Día 66, del viaje a la maratón de Valencia.
¡Buenos días!
Después de la entrada de ayer me ha aparecido una pregunta ¿Por qué los
hombres nunca pueden tener paz? ¿Por qué es tan difícil?
No es una pregunta que nos hagamos muchas veces por lo que se ve, ya
que desde tiempos inmemoriales las guerras son una actividad más de nuestras
sociedades y no se ha encontrado una respuesta acertada de la pregunta.
Es verdad y resulta curioso que la historia del hombre comience con un
fratricidio cuando, tal vez, la característica más destacada del ser humano es
que necesita vivir en sociedad para sobrevivir. Un hombre aislado, a diferencia
de otras especies, no podría sobrevivir mucho sin el apoyo de sus semejantes. La
necesidad que tenemos de hacer frente a los peligros y dificultades de la vida nos
lleva a agruparnos, ya que es la forma más básica de protección.
Y por lo visto no lo hacemos bien, pues al poco tiempo algo nos impulsa
a oponernos a otros grupos, lo que da lugar a rivalidades y enfrentamientos.
Por no hablar de la posibilidad de que nuestro propio grupo se fragmente y el
mismo tipo de causas nos lleve a rivalidades y enfrentamientos. Los intereses,
las rivalidades, la búsqueda de poder conducen al conflicto. Cada grupo o
persona quiere lo que ve realizado en el otro. Es decir, tiene un deseo que no
surge de uno mismo, sino que vemos algo en el otro que nos gusta y acabamos deseándolo,
renunciando, por lo general inconscientemente, a descubrir lo que realmente nos
importa o necesitamos. Lo podemos comprobar fácilmente en los fenómenos de la
moda, la mentalidad social, las presiones de la sociedad sobre nosotros, que
nos llevan a la necesidad de ser apreciado y reconocido por los demás.
Ese deseo de ser como los demás, lo que en realidad nos dice es que tenemos
miedo a sentirnos inferiores, a no estar seguros de nosotros mismos y tratamos
de compensarlo imitando lo que hacen o tienen los demás. Cuando consideramos que
el otro es un obstáculo que nos impide autorrealizarnos es fácil que surja un
comportamiento violento. Es el otro, son los demás a los que culpamos de lo que
está mal en nosotros, de nuestra frustración, de esa agresividad que ha surgido.
Encontramos en esta conducta un modo de aliviar nuestro malestar y las dificultades
por las que estamos atravesando. Y si además nos encontramos con que son
diferentes por motivos raciales, ideológicos o religiosos, nos encontramos con
que pensamos que tenemos justificada nuestra agresividad.
Pero claro, para que yo empiece una pelea o un grupo una guerra, se
deben de cumplir dos requisitos que a la vez son contradictorios: ser indefenso
y al mismo tiempo omnipotente. Si no fuera indefenso, no lo podríamos agredir. Pero
también debe ser poderoso, pues de lo contrario no se le podría considerar
responsable del mal que nos está causando.
Sin embargo, nuestros deseos y dificultades no desaparecen al eliminar
al que considerábamos nuestro enemigo, sino que necesitamos seguir buscando
culpables y al no encontrarlo fuera esta vez lo hacemos dentro de nuestro
grupo.
En Europa ya nos ha ocurrido: la cristiandad marginó a los judíos,
juzgó y quemó a herejes y brujas, pero una vez agotados los posibles culpables externos,
volvió la violencia contra sí misma, iniciando guerras intestinas de religión.
Éstas concluyeron oficialmente con la Paz de Westfalia en 1648.
Las cosas tampoco fueron muy diferentes en el lado secular. La búsqueda
de culpables adoptó la forma del nacionalismo y el racismo, que dieron lugar a
dos guerras mundiales y al Holocausto: Los cristianos podían trabajar por la
conversión de los judíos, porque se puede cambiar de religión. Pero no se puede
cambiar la sangre ni los genes. Los antisemitas, por tanto, sólo podían
trabajar por la eliminación de los judíos.
Llegado a este punto de la entrada no hay más remedio que hacerse la
pregunta de si la religión puede ser un motivo que obstaculice la armonía entre
las personas. En efecto, no se puede negar que muchas veces se ha justificado y
fomentado la violencia en nombre de la religión, revistiéndola de sacralidad.
Pero hoy, voy a dejarlo aquí, hay demasiado que añadir y analizar.
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