“¿Puedes devolver la vida? Entonces no te apresures a dispensar la
muerte, pues ni el más sabio conoce el fin de todos los caminos.” (J.R.R. Tolkien)
Veo en el termómetro de mi
balcón que aunque la temperatura es alta no es la de estos dos días anteriores,
a esta hora tres grados más baja, 27 grados. Vamos a ver si el bochorno se
modera un poco y puedo realizar una vida normal.
Decía ayer que quería hacer
algunas consideraciones sobre la palabra “tolerancia”, y es que, típicamente,
ha llegado a significar aceptación y hasta incluso celebración.
Por tanto, toda persona que no
se muestre absolutamente eufórica por el matrimonio homosexual o la
transexualidad, no es suficientemente "tolerante". De hecho, el
término implica el deseo de ver con buenos ojos un punto de vista o acto con el
cual no estamos de acuerdo. En consecuencia, en el contexto de nuestro sabio
sistema político, cada ciudadano tiene la obligación de tolerar una gama de
opiniones que encuentra desconcertantes, erróneas, repugnantes o incluso bizarras.
Hay muchas razones buenas para
admitir esta tolerancia, siendo las más importantes respetar la integridad de
la persona y evitar conflictos civiles innecesarios, pero de ninguna manera
implica que uno tenga la obligación de aceptar o celebrar esos puntos de vista.
Por tanto, ciertamente uno debería tolerar el derecho que tiene una persona de
cambiarse de sexo sin sentir al mismo tiempo la obligación de alegrarse por la
elección que hizo.
Creo que se me entiende, aunque
durante los últimos 50 años, este debate ético se ha vuelto extraordinariamente
turbio. Lo que a menudo no se reconoce es que la tolerancia implica
reciprocidad de parte de la persona cuyo comportamiento se tolera.
No es factible que todas las
cosas malas sean proscritas por una ley. No tiene que ver con que la gente no
está de acuerdo con lo que es malo, sino más bien con el hecho de que un
sistema de gobierno bien administrado debería necesitar pocas leyes, fácilmente
promulgadas y bien entendidas, que promuevan ampliamente el bien común y en las
que el legislador pueda atender las cosas que sin dudas se encuentran bajo su
jurisdicción.
La costumbre y los
intercambios ordinarios entre seres humanos se deben atender aparte. Dado que somos díscolos -ya que sufrimos los
males del orgullo, la envidia, la avaricia, la lujuria y los demás pecados
capitales- siempre será necesario que tengamos la modesta virtud de la
tolerancia para poder pasar un día sin tener que andar a los puñetazos con unos
y otros.
Cuando toleramos tenemos
paciencia con algo o alguien; aguantamos la existencia de un mal. Lo hacemos
debido a que, dadas las circunstancias, protestar daría lugar a un mal mayor. Hay
un momento para la corrección pública, hay un momento para resistir con
tranquilidad y, si surge la oportunidad, para una corrección privada.
Feliz y Dulce Día.
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