Dia 71, del viaje a la maratón de Valencia.
¡Buenos días!
He entrado esta semana en una parte del entrenamiento para la maratón que
un año más, y creo que ya van tres, que es imposible. Me encuentro en una parte del entrenamiento donde debería de asentar el fondo para resistir los 42195 metros o la velocidad
para realizarlos, pero no los dos a la vez.
Y resulta que ni tengo la resistencia suficiente para terminar la
maratón ni tengo en mis piernas el ritmo para hacerlo en menos de cuatro horas,
así que un corredor lo que debería de hacer es asegurar en estos dos meses el
poder llegar a meta y olvidarse de bajar de las cuatro horas.
Sin embargo, como buen Chestertoniano no puedo olvidarme de una de sus
paradojas que más me gustan: “Puedo creer lo imposible pero no lo improbable”. Lo cual es una manera de decir que podemos
soñar, pero teniendo los pies en el suelo. Lo imposible no puede ser y lo
improbable simplemente no ocurrirá. Y aquí entramos en el terreno de la fe, en
lo que parece imposible y no en aquello que sabiendo que técnicamente es posible
me parece demasiado complicado y forzado dentro de la lógica del entrenamiento
para que lo pueda realizar.
Lo “imposible” de la situación me sitúa ante nuevos horizontes que me
invitan a salir de mi zona de confort y a creer en algo más grande que el mérito
de terminar una maratón, a pensar que los milagros existen.
En cambio, lo improbable de la situación me genera desconfianza. Cuando
alguien me dice que ha tirado una moneda al aire cien veces y siempre le ha
salido cara, aunque puede ser posible no me lo creo porque es improbable que
suceda. En el entrenamiento para la maratón eso se traduce en atajos, trampas y
seguridades en productos que me permitirán realizar entrenamientos que mi
sentido común me dice que no voy a poder soportar.
Prefiero creer en lo imposible, en el esfuerzo honesto de cada
entrenamiento que pueda soportar y realizar, creer en recuperarme simplemente
descansando, creer en una sencilla y normal alimentación, en fin, creer que ese
día puede realizarse un milagro y que es aquí donde voy a plantar la semilla de
la maratón. Se que parece imposible, pero yo creo que no lo es.
Al final, de lo que se trata es de buscar un inconformismo vital que
nos haga ir hasta donde nunca creíamos poder llegar para, ya desde ahí, seguir
avanzando. Esta sociedad nuestra nos alienta no a mejorar sino a ser perfectos,
nos oculta una cara para mostrar la que interesa. A todos nos gustaría ser
excelentes corredores, ganar carreras o hacer marcas personales casi sin
esfuerzo. De hecho, querríamos todo a la vez. Pero resulta, lo siento, que la
perfección no existe, y lo que es peor aún: pasa con todo. Es que yo nunca seré
tan extrovertido como me gustaría, tan divertido, tan profundo y cariñoso como
el resto se merecen.
Existe una corriente de pensamiento que nos hace creer que podríamos
ser lo que quisiéramos, y yo habría dado lo que fuera por ser perfecto… pero no
se puede. La perfección resulta un camino inacabado, como el sistema operativo
de un ordenador: puedo tener la última y mejor versión de Windows, pero debo
saber que ésta no es la perfecta, que en un tiempo saldrá algo mejor y puedo
quedarme atrasado o actualizar. Las mismas dos opciones se presentan en nuestra
vida: la del derrotismo que conduce a no llegar a intentarlo, o la de presentar
batalla, conscientes de que iremos de fracaso en fracaso hasta la victoria
final.
Como corredor mi opción es clara: una invitación a ser mejor que no que
sea una frustración al no llegar, sino un gozo al saber que en el entrenamiento
estoy buscando mi mejor versión.
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