miércoles, 8 de agosto de 2018

Miércoles 8 de agosto de 2018.

“¿Puedes devolver la vida? Entonces no te apresures a dispensar la muerte, pues ni el más sabio conoce el fin de todos los caminos.” (J.R.R. Tolkien) 


Veo en el termómetro de mi balcón que aunque la temperatura es alta no es la de estos dos días anteriores, a esta hora tres grados más baja, 27 grados. Vamos a ver si el bochorno se modera un poco y puedo realizar una vida normal.
Decía ayer que quería hacer algunas consideraciones sobre la palabra “tolerancia”, y es que, típicamente, ha llegado a significar aceptación y hasta incluso celebración.
Por tanto, toda persona que no se muestre absolutamente eufórica por el matrimonio homosexual o la transexualidad, no es suficientemente "tolerante". De hecho, el término implica el deseo de ver con buenos ojos un punto de vista o acto con el cual no estamos de acuerdo. En consecuencia, en el contexto de nuestro sabio sistema político, cada ciudadano tiene la obligación de tolerar una gama de opiniones que encuentra desconcertantes, erróneas, repugnantes o incluso bizarras.
Hay muchas razones buenas para admitir esta tolerancia, siendo las más importantes respetar la integridad de la persona y evitar conflictos civiles innecesarios, pero de ninguna manera implica que uno tenga la obligación de aceptar o celebrar esos puntos de vista. Por tanto, ciertamente uno debería tolerar el derecho que tiene una persona de cambiarse de sexo sin sentir al mismo tiempo la obligación de alegrarse por la elección que hizo.
Creo que se me entiende, aunque durante los últimos 50 años, este debate ético se ha vuelto extraordinariamente turbio. Lo que a menudo no se reconoce es que la tolerancia implica reciprocidad de parte de la persona cuyo comportamiento se tolera.
No es factible que todas las cosas malas sean proscritas por una ley. No tiene que ver con que la gente no está de acuerdo con lo que es malo, sino más bien con el hecho de que un sistema de gobierno bien administrado debería necesitar pocas leyes, fácilmente promulgadas y bien entendidas, que promuevan ampliamente el bien común y en las que el legislador pueda atender las cosas que sin dudas se encuentran bajo su jurisdicción. 
La costumbre y los intercambios ordinarios entre seres humanos se deben atender aparte.  Dado que somos díscolos -ya que sufrimos los males del orgullo, la envidia, la avaricia, la lujuria y los demás pecados capitales- siempre será necesario que tengamos la modesta virtud de la tolerancia para poder pasar un día sin tener que andar a los puñetazos con unos y otros.
Cuando toleramos tenemos paciencia con algo o alguien; aguantamos la existencia de un mal. Lo hacemos debido a que, dadas las circunstancias, protestar daría lugar a un mal mayor. Hay un momento para la corrección pública, hay un momento para resistir con tranquilidad y, si surge la oportunidad, para una corrección privada.

Feliz y Dulce Día.

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