¡¡¡Buenos días!!!
Lo que no termine de aclarar ayer fue la diferencia
entre leer a Aristóteles y seguir sus ideas y lo que significa leer a Cristo e
intentar ser como Él.
La diferencia la encuentro en que Jesús no es un
buen hombre que vivió hace mucho tiempo. Se trata de un Hombre vivo tan hombre
como nosotros, y, es más, tan Dios como lo fue cuando creó el mundo, y que
aparece y se pone en contacto con mi ser más íntimo, quita a mi yo natural y lo
sustituye por la clase de Yo que Él tiene. Al principio, solo un poco, después por
más tiempo hasta que si todo funciona bien me transforma en alguien diferente.
Si esto nos
llega a suceder, nos damos cuenta rápidamente de dos cosas: para empezar, me
doy cuenta de que las cosas que hago mal me causan alarma, no por lo que he
hecho sino por lo que soy. Es fácil que os parezca complicado, pero no lo es
tanto. La mayoría de las cosas que hacemos mal las justificamos con que nos cogió
por sorpresa o que no tuvimos tiempo de controlarnos, esto puede ser un
atenuante, es verdad. Pero no hay duda de que lo que hacemos cuando nos cogen
por sorpresa es la mejor evidencia de lo que somos.
Un ejemplo que leí hace días decía que si en una
habitación hay ratones es más probable que los veamos si entramos de golpe.
Pero esa entrada “de repente” no crea a los ratones. De la misma manera,
nuestra intempestiva reacción ante algo, no nos convierte en una persona de mal
carácter; solo demuestra el mal carácter que tengo. Los ratones están en la
habitación, pero si entramos dando gritos y golpeando la puerta se habrán
escondido antes de que encendamos la luz.
Aparentemente, los ratones de nuestro resentimiento
siempre están allí, en la habitación de mi alma. Y esa habitación se encuentra
fuera del alcance de mi voluntad consciente. Puedo, hasta un cierto punto,
controlar mis actos, pero no tengo un control directo sobre mi temperamento.
Esto deja el tema muy abierto, ¿cómo puedo entonces
conseguirlo?
No hay comentarios:
Publicar un comentario