"Una cosa muerta puede ir con la corriente,
pero sólo un ser vivo puede ir en su contra." (G. K. Chesterton).
Buenos
Días: Comenzamos este miércoles con una buena temperatura para las fechas en
que nos encontramos, así vamos a disfrutarlo en lo meteorológicamente hasta las
17:40 horas, cuando del sol nos abandone.
Me
lo dijeron ayer, pero estoy seguro que lo habremos oído muchas veces, que por
mera cortesía, no debemos hablar sobre religión ni política. Y, el resultado de
esta costumbre, si la llevamos a la práctica, es que nunca discutiríamos de nada
que tuviera importancia alguna. Nuestras conversaciones se limitarían, “en
agradable compañía” a temas insustanciales cuando mucho, y a chismes cuando
menos. Sin embargo, conversar sobre religión y la política con la gente es de
mucha importancia para la vida de una sociedad que se quiera considerar auténticamente
libre. Ya sea porque tengamos miedo a decir algo ilegal la causa de nuestro
silencio, ya lo sea el temor a que nos traten descortésmente, el resultado
viene a ser el mismo: silenciar la libre discusión de los dos temas más
importantes de rigen la vida de la humanidad.
Para
mí, son dos temas inseparables dado la inseparabilidad en que se resume el decálogo
por el que me guío, por eso no me gusta que se intente separar la religión de
la política pues me impide, de alguna forma, participar en la vida política. Ya
se, que esto no es nada nuevo y que se llevan muchos años intentando excluir cualquier
aspecto religioso de la vida publica invocando, curiosamente, la igualdad y la
tolerancia en nombre de la libertad.
¿Por
qué tanta insistencia? Si nos paramos a pensar, llegaremos a la conclusión que
si el teísmo constituye una posición religiosa, también lo es el ateísmo. Y es
que, mantener como dogma que Dios no existe o debe excluirse del ámbito público
constituye una posición religiosa. Creamos o no que Dios existe, su existencia
está al centro, de la discusión. Para el teísta, la presencia real de Dios es
el principio principal que se encuentra en el centro de la realidad: para el
ateo ese principio es la ausencia real de Dios. Dios es crucial en ambos casos,
y por lo tanto, en ambos, irónicamente, está presente.
El
hecho es que toda política tiene sus raíces en las premisas metafísicas sobre
la existencia o la no-existencia de Dios y que estas son las de mayor
importancia. Sería muy largo empezar a enumerar las consecuencias que han
tenido en la historia la aplicación de algunas ideas basadas en extraer de la
vida política el tema religioso y como se ha llenado ese vacío.
Pero,
hay que recordar que las ideas traen consecuencias, e ideas perversas traen
consecuencias perversas. Y como nos repitiera incansablemente G. K. Chesterton,
cuando la gente deja de creer en Dios, no es que entonces crean en Nada, sino
que ahora creen en cualquier cosa. Como consecuencia, la gente puede creer en
Dios, pero nadie puede creer en Nada. Es imposible para un ateo ser simple y
llanamente un ateo: tiene que convertirse en algo más, y ese algo más es casi
siempre algo peor.
Las
lecciones de la historia son lo suficientemente claras para que cualquiera que
tenga ojos pueda verlas. La separación forzada de la religión y la política
conduce a un mal divorcio: la única alternativa para una nación con espíritu
religioso, es la de una nación bajo un
espíritu; “Dios-sabe-qué”.
Feliz
Día.
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