"Una cosa muerta puede ir con la corriente,
pero sólo un ser vivo puede ir en su contra." (G. K. Chesterton).
Buenos
Días: ya hemos votado y tenemos ante nosotros todos los resultados, cuando el
sol empiece a calentar esta fría mañana a partir de las 07:39 horas, pues los
11,4 grados que puedo ver en el termómetro ya los considero pocos, podremos
analizar y hacer valoraciones de todo lo que sucedió ayer, y, cuando a las 17:50
horas el sol se vaya a descansar tal vez ya tendremos una idea clara de lo que sucederá
con la gobernabilidad de España, mientras tanto, disfrutemos también de este
lunes en el que celebramos la fiesta de san Martín de Tours.
Ya
he oído decir, a estas horas de la mañana, que para tener este resultado no valía
la pena haber realizado estas elecciones, pero yo no estoy del todo de acuerdo
ya que tenemos que recordar algunas cosas. Las elecciones son parte esencial de
la democracia. Son los momentos capitales en que se articula su ejercicio. Su
legitimidad se funda en que la voluntad colectiva de que alguien sea titular
del poder y lo ejerza se exprese manifiestamente y se renueve periódicamente.
Y,
sin embargo, estas elecciones me han hecho pasar por un periodo inquietante y
penoso. Se han hecho promesas, muchas de ellas incumplibles, en bastantes casos
sin la menor intención de cumplirlas. En los actos electorales se ha sustituido
la buena retórica, que debe ser digna y respetable, que puede permitirse el
lujo de ser veraz, por la propaganda, vociferante, rebajadora, en ocasiones
insultante y grosera, muchas veces compuesta de mentiras.
Los
candidatos, individuos o partidos, han hecho un retrato de sí mismos, y no estoy
seguro de que los electores lo hayan percibido y lo hayan tenido en cuenta. Ha predominado la idea de "ganar o
perder" las elecciones, y en demasiados casos he visto la adhesión automática
a un partido, haga lo que haga, pase lo que pase.
Esto
es inevitable, y en cierta medida lícito. Pero ¿es el único punto de vista posible?
La democracia puede ejercerse, dentro de sus imperfecciones, con muy desiguales
grados de decoro, decencia, dignidad. Si los electores hubiésemos estado atentos
y hubiésemos sido capaces de retener en nuestra memoria lo que han hecho y han
dicho los candidatos, los que aspiran al poder, si hubiésemos hecho la suma de
todos esos recuerdos, mi confianza en la democracia y en las elecciones de ayer
sería muy superior a la que es razonable.
Tengo en la memoria las injurias que han
dicho, con expresiones que son sin duda delictivas, las imputaciones falsas e
insostenibles, las falsificaciones de las situaciones que se dan por existentes.
Temo que la mayoría de los ciudadanos apenas han percibido todo esto, les haya resbalado, no lo han tenido en cuenta, no le han dado importancia.
Para
mí, esto es decisivo, porque no veo las elecciones en principio como "ganar
o perder", "triunfo o derrota". En una verdadera democracia, las
elecciones son una fase de su ejercicio, algo valioso, necesario, condición del
tipo de legitimidad que le pertenece. En mi perspectiva, las elecciones son,
ante todo, el acto por el cual se pone en las manos de alguien el país o
porciones de él.
Al
elegir no se confiere simplemente un "poder" a alguien que va a ser
titular de él; se pone en sus manos un país, o una parcela de él, o un aspecto
de su vida colectiva. Las elecciones, como yo las veo, son un acto de
confianza.
Y
la pregunta me surge inevitablemente: ¿quién la merece? ¿En quién se puede
confiar? ¿Quién inspira respeto, estimación, acaso admiración? Es necesario
usar la imaginación. Al votar debemos pensar en el futuro, adivinar dónde podremos
estar dentro de un mes o de unos años a consecuencia de lo que hemos votado. Tengo
una impresión muy arraigada: que muchos votan como siempre, a los de toda la
vida. Tal vez por una decisión previa, tomada mucho tiempo antes, de la que no
se atreven a apartarse, aunque su experiencia se lo aconsejaría. Acaso porque
les parece que desligarse de lo que opinaron hace tiempo es una traición, sin
advertir que no hacerlo puede ser una traición a sí mismos.
Si
los hombres tuviesen mejor memoria y algún conocimiento de la historia propia y
ajena, las cosas irían mucho mejor, y podríamos esperar con mayor confianza el
porvenir. El ejemplo de los ejemplos, el más notorio de este siglo, es el de
Alemania en 1933, quiero decir el que culminó ese año, preparado por los
anteriores. El partido nacionalsocialista de Hitler fue elegido y reelegido,
por amplias mayorías. Lo que eligió fue la destrucción de Alemania y la ruina
parcial de medio mundo.
Pero
si, como creo, las consecuencias se pueden prevenir, está al alcance de un mínimo
de memoria, una modesta reflexión, una razonable exigencia de competencia y decencia.
Yo propondría algo bastante sencillo y que está al alcance de todos: trasladar
los criterios políticos al ámbito de nuestra vida privada. Imagina que los
partidos y los candidatos fuesen alguien con quien tuviésemos que convivir en
la modestia de nuestra vida personal. Preguntémonos con quiénes haríamos negocios,
a quiénes confiaríamos nuestros asuntos particulares, a quiénes sentaríamos a
nuestra mesa, cuales podrían ser nuestros amigos.
Poner
en las manos de alguien la realidad y el futuro de un país es algo más grave y
reclama mayores exigencias. Pero lo que acabo de enumerar es el mínimo indispensable.
Si se aplicara, se produciría inmediatamente un saneamiento de la democracia. Las
elecciones sería algo que veríamos con esperanza y sin temor.
Feliz
Día.
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