“-El amanecer no está lejos- dijo
Gamelin-. Pero la luz del día no habrá de ayudarnos, me temo.
-Sin embargo, el amanecer es siempre una esperanza para el hombre- dijo
Aragon.”
“El señor de los anillos”.
J.R. Tolkien.
Con una temperatura un poco más
fresca cada día nos vamos adentrando en el otoño, ahora en mi balcón 17,6
grados, aunque lo molesto hoy es el viento que nos da la sensación de frío.
Ayer por la mañana me toco
escuchar, no es algo que suela hacer muchas veces por lo que no suelo estar muy
acostumbrado y me di cuenta que escuchar es un arte que se debe aprender con la
experiencia, solo se aprende escuchando.
Al principio, cuando vi que se
iba a sincerar me mostré amable y acogedor, creo que sonreí y la anime a seguir.
A los pocos minutos me dí cuenta que yo no sabia que decir, que no tenía nada
que decir y seguí escuchando. Y ella. De una cosa saltaba a otra y volvía otra
vez sobre los mismos temas. Y, ¿qué podía hacer yo? Escuchar. Una escucha que
procuré que fuese atenta, comprensiva, compasiva. Al final, ¿qué consejos le puedo
dar? ¿Cómo voy a analizar una por una cada una de sus preocupaciones? No me es
posible. No estoy capacitado. Simplemente la escuche.
Pero ha funcionado: la escucha
me pareció que le servio, le abrió de alguna forma una ventana a unas
soluciones que ella ya conocía pero que no veía. Fue fantástico, solo escuche,
y sus preocupaciones se fueron solucionando solas, mejor dicho las fue
solucionando sobre la marcha.
Lo he estado pensando y me he
dado cuenta en hay una diferencia entre oír y escuchar: oír es sólo usar ese
maravilloso sentido que nos sitúa en el mundo que nos rodea, mientras que escuchar
tiene un especial sentido de prestar atención, de atender.
Tal vez ayer no oí sino que
escuche y esto implica un compromiso con el que nos habla, y en vez de consolar
o de orientar lo mejor que hice fue escuchar con simpatía.
Feliz y
Dulce Día.
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