“-El amanecer no está lejos- dijo
Gamelin-. Pero la luz del día no habrá de ayudarnos, me temo.
-Sin embargo, el amanecer es siempre una esperanza para el hombre- dijo
Aragon.”
“El señor de los anillos”.
J.R. Tolkien.
Hoy, el termómetro me acaba de
mostrar dos dígitos nuevos el 17, pues 17,7 grados es la temperatura en mí balcón,
por fin empieza a hacer una buena temperatura, al menos para ir a correr.
Viendo lo que nos esta pasando
con los políticos que nos han tocado en suerte, me preguntaba esta mañana que ha
pasado para que la noble actividad de la política haya dejado de ser una
vocación de servicio, para convertirse en una carrera de acaparación del dinero
y del poder.
Pero ¿cómo ha ocurrido esto?
Porque la gente continua eligiendo a sabiendas a políticos que saben que no
dicen la vedad y que no tienen escrúpulos. Para que esto ocurra como ha ocurrido,
como está ocurriendo es preciso oscurecer antes la noción de bien común. Solo
entonces es posible que el puesto de los políticos lo ocupen quienes Aristóteles
denominaba demagogos.
Si somos aristotélicos sabremos
que el objeto de un gobierno sano es la consecución del bien común; y el objeto
de un gobierno degenerado es la consecución de intereses particulares. ¿Como es
que no vemos estas cosas? El truco de
magia que nos hacen es que satisfacen simultánea o consecutivamente muchos intereses
particulares, de tal modo que su suma proyecta un espejismo de satisfacción del
bien común.
¿Cómo lo hacen? Pues, muy fácil,
se hace una lista de los intereses particulares que les conviene satisfacer,
para asegurarse el voto de los diversos “colectivos” a los que debe mantener
contentos, para garantizarse su voto; a los “colectivos” los clasifica según
parámetros diversos, procedencia geográfica, edad, sexo (y “opción” sexual),
confesión religiosa, profesión, etcétera. Pero tales parámetros, por amplios
que sean, generan a su vez posibilidades combinatorias casi infinitas; esto es,
una atomización en progresión geométrica de los intereses particulares.
Lo vemos con solo mirar,
tenemos un enjambre de intereses particulares en liza que nunca dejan a nadie
satisfecho, y al no saber reconocer la noción de bien común convertimos a
nuestra sociedad en un conflicto permanente pues los intereses particulares nunca
se sacian del todo.
Divide y vencerás, reza el
adagio; siembra la discordia entre los que deberían permanecer concordes y
podrás permitirte el lujo de gobernar en provecho propio.
Y ahora nos encontramos que ante
la imposibilidad de seguir satisfaciendo a la mayoría de intereses particulares,
los demagogos se tropiezan con una
sociedad en un estado creciente de irritación, que busca, furiosa y desnortada,
culpables.
Y entonces aparece una generación
nueva de demagogos que consuela a la gente haciéndoles creer que en la
persecución de los demagogos antiguos se halla el remedio a sus males.
Feliz y Dulce Día.
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