martes, 23 de septiembre de 2025

Dia 71, del viaje a la maratón de Valencia. “Puedo creer lo imposible pero no lo improbable”.

        Dia 71, del viaje a la maratón de Valencia.   

¡Buenos días! 



He entrado esta semana en una parte del entrenamiento para la maratón que un año más, y creo que ya van tres, que es imposible. Me encuentro en una parte del entrenamiento donde debería de asentar el fondo para resistir los 42195 metros o la velocidad para realizarlos, pero no los dos a la vez.

Y resulta que ni tengo la resistencia suficiente para terminar la maratón ni tengo en mis piernas el ritmo para hacerlo en menos de cuatro horas, así que un corredor lo que debería de hacer es asegurar en estos dos meses el poder llegar a meta y olvidarse de bajar de las cuatro horas.

Sin embargo, como buen Chestertoniano no puedo olvidarme de una de sus paradojas que más me gustan: Puedo creer lo imposible pero no lo improbable”. Lo cual es una manera de decir que podemos soñar, pero teniendo los pies en el suelo. Lo imposible no puede ser y lo improbable simplemente no ocurrirá. Y aquí entramos en el terreno de la fe, en lo que parece imposible y no en aquello que sabiendo que técnicamente es posible me parece demasiado complicado y forzado dentro de la lógica del entrenamiento para que lo pueda realizar.

Lo “imposible” de la situación me sitúa ante nuevos horizontes que me invitan a salir de mi zona de confort y a creer en algo más grande que el mérito de terminar una maratón, a pensar que los milagros existen.

En cambio, lo improbable de la situación me genera desconfianza. Cuando alguien me dice que ha tirado una moneda al aire cien veces y siempre le ha salido cara, aunque puede ser posible no me lo creo porque es improbable que suceda. En el entrenamiento para la maratón eso se traduce en atajos, trampas y seguridades en productos que me permitirán realizar entrenamientos que mi sentido común me dice que no voy a poder soportar.

Prefiero creer en lo imposible, en el esfuerzo honesto de cada entrenamiento que pueda soportar y realizar, creer en recuperarme simplemente descansando, creer en una sencilla y normal alimentación, en fin, creer que ese día puede realizarse un milagro y que es aquí donde voy a plantar la semilla de la maratón. Se que parece imposible, pero yo creo que no lo es.  

Al final, de lo que se trata es de buscar un inconformismo vital que nos haga ir hasta donde nunca creíamos poder llegar para, ya desde ahí, seguir avanzando. Esta sociedad nuestra nos alienta no a mejorar sino a ser perfectos, nos oculta una cara para mostrar la que interesa. A todos nos gustaría ser excelentes corredores, ganar carreras o hacer marcas personales casi sin esfuerzo. De hecho, querríamos todo a la vez. Pero resulta, lo siento, que la perfección no existe, y lo que es peor aún: pasa con todo. Es que yo nunca seré tan extrovertido como me gustaría, tan divertido, tan profundo y cariñoso como el resto se merecen.

Existe una corriente de pensamiento que nos hace creer que podríamos ser lo que quisiéramos, y yo habría dado lo que fuera por ser perfecto… pero no se puede. La perfección resulta un camino inacabado, como el sistema operativo de un ordenador: puedo tener la última y mejor versión de Windows, pero debo saber que ésta no es la perfecta, que en un tiempo saldrá algo mejor y puedo quedarme atrasado o actualizar. Las mismas dos opciones se presentan en nuestra vida: la del derrotismo que conduce a no llegar a intentarlo, o la de presentar batalla, conscientes de que iremos de fracaso en fracaso hasta la victoria final.

Como corredor mi opción es clara: una invitación a ser mejor que no que sea una frustración al no llegar, sino un gozo al saber que en el entrenamiento estoy buscando mi mejor versión.

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