domingo, 12 de agosto de 2018

Domingo 12 de agosto de 2018.

“¿Puedes devolver la vida? Entonces no te apresures a dispensar la muerte, pues ni el más sabio conoce el fin de todos los caminos.” (J.R.R. Tolkien) 


Por fin, un domingo de la mañana tranquilo, todo a punto para cuando suenen las nueve poner en marcha el televisor y ver la maratón del Campeonato de Europa, en mujeres y en hombres.
Voy a continuar con el tema de ayer, después de lo que dije, es natural que yo no quiera que nadie le ponga una trampa a mi hijo en su camino.  Los niños cuando son adolescentes están rodeados de una vorágine de nuevos sentimientos,  nadie puede trazar un mapa para cada niño adolescente.  Los adolescentes son, entonces, especialmente vulnerables.  Tenemos que hacer que su paso sea lo más saludable y fácil posible.
Correcto, entonces.  Entiendo que hay hombres que han adquirido una naturaleza masculina diferente que espero que mi hijo no tenga.  No me rió de ellos.  No deseo que sean enfermos. Les demuestro mi tolerancia por un estado que al menos dista bastante de ser un bien natural. Mi tolerancia exige un buen grado de reciprocidad seria. 
En primer lugar, los derechos de mi hijo deben ser respetados.  No quiero trampas en su camino. No debería tener que sufrir, ya sea por sugerencia, invitación, ejemplo público o bien por incentivación o sofistería moral, ningún tipo de complicación en su camino para convertirse en un hombre saludable, capaz de amar a una mujer de una manera saludable.  El señor Fulano y el señor Mengano viven en el mismo apartamento: son compañeros de habitación.  El profesor de historia, el señor Zutano, tiene 40 años y es soltero.  Bien, algunas personas son solteros confirmados.  Y claro que pueden serlo.  Deberían lograr una suposición de normalidad que no tenga que ver con la libertad.
De la misma manera se desprende de ello que si la expresión pública de que algo está mal es una ofensa contra la tolerancia, también lo es la declaración pública de una propensión a involucrarse con el mal.  Todas las personas vivas son atormentadas por tentaciones.  Se las podemos contar a nuestros confesores o, en muchas menos oportunidades, a nuestros mejores amigos bajo la condición de que guarden el secreto, o a nuestros cónyuges, cuando no les provoque un dolor innecesario.  Aparte de eso, colaboramos con la tolerancia de nuestros vecinos si mantenemos nuestras serpientes guardadas.
Si un hombre casado te dice "Siento atracción por tu hija, pero te aseguro que nunca cederé ante esa tentación", de un solo golpe ha hecho que sea imposible que tú puedas verlo alguna vez junto a tu hija en la misma habitación sin que se te cruce esa sombra por la cabeza. Con su falsa e hipócrita muestra de honestidad, él ha depositado una pesada carga sobre tus espaldas.  Si rompes tu amistad con él, este tipo franco y egoísta podrá aliviarse diciendo "fue él quien me dio la espalda".
Hay cosas que sería mejor no saber.  Pero hay más.  El hombre que expone su tentación puede estar buscando la aprobación.  "¡Mírame! Tengo la tentación de hacer cosas con otro hombre que ni Dios ni la naturaleza jamás se imaginaron, pero no las voy a hacer.  ¿No vas a felicitarme?"  No, ni siquiera un poquito.  Si un hombre dice "algunas veces me pregunto cómo sería incendiar un bus repleto de niños.  Nunca lo haría, pero tan solo imagina esa cantidad de sangre", directamente pensaríamos en denunciarlo a la policía.  Y luego hay un pequeño paso entre aprobar a este valiente tipo que pone de manifiesto su tentación y que abiertamente evita el pecado y sugerir que tal vez el pecado no sea tan malo si después de todo hasta un tipo tan abiertamente virtuoso se siente asediado por esa tentación.
Por cierto, también es una ofensa contra la tolerancia hacer que tu vecino tenga conciencia de su tolerancia: cansarlo con eso, fastidiarlo poco a poco para que desista, porque es mucho más fácil aprobar que tolerar.  Así es que los más intolerantes entre nosotros suelen sermonear sobre la tolerancia – para hostigar a sus oponentes hasta que se sometan y salirse con la suya.
En fin, tal vez demasiado largo, pero ya os dejo que empieza la maratón.

Feliz y Dulce Día.

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