Dia 64, del viaje a la maratón de Valencia.
¡Buenos días!
Hasta el día de la maratón de Valencia debería de estar centrado en la
carrera a pie, entrenando y dejar descansar por unos meses la idea de volver a
realizar un viaje en bicicleta el año que viene, pero la mente no puede dejar
de pensar, bueno la verdad es que si puede si la entretengo con alguna serie de
televisión o la nublo con algún tipo de droga.
Vivimos tiempos en los que, con demasiada frecuencia, los compromisos
personales solo valen lo que vale el emocionante instante de verse a uno mismo
comprometiéndose, y colocarse ahora el compromiso de realizar un viaje a algún
lugar ante testigos cargados de admiración y afecto puede ser uno de ellos.
Ahora está de moda el derecho a cambiar de opinión, al hilo de las
circunstancias o los propios sentimientos, por encima de cualquier otra
consideración que implique a otros; tiempos en los que se ve normal afirmar que
uno tiene ese derecho y que no pasa nada.
Y eso, es una verdad a medias que hace urgente aprender a distinguir
entre el legítimo derecho a evolucionar del mero vivir egocéntricamente, en una
sucesión de pseudo decisiones que generan expectativas y las defraudan sin
considerar las consecuencias, tanto para uno mismo como para los demás.
Siempre he oído decir que una persona vale lo que valen sus promesas. Ya
sé que decir ahora que el año que viene pienso ir a un lugar o hacer tal ruta
no es un gran compromiso ni una promesa que se tenga que cumplir si o si, pero
hay que empezar y acostumbrarse a cumplir estos simples compromisos para cuando
nos veamos ante los realmente importantes el hábito de pensar antes de hablar
ya nos sea una cosa normal.
No hace mucho que nuestros abuelos se fiaban tanto de la palabra dada
por una persona que eso estaba por encima de cualquier documento firmado; ser
alguien “de palabra” era ser alguien fiable y responsable, honorable. Los que
ya tenemos unos años empezamos a no concebir la felicidad sin compromiso con
alguien, sin el tranquilizador espacio y estabilidad que traen la confianza en
las mutuas promesas. Sí, “dar la palabra” es poder afirmar cuenta conmigo de
modo confiable tanto en una relación como en un negocio o en cualquier otro
proyecto compartido.
También sé que desdecirse nunca es un acto sencillo, por eso hay que
poner mucho empeño en que las decisiones que uno toma en la vida lo estén con
una densidad existencial tal, que no resulte fácil desdecirse porque sería
traicionarse, romperse.
Pues bien, no voy ahora a comprometerme, pero sí que voy a dejar encima
de la mesa dos posibles proyectos: el camino del Cid y la GT 20, la gran
travesía de Córcega en bicicleta. Las voy a examinar bien, a deliberarlas,
valoraré seriamente sus recorridos y desde el realismo de mi condición física a
final de año me decidiré por una.
Es importante realizar ese esfuerzo para no perder algo tan
esencialmente humano como es la capacidad de comprometerse, afrontando la decisión
como un pacto con nosotros mismos que tiene a la Fidelidad en su centro.
Es importante decir que incumplir promesas y compromisos sí importa, y
mucho, debería ser algo muy extraordinario y, al menos, tan compartido con los
demás como cuando se hacen porque es algo que tiene consecuencias personales.
En fin, ya veremos a final de año.
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