lunes, 1 de mayo de 2023

¡¡¡Feliz lunes!!!

 ¡¡¡Buenos días!!!  

Desde hace algunas semanas entre mis amigos y conocidos, y en la gran mayoría de medios de comunicación me estoy dando cuenta de un cierto nerviosismo ante la cercanía de las próximas elecciones. Da la impresión de que estamos en un esprint, pues el resultado se presume que sea ajustado, todos en pelotón lanzados hacia la meta. Me encuentro con que todo se halla mediatizado por la lucha por el poder, unos por el miedo a perderlo y otros por las ganas de alcanzarlo.

Son días de defensa y ataque, de contar lo que se ha hecho, repetir mensajes y consignas. No hay tiempo para reflexiones, ahora sólo se trata de ganar, ganar y ganar. De alguna manera nos vienen a decir que ya tendrán tiempo para pensar qué se hace con el poder. Todo es lo mismo mires donde mires.

Y como casi siempre que llegamos a unas elecciones me viene a la cabeza la misma pregunta: ¿para qué sirve la democracia? Y es que lo que para uno es una herramienta para tomar decisiones, para otro es una forma de vida o un lugar donde depositar sus aspiraciones políticas. Sin embargo, la mayoría de nosotros nos olvidamos de que la política democrática real es además una lucha feroz y sin cuartel para conseguir el poder. En las sociedades no suelen existir unos equilibrios naturales, sino que son más bien lugares de disputa social, cultural y económica constante, con el riesgo siempre de un posible estallido de violencia.

A veces tengo la impresión de que cuando los políticos utilizan un lenguaje violento, no lo hacen para defenderse de los posibles agravios, sino que, muchas veces, lo hacen para crearlos y ensuciar el ambiente para beneficiarse de sus posiciones anteriores.

Vemos cada vez más en estos días que se nos olvida la persuasión y se intenta imponer la idea más que debatirla. Y terminamos viendo como los políticos se nos convierten de servidores públicos en meros empresarios de la lucha por el poder. Y es que el atractivo del autoritarismo es fortísimo.

Nos olvidamos con demasiada frecuencia que la democracia es frágil, que se daña y se pierde con mucha facilidad. Debemos tener en cuenta que sólo el 8% de la población mundial vive en países con democracias plenas. Un sistema democrático, lo hemos comprobado muchas veces, no evita que se desate la violencia, no previene su decadencia o su desaparición. Para que pueda subsistir hace falta cada acto diario que realicemos lleve la marca democrática, y no el mero repetir de palabras vacías y actos presuntuosos. 

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