"Una cosa muerta puede ir con la corriente,
pero sólo un ser vivo puede ir en su contra." (G. K. Chesterton).
Buenos
Días: Me nos mal que el sol acaba de empezar su trabajo y que calentara el
ambiente hasta las 17:44 horas, porque al “romper el día” hacía frío, al menos
en el balcón el termómetro marcaba 9,7 grados y para un pegolino eso es frío.
He
estado repasando, como todas las mañanas, la prensa digital, y me he dado
cuenta de la falta de respeto que se tiene a las palabras que se dijeron y a su
significado. Tendría que tener yo un valor muy grande para decir públicamente o
escribirlo que la velocidad de la luz es de 120 km/h , porque aunque no
se me contestará ni se protestase ante semejante disparate, no parece probable
que tal error pudiera generalizarse, y menos todavía influir en la vida de un hombre
o de una nación.
Por
el contrario, parece ser que no se necesita un valor especial para dar una versión
de un acontecimiento en el que solo un veinte por ciento sean datos seguros y
el ochenta restante interpretaciones, comentarios, supuestos, valoraciones y deducciones
a partir de los datos y en torno a ellos. Y esto sí que puede influir, y de
hecho influye, en la vida de los hombres, y también en la de la sociedad.
Lo
podemos ver casi todos los días, unos pocos datos pueden no ser todos los
datos, y aun siendo ciertos pueden dar lugar a una visión falsa, una breve
información se puede comentar o interpretar de tal modo que induzca al lector a
formar una idea equivocada.
Salvo
en algún caso muy especial, es muy difícil que para un físico los intereses del
partido a que pertenece, sus ideas políticas, el afán de éxito o de
originalidad: ninguno de estos factores pudiera empañar el error de dar por
cierta la velocidad de la luz a 120 km/k. Pero todos esos factores que antes he
mencionado, y algunos otros, se infiltran sutilmente en el trabajo de la mayoría
de nuestros políticos, y en ocasiones desfiguran de tal modo la verdad que resulta
una mentira. Los hombres de ciencia escriben y dicen menos cosas que nuestros
políticos, porque sólo escriben lo que saben, lo que está ciertamente averiguado.
Pero nuestros políticos escriben lo que opinan y, desgraciadamente, no siempre
se molestan en fundar su opinión sobre algún cimiento sólido, lo suficientemente
sólido para merecer crédito.
Existe
una gran diferencia entre los que hacen afirmaciones porque tienen argumentos
ciertos y aquellos que no tienen otros argumentos que sus propias afirmaciones.
Llama la atención ver el cuidado que ponía Tomás de Aquino en examinar las opiniones
ajenas para incorporar lo que de verdadero encontrara en ellas, al tiempo que
rechazaba con argumentos lo que era falso.
Lo
mismo hacía Aristóteles, y no en vano ambos han venido siendo ejemplos de
honradez intelectual, es decir, de un escrupuloso respeto a la verdad. Pues no
es lo mismo exponer lo que después de un paciente trabajo y un examen detenido
hemos encontrado como cierto, que afirmar sin argumentos, como si fuera una
verdad comprobada, lo que tan sólo es una opinión todavía no fundada.
Lo
que no es verdadero no es real. La mentira y el error, más aún la primera que
el segundo, por estar en desacuerdo con la realidad, con lo que es, acaban provocando
daños a la corta o a la larga. Y cuando nuestros políticos construyen una
sociedad contra la realidad, sin tener
en cuenta el ser de las cosas, esa sociedad, según mi opinión, está abocada a la ruina, y mientras ésta llega
va arruinando a los hombres. Las mentiras o sea, la violencia al ser de las cosas, nunca
pueden servir para edificar una sociedad, toda vez que edificar sobre una
mentira es edificar sobre arena.
Estoy
casi seguro que lo que les falta a muchas de las personas que se dedican a la
política es que sean intelectualmente honrados, para respetar la verdad
dondequiera que la encuentren y esto es tan sólo valor moral. No tener miedo a
las consecuencias, no querer convertir la historia, el periódico, las ideas,
las estadísticas, en herramientas para construir tal o cual modelo de sociedad
que se piensa va a resolverlo todo.
Basta
sólo el valor moral, basta tan sólo negarse a mentir, no participando personalmente
en la mentira. Que cada uno deje de colaborar con la mentira en todos los sitios
donde la vea, negarse a que le obliguen a decirla, a escribirla, citarla o
firmarla, o a votarla. Claro que esto no es una idea nueva pues ya lleva más de
dos mil años con nosotros.
Pienso
que, teniendo en cuenta que la enseñanza tiene como objeto el cultivo y la
enseñanza de las ciencias, y que todas las ciencias tienen por objeto el
hallazgo de la verdad, quizá el mayor servicio que hoy podrían prestar nuestras
escuelas, acaso fuera el hacer de sus alumnos hombres intelectualmente honrados.
O lo que es lo mismo: hombres que profesaran un tan escrupuloso respeto a la
verdad que no se dejaran torcer por ideologías ni por intereses. Y como la
verdad hace libre al hombre, hay que estar siempre preparados a ceder ante la
verdad, resueltos a adheriros a ella; y ella nos ahorrará la pesadumbre de ceder
ante cualquier otra persona o cosa.
Feliz
Día.
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