derechos humanos no se basa en el bien de las personas o en el bien de la sociedad, sino en los intereses de quienes se encuentran en el poder ya sea que se trate de líderes políticos que se encuentren gobernando o de aquellos que tienen capacidad para formar la opinión pública y para ejercer influencia en el proceso político. 
Si lo pensamos bien nos daremos cuenta que este es un mal resultado, y que nos encontramos con un relativismo que sin duda nos rodea: el “derecho” deja de ser tal porque no está ya fundamentado sólidamente en la inviolable dignidad de la persona, sino que queda sometido a la voluntad del más fuerte.  De este modo la democracia, a pesar de sus reglas, va por un camino de totalitarismo fundamental.
 Hoy en día todos tienden a pensar que pueden hacer lo que quieran con sus vidas y ser personas moralmente buenas en la medida que no hieran ni limiten las elecciones de los demás.  Sin embargo, nos tenemos que dar cuenta en qué medida eso es una gran ilusión arraigada en el individualismo de nuestro tiempo: un individualismo que se olvida cuán entrelazadas están realmente nuestras vidas.
Si pensamos que las personas nos encontramos unidas en solidaridad, todas las formas de moralidad nos exigen de un modo u otro hacer sacrificios por los demás.  En la medida que seamos personas que no se preocupan por nada en absoluto, estaríamos necesariamente vulnerando la “libertad” de los demás.  Sin embargo, actuamos como si no lo hiciéramos, escondiendo de nosotros mismos y de los demás la realidad de que estamos necesariamente unidos de tal manera que nos limitamos la vida unos a otros.
De hecho, sin embargo, no existe moralidad que no requiera que otros sufran por nuestros compromisos,  pero no hay nada de malo en pedir a los demás que compartan con nosotros y que se sacrifiquen por lo que creen que es valioso.  Más preocupante sería saber si aquello con lo que nos comprometemos es valioso o no. 
Este es el tema crucial.  No hay nada malo en pedir a la gente que haga sacrificios por una causa valiosa. 

Feliz y Dulce Día.

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