“Nuestra perfección no consiste en hacer cosas extraordinarias sino en hacer perfecto lo ordinario” – San Gabriel de la Dolorosa.
El uno, ¡por fin el uno!, mañana
es el día. Todo está ya preparado y da la impresión de que esta todo
controlado, creo no engañar a nadie si digo que: “todo está listo” o la famosa
frase de Cesar; “la suerte está echada”.
No será difícil que me pase el
día de hoy haciendo comparaciones con los anteriores viajes, ya sé que sirven
de muy poco pues cada viaje es una historia y cada año las circunstancias
pueden ser distintas, sin embargo, se suelen hacer.
El comparar en sí no es algo
malo. De hecho, es algo humano. La comparación me puede llevar en este caso a la
admiración y el deseo de emular a los grandes viajeros, lo que está bien. Sin
embargo, se puede volver un peligro si pongo en valor mi viaje en comparación
con los demás.
Cuando nos liamos con las comparaciones
y el mal interpretamos nos encontramos con dos formas de afrontarlas. Por una
vamos los que solemos pensar que todo el mundo está mejor que nosotros. “Él es
mucho más inteligente que yo”, “ella sí que sabe lo que hace”, “él es tan
fuerte”.
Por la otra vamos los que
exaltamos nuestras propias cualidades y reducimos las de los demás. Los que
vamos por esta solemos pensar, “¿quién como yo?” y enfocamos nuestra vida solo
en nuestros méritos.
Vivir de comparación en
comparación nos da un concepto distorsionado de la realidad. Nos concentramos
en lo que no tenemos e idealizamos a los demás o bien exageramos nuestras
propias virtudes y minimizamos las de los otros.
Lo mejor, es mirar como tengo
planteado mi viaje, cómo lo he preparado y no solamente como lo hubiera
deseado. Estoy seguro de que tengo algo que he planeado y realizaré bien, pero
también tengo miedos e inseguridades.
Hay que entender que en cada
viaje que observamos hay mucho más de lo que vemos por nuestros medios, todos
los viajeros cometen aciertos y errores. Tenemos que aceptar nuestra realidad,
las exigencias que le ponemos no se van a alcanzar ni por mis méritos ni por
mis juicios que tantas veces van a ser errados. Se alcanzarán, o más bien, se
sentirán cuando conociendo bien todo lo que somos, nos repitamos, “soy
incomparable”, “mi viaje es incomparable”.
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