“¿Puedes devolver la vida? Entonces no te apresures a dispensar la
muerte, pues ni el más sabio conoce el fin de todos los caminos.” (J.R.R. Tolkien).
Cuando en mí balcón hay una
temperatura de 12,9 grados y en un día en el que amanecerá a las 07:26 horas y tendremos
el crepúsculo a las 18:02 horas es hora de ver como se nos presenta el día.
Como todos los días me
encontrare con cosas que en mi juventud eran diferentes y que no entiendo, no
se si a mis amigos les sucederá lo mismo o es porque los años me afectan de una
forma diferente y me hacen añorar el tiempo pasado.
Por ejemplo, no entiendo una
moda que cada vez se impone más, como la de los tatuajes, cada vez hay más
gente que se los hace e incluso en los lugares más inverosímiles y en una
cantidad que me producen repelús. Ya se que los tatuajes se hacen desde la antigüedad
y que en muchas culturas son habituales pero lo que no entiendo son los motivos
de muchos dibujos y su cantidad.
Cada vez veo más gente que se
graba en su cuerpo nombres, fechas y símbolos inspirados en el artista,
deportista o romance del momento. Ahora bien, el tatuaje, por permanente que
sea, pues ahora existen métodos para eliminarlos, son una parte de lo que se
llama la “cultura de lo efímero”. Y es que, lo que un día se graba a fuego en
la piel, al día siguiente se borra del corazón.
He consultado algunos artículos
y he visto que entre un 80 y 90% de las personas con tatuajes, después de unos
años, quieren eliminarlos pues han perdido el sentido con el que lo grabaron. Por
eso, más que tatuajes externos, pienso que habría que hacerse “tatuajes
internos”. Es decir, grabarse en el alma y el corazón los valores profundos,
principios vitales y esos verdaderos amores que nos orientan, estimulan y dan
sentido a nuestro día a día.
Y es que un corazón sin
tatuajes me preocuparía. Sería un corazón sin pasión ni ilusión, sin fuerza ni
garbo para afrontar el desafío de vivir.
Feliz y Dulce Día.
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