lunes, 29 de septiembre de 2025

Dia 77, del viaje a la maratón de Valencia. ¿Qué esperanza hay para nosotros o para el mundo?

     Dia 77, del viaje a la maratón de Valencia.   

¡Buenos días! 



Voy a seguir más o menos con el último tema, pues me parece evidente la crispación que existe en nuestra sociedad. No solo es que me lo parezca al oír algunos discursos de los principales líderes políticos, sino que ya tenemos encuestas que confirman que existe una polarización, incluso entre la opinión pública.

Cuando ha aparecido este tema en mis animadas tertulias del café de media tarde veo que se tienen diferentes teorías sobre por qué sucede esto. La teoría más sencilla, la más simple es la que da la impresión de que los políticos piensan que sus contrarios se han vuelto locos y han elegido hacer barbaridades. Eso podría ser en parte cierto, ya que, si piensan que todos están locos, debe de haber algo de locura en todo el ambiente político.

Sin embargo, creo que debería tratar de ver el tema desde cierta perspectiva y retroceder un poco para hacerlo, dar un paso atrás a ver si consigo entenderlo.

Las personas, resulta que tenemos necesidad de tener puntos en común que nos unan, es fundamental. Para que exista una comunidad social y política es necesario que algo la sostenga, que exista algo que sustente la cooperación, la confianza y la disposición de todos a hacer algún sacrificio. Esto no es fácil de conseguir, y la manera obvia de lograrlo es tener objetivos comunes que estén ampliamente aceptados y que se encuentren relacionados con aspectos que nos sean fundamentales y perdurables.

Eso ha convertido a los lazos humanos básicos como el parentesco, la religión y una larga historia de convivencia, en la base tradicional del orden político. Eso nunca ha funcionado a la perfección, ya que nada humano lo hace, pero así es como el mundo, en general, ha evolucionado.

Pero hoy en día, hay mucha gente que considera esas cosas injustas e incluso intolerantes cuando se utilizan como base para una comunidad política, ya que eso significa que algunas personas van a tener algunas ventajas. La gente se pregunta, por ejemplo: ¿Qué tiene de importante la casualidad de haber nacido en una familia o en otra?

A la vez se piensa en que la comunidad política debería basarse en leyes que afecten a todos por igual y en valores universales que la inspiren. Pero no todos los valores universales sirven. Dios y el Bien, la Belleza y la Verdad son universales, pero no se consideran suficientemente universales, ya que diferentes personas, y diferentes grupos religiosos y culturales, los entienden de forma diferente.

Al final, el único valor universal suficientemente bueno resulta ser la universalidad misma; en otras palabras, el principio de que todos y todo deben ser tratados por igual. Si queremos tener una comunidad política como la que ahora se considera legítima, debe basarse en el apego a la igualdad.

Pero ¿qué tan bien funcionará eso? La igualdad, como otras versiones de la justicia, a veces es verdad que elimina la opresión real, o al menos abre muchas oportunidades. Pero no es fundamental para la mayoría de las cosas que nos importan, y rara vez determina si estamos satisfechos con las decisiones que tomamos, si tenemos éxito al perseguirlas o si somos felices en nuestras relaciones personales.

La igualdad implica que los vínculos personales que tenemos y que en la mayoría de las ocasiones son ajenos al propio sistema deben debilitarse en aras de la no discriminación. Pero esto último, incluso si es real, parece improbable que perdure. Liberarse de ciertos vínculos puede parecer posible por un tiempo, pero ¿cuán feliz será el debilitamiento de la vida familiar y la comunidad local que eso conlleva?

Quizás lo más básico es reconocer que la igualdad nunca es real, ya que toda sociedad depende de la jerarquía. Para que todo sea igual, debe haber personas que decidan qué se necesita y saber que está pidiendo y tener el poder de hacerlo cumplir. Estas personas no serán iguales al resto de nosotros, y si son como cualquier otro grupo privilegiado, no limitarán sus privilegios únicamente a los necesarios para su función social.

Incluso esos privilegios necesarios serán amplios. El amor a la igualdad es bastante incompatible con la tendencia de las personas hacia los afectos particulares como para prevalecer mediante un consenso no forzado. Por lo tanto, tendrá que ser apoyado por un sistema de propaganda, censura y regulación. Si no te gusta, te callarán y te obligarán a obedecer.

La solución más utilizada ha sido la de promover en todos, la necesidad por obtener los mismos bienes. Así, los gobiernos ahora prometen igualdad en esos bienes y una prosperidad cada vez mayor basada en los mismos. Pero eso no puede motivar mucha lealtad entre las personas ni una disposición al sacrificio. Además, no se puede garantizar, y ha conducido a los estados a un sistema de subvenciones basados ​​en ir aumentando el déficit, algo que no puede durar para siempre.

El sistema que se está utilizando para motivar y mantener políticamente activas a las personas es utilizar el miedo, la envidia y el odio hacia enemigos reales o supuestos, incluyendo a personas que parecen tener privilegios y que pueden impedir que alcancemos esos bienes. Estos sentimientos son fáciles de avivar en una sociedad donde las relaciones humanas y la confianza mutua son débiles, y siempre buscan un punto concreto. Por lo tanto, un sistema de igualdad también se convertirá en un sistema de búsqueda de chivos expiatorios.

Un sistema que se base en la igualdad extrema se presenta, así como un sistema de amor universal, con especial preocupación por los desfavorecidos. Pero se convierte cada vez más en un sistema de sospecha, envidia, división y odio. Dado que todos deben fingir sentimientos que no tienen, se convierte también en un sistema de mentiras e hipocresía.

Pero, alguien podría preguntarse, ¿cuál es la relevancia? Pedro Sánchez puede estar del lado, teóricamente, igualitario, Núñez Feijóo del lado opuesto, pero es difícil encontrar similitudes concretas con Mao y Hitler, a pesar de las afirmaciones absurdamente exageradas de lo contrario.

Las personas siguen siendo seres humanos, y lo negro nunca lo es del todo, por lo que las mejoras prácticas en nuestra política son indudablemente posibles, y debemos apoyarlas. Pero lo que realmente necesitamos es un punto de referencia fuerte que se centre en la dignidad de la persona. Sin él, un orden que se sustente en la dignidad e la persona se vuelve imposible.

Es absurdo intentar reconstruir un orden sólido y que de frutos que se encuentre apartado de una defensa integral de la dignidad humana. Nuestro objetivo político fundamental debe ser solucionar ese problema. Si lo hacemos en nuestra vida personal, podremos persuadir a otros, y puede que tenga éxito.

Si no lo hacemos, ¿qué esperanza hay para nosotros o para el mundo?

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