lunes, 11 de noviembre de 2019

Lunes 11 de noviembre de 2019.

"Una cosa muerta puede ir con la corriente, pero sólo un ser vivo puede ir en su contra." (G. K. Chesterton). 

Buenos Días: ya hemos votado y tenemos ante nosotros todos los resultados, cuando el sol empiece a calentar esta fría mañana a partir de las 07:39 horas, pues los 11,4 grados que puedo ver en el termómetro ya los considero pocos, podremos analizar y hacer valoraciones de todo lo que sucedió ayer, y, cuando a las 17:50 horas el sol se vaya a descansar tal vez ya tendremos una idea clara de lo que sucederá con la gobernabilidad de España, mientras tanto, disfrutemos también de este lunes en el que celebramos la fiesta de san Martín de Tours.
Ya he oído decir, a estas horas de la mañana, que para tener este resultado no valía la pena haber realizado estas elecciones, pero yo no estoy del todo de acuerdo ya que tenemos que recordar algunas cosas. Las elecciones son parte esencial de la democracia. Son los momentos capitales en que se articula su ejercicio. Su legitimidad se funda en que la voluntad colectiva de que alguien sea titular del poder y lo ejerza se exprese manifiestamente y se renueve periódicamente.
Y, sin embargo, estas elecciones me han hecho pasar por un periodo inquietante y penoso. Se han hecho promesas, muchas de ellas incumplibles, en bastantes casos sin la menor intención de cumplirlas. En los actos electorales se ha sustituido la buena retórica, que debe ser digna y respetable, que puede permitirse el lujo de ser veraz, por la propaganda, vociferante, rebajadora, en ocasiones insultante y grosera, muchas veces compuesta de mentiras.
Los candidatos, individuos o partidos, han hecho un retrato de sí mismos, y no estoy seguro de que los electores lo hayan percibido y lo hayan tenido en cuenta.  Ha predominado la idea de "ganar o perder" las elecciones, y en demasiados casos he visto la adhesión automática a un partido, haga lo que haga, pase lo que pase.
Esto es inevitable, y en cierta medida lícito. Pero ¿es el único punto de vista posible? La democracia puede ejercerse, dentro de sus imperfecciones, con muy desiguales grados de decoro, decencia, dignidad. Si los electores hubiésemos estado atentos y hubiésemos sido capaces de retener en nuestra memoria lo que han hecho y han dicho los candidatos, los que aspiran al poder, si hubiésemos hecho la suma de todos esos recuerdos, mi confianza en la democracia y en las elecciones de ayer sería muy superior a la que es razonable. 
Tengo en la memoria las injurias que han dicho, con expresiones que son sin duda delictivas, las imputaciones falsas e insostenibles, las falsificaciones de las situaciones que se dan por existentes. Temo que la mayoría de los ciudadanos apenas han percibido todo esto, les haya resbalado, no lo han tenido en cuenta, no le han dado importancia.
Para mí, esto es decisivo, porque no veo las elecciones en principio como "ganar o perder", "triunfo o derrota". En una verdadera democracia, las elecciones son una fase de su ejercicio, algo valioso, necesario, condición del tipo de legitimidad que le pertenece. En mi perspectiva, las elecciones son, ante todo, el acto por el cual se pone en las manos de alguien el país o porciones de él.
Al elegir no se confiere simplemente un "poder" a alguien que va a ser titular de él; se pone en sus manos un país, o una parcela de él, o un aspecto de su vida colectiva. Las elecciones, como yo las veo, son un acto de confianza.
Y la pregunta me surge inevitablemente: ¿quién la merece? ¿En quién se puede confiar? ¿Quién inspira respeto, estimación, acaso admiración? Es necesario usar la imaginación. Al votar debemos pensar en el futuro, adivinar dónde podremos estar dentro de un mes o de unos años a consecuencia de lo que hemos votado. Tengo una impresión muy arraigada: que muchos votan como siempre, a los de toda la vida. Tal vez por una decisión previa, tomada mucho tiempo antes, de la que no se atreven a apartarse, aunque su experiencia se lo aconsejaría. Acaso porque les parece que desligarse de lo que opinaron hace tiempo es una traición, sin advertir que no hacerlo puede ser una traición a sí mismos.
Si los hombres tuviesen mejor memoria y algún conocimiento de la historia propia y ajena, las cosas irían mucho mejor, y podríamos esperar con mayor confianza el porvenir. El ejemplo de los ejemplos, el más notorio de este siglo, es el de Alemania en 1933, quiero decir el que culminó ese año, preparado por los anteriores. El partido nacionalsocialista de Hitler fue elegido y reelegido, por amplias mayorías. Lo que eligió fue la destrucción de Alemania y la ruina parcial de medio mundo.
Pero si, como creo, las consecuencias se pueden prevenir, está al alcance de un mínimo de memoria, una modesta reflexión, una razonable exigencia de competencia y decencia. Yo propondría algo bastante sencillo y que está al alcance de todos: trasladar los criterios políticos al ámbito de nuestra vida privada. Imagina que los partidos y los candidatos fuesen alguien con quien tuviésemos que convivir en la modestia de nuestra vida personal. Preguntémonos con quiénes haríamos negocios, a quiénes confiaríamos nuestros asuntos particulares, a quiénes sentaríamos a nuestra mesa, cuales podrían ser nuestros amigos.
Poner en las manos de alguien la realidad y el futuro de un país es algo más grave y reclama mayores exigencias. Pero lo que acabo de enumerar es el mínimo indispensable. Si se aplicara, se produciría inmediatamente un saneamiento de la democracia. Las elecciones sería algo que veríamos con esperanza y sin temor.

Feliz Día.

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