“¿Puedes devolver la vida? Entonces no te apresures a dispensar la
muerte, pues ni el más sabio conoce el fin de todos los caminos.” (J.R.R. Tolkien).
Nos amanecerá dentro de muy pocos
minutos, para ser exactos a las 07:27 horas y el crepúsculo será a las 18:01
horas, y además, ahora en mi balcón hay una temperatura de 12,4 grados y parece
ser que vamos a tener un buen día.
A media mañana iré al
cementerio a limpiar y poner flores en las lapidas de mis abuelos y de mis
padres, pues tenemos encima dos fechas importantes, el 1 y el 2 de noviembre.
El día uno celebramos la solemnidad de Todos los Santos y el día dos el
recuerdo de los fieles difuntos.
Puede parecernos complicado
hablar de la muerte, pero hablar de la muerte es en definitiva hablar de la
vida, lo es al menos para los católicos. Para los cristianos el momento de la
muerte es considerado el día en que el cristiano nace a la vida verdadera. Ya
se que ahora se esta perdiendo de vista lo que significa verdaderamente la
muerte, que se ve como una maldición y que no se quiere mirar más allá.
Se que nos apoyamos en nuestra
inteligencia para buscar todos los medios posibles para corregir este mal que
inevitablemente está presente, pero lo que en realidad estamos haciendo es huir
del sufrimiento que representa aceptar esta dura realidad, porque en el fondo
sabemos que tenemos un final y esto nos consume más que la misma muerte. Por
eso muchas personas buscan la llamada «muerte digna, sin dolor», que no es otra
cosa que el suicidio llamado “eutanasia”.
Sin embargo, la muerte
cristiana tiene otro sentido, tiene un sentido positivo, que es el que ilumina
la conmemoración de estos días, ya se que tal vez sea un día triste para
muchos, sobre todo para los que no esperan nada más allá de la muerte. Para
ellos la muerte deja un vacío y un sinsentido difíciles de consolar.
Feliz y Dulce Día.