miércoles, 20 de noviembre de 2019

Miércoles 20 de noviembre de 2019.

"Una cosa muerta puede ir con la corriente, pero sólo un ser vivo puede ir en su contra." (G. K. Chesterton). 

Buenos Días: Me nos mal que el sol acaba de empezar su trabajo y que calentara el ambiente hasta las 17:44 horas, porque al “romper el día” hacía frío, al menos en el balcón el termómetro marcaba 9,7 grados y para un pegolino eso es frío.
He estado repasando, como todas las mañanas, la prensa digital, y me he dado cuenta de la falta de respeto que se tiene a las palabras que se dijeron y a su significado. Tendría que tener yo un valor muy grande para decir públicamente o escribirlo que la velocidad de la luz es de 120 km/h, porque aunque no se me contestará ni se protestase ante semejante disparate, no parece probable que tal error pudiera generalizarse, y menos todavía influir en la vida de un hombre o de una nación.
Por el contrario, parece ser que no se necesita un valor especial para dar una versión de un acontecimiento en el que solo un veinte por ciento sean datos seguros y el ochenta restante interpretaciones, comentarios, supuestos, valoraciones y deducciones a partir de los datos y en torno a ellos. Y esto sí que puede influir, y de hecho influye, en la vida de los hombres, y también en la de la sociedad.
Lo podemos ver casi todos los días, unos pocos datos pueden no ser todos los datos, y aun siendo ciertos pueden dar lugar a una visión falsa, una breve información se puede comentar o interpretar de tal modo que induzca al lector a formar una idea equivocada.
Salvo en algún caso muy especial, es muy difícil que para un físico los intereses del partido a que pertenece, sus ideas políticas, el afán de éxito o de originalidad: ninguno de estos factores pudiera empañar el error de dar por cierta la velocidad de la luz a 120 km/k. Pero todos esos factores que antes he mencionado, y algunos otros, se infiltran sutilmente en el trabajo de la mayoría de nuestros políticos, y en ocasiones desfiguran de tal modo la verdad que resulta una mentira. Los hombres de ciencia escriben y dicen menos cosas que nuestros políticos, porque sólo escriben lo que saben, lo que está ciertamente averiguado. Pero nuestros políticos escriben lo que opinan y, desgraciadamente, no siempre se molestan en fundar su opinión sobre algún cimiento sólido, lo suficientemente sólido para merecer crédito. 
Existe una gran diferencia entre los que hacen afirmaciones porque tienen argumentos ciertos y aquellos que no tienen otros argumentos que sus propias afirmaciones. Llama la atención ver el cuidado que ponía Tomás de Aquino en examinar las opiniones ajenas para incorporar lo que de verdadero encontrara en ellas, al tiempo que rechazaba con argumentos lo que era falso.
Lo mismo hacía Aristóteles, y no en vano ambos han venido siendo ejemplos de honradez intelectual, es decir, de un escrupuloso respeto a la verdad. Pues no es lo mismo exponer lo que después de un paciente trabajo y un examen detenido hemos encontrado como cierto, que afirmar sin argumentos, como si fuera una verdad comprobada, lo que tan sólo es una opinión todavía no fundada.
Lo que no es verdadero no es real. La mentira y el error, más aún la primera que el segundo, por estar en desacuerdo con la realidad, con lo que es, acaban provocando daños a la corta o a la larga. Y cuando nuestros políticos construyen una sociedad  contra la realidad, sin tener en cuenta el ser de las cosas, esa sociedad, según mi opinión,  está abocada a la ruina, y mientras ésta llega va arruinando a los hombres. Las mentiras o sea, la violencia al ser de las cosas, nunca pueden servir para edificar una sociedad, toda vez que edificar sobre una mentira es edificar sobre arena.
Estoy casi seguro que lo que les falta a muchas de las personas que se dedican a la política es que sean intelectualmente honrados, para respetar la verdad dondequiera que la encuentren y esto es tan sólo valor moral. No tener miedo a las consecuencias, no querer convertir la historia, el periódico, las ideas, las estadísticas, en herramientas para construir tal o cual modelo de sociedad que se piensa va a resolverlo todo.
Basta sólo el valor moral, basta tan sólo negarse a mentir, no participando personalmente en la mentira. Que cada uno deje de colaborar con la mentira en todos los sitios donde la vea, negarse a que le obliguen a decirla, a escribirla, citarla o firmarla, o a votarla. Claro que esto no es una idea nueva pues ya lleva más de dos mil años con nosotros.
Pienso que, teniendo en cuenta que la enseñanza tiene como objeto el cultivo y la enseñanza de las ciencias, y que todas las ciencias tienen por objeto el hallazgo de la verdad, quizá el mayor servicio que hoy podrían prestar nuestras escuelas, acaso fuera el hacer de sus alumnos hombres intelectualmente honrados. O lo que es lo mismo: hombres que profesaran un tan escrupuloso respeto a la verdad que no se dejaran torcer por ideologías ni por intereses. Y como la verdad hace libre al hombre, hay que estar siempre preparados a ceder ante la verdad, resueltos a adheriros a ella; y ella nos ahorrará la pesadumbre de ceder ante cualquier otra persona o cosa.

Feliz Día.

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