“El ojo corporal, que es el órgano para ver los objetos materiales, se
nos da por naturaleza. El ojo de la mente, cuyo objeto es la verdad, es obra de
la disciplina y el hábito”. J. H. Newman.
Hoy el sol empezará su trabajo
a las 08:21 horas, o sea dentro de nada, y descansara a partir de las 19:08
horas, y, viendo que la temperatura en mí balcón es de 16,5 grados no me queda
más que esperar un día agradable.
El fin de semana asistí a
infinidad de conversaciones y cambios de impresión con mis amigos en un intenso
fin de semana, como todos habíamos experimentado en nuestras vidas los mismos
cambios en nuestra sociedad, me identifiqué con la mayoría de las cosas de las
que charlamos. Y también en la valoración de los asuntos públicos de la
política, estuvimos bastante críticos en algunos aspectos. No sin razón.
Y en su mayor parte, estuve de
acuerdo con todo. Yo siento lo mismo. El actual estado de los asuntos públicos,
es deprimente, polarizado amargamente y no puede sino dejarte sintiéndote frustrado
y acusando a los que juzgas responsables de la ceguera, falta de honradez e
injusticia que parecen inexcusables.
Pero, aun cuando compartí muchos de los razonamientos, no compartí el
lugar donde llegamos algunas veces.
Se llego en alguna ocasión al
pesimismo y la ira, aparentemente incapaces de encontrar nada más que
indignación en la que situarse. Se termino también muy negativos en relación a nuestra
actitud para con aquellos a los que se les atribuye el problema.
Yo no puedo desdeñar muchos de
los razonamientos ni sus sentimientos. Son comprensibles. Pero no me gusta
donde aterrizamos. La amargura y la ira, al margen de cómo se justifiquen, no
son un lugar donde situarse. Lo que debe haber de noble en nosotros nos invita
a movernos más allá de la ira y la indignación.
Más allá de la ira, más allá
de la indignación y más allá de la crítica justificada de todo lo que es
deshonrado e injusto, se halla una invitación a ser capaces de identificarnos con
el problema de una forma más profunda. Esta invitación no nos pide dejar de juzgar
o de hacer conjeturas ante lo que es reprochable, sino que nos pide ser proféticos
de una manera más profunda.
Pero esto no es fácil de
hacer. Ante la injusticia, la falta de honradez y la ceguera intencionada,
todos nuestros instintos naturales luchan contra la empatía. Hasta cierto
punto, esto es sano y muestra que aún somos moralmente robustos. Deberíamos
sentir ira e indignación ante lo que es censurable. Igualmente es comprensible
que también pudiéramos sentir pensamientos algo odiosos y críticos hacia
aquellos que consideramos responsables.
Eso es un comienzo (un punto
inicial bastante sano), pero no es donde deberíamos quedarnos. Somos llamados a
movernos hacia algo más profundo, a saber, una empatía a la que previamente no
accedimos. La ira profunda invita a la empatía profunda.
Feliz y Dulce Día.
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