"Una cosa muerta puede ir con la corriente,
pero sólo un ser vivo puede ir en su contra." (G. K. Chesterton).
Empezamos
la semana con el sol alumbrándonos desde las 07:31 horas hasta las 17:57, y con
el día en que se celebra la fiesta de san Carlos Borromeo, y aunque, puede
hacer algo de viento no creo que sea una excusa suficiente para que no tengamos
un buen día.
Estoy
oyendo en esta campaña electoral, tal vez demasiadas veces, que se esta
llamando a todos los nuevos partidos que prometen “el oro y el moro” de
populistas.
Y,
es que, si el populismo consiste en pedir fantasías y prometer paraísos, todas
las ideologías han sido populistas. Lo fueron, desde luego, las primeras proclamas
revolucionarias, que prometieron a toda la sociedad que se perfeccionaría hasta
cambiar la historia, mediante el crecimiento perpetuo e ilimitado. Y, si
fuéramos analizando detenidamente todas las ideologías que han ido naciendo del
tronco revolucionario, descubriríamos que no han hecho otra cosa sino populismo
barato.
El
liberalismo prometió la golosina de la libertad individual, que finalmente ha
sido la libertad del fuerte para oprimir al débil, la libertad del rico para
sangrar al pobre y la libertad del capital para amontonarse en unas pocas manos
y convertir el trabajo en mera mercancía; también, por cierto, creo que prometió
libertad de opinión, pero lo cierto es que desde entonces verdad y error valieron
lo mismo, o sea, nada.
Si
continuamos con un pequeño repaso, después apareció el socialismo, que prometió
acabar con los abusos del capital con la socialización de los bienes, pero solo
ha conseguido destruir muchas instituciones que hacían de contrapoderes del Estado
y aseguraban la libertad política; también, recuerdo, que prometió que la lucha
de clases conduciría a una benéfica dictadura del proletariado, pero lo cierto
es que la dinámica propia de la lucha de clases generó lo que todos hemos
podido ver en los Estados que la llevaron hasta el final.
No
me detendré a enumerar las calamidades que ocasionaron las promesas del
fascismo y el comunismo, pues para eso ya están los políticos de turno en sus mítines,
que se las saben de carrerilla. Mucho más interesante me resulta analizar, aunque
sea muy brevemente, las falsas promesas de la democracia, que fue la ideología
alternativa a los totalitarismos, a los que acabó derrotando. La democracia, en su formulación propagandística
más divulgada, prometía un gobierno del pueblo y para el pueblo.
Pero
del pueblo nunca fue, puesto que nunca se ha permitido que hubiese auténtica
representación, impidiendo la posibilidad del mandato sobre el político, que
una vez elegido se atrinchera en unas élites de partido que son completamente opacas;
y tampoco se cumplió la promesa de un gobierno para el pueblo, pues muy pronto
esas élites de los partidos se dedicaron a acaparar poderes que nada tenían que
ver con la representación, siempre en un afán por arrimarse al dinero, hasta
terminar en un gobierno para el dinero y en contra del pueblo.
Y,
si continuo razonando, puedo llegar a la conclusión que esta conversión de la
democracia en un instrumento al servicio del dinero se esta intensificando con
la llamada “globalización”, que permite la creación de estructuras de gobierno
mundialistas que ni siquiera elige el pueblo.
Otra
cosa, para que el incumplimiento de esta doble promesa del pueblo y para el
pueblo fuese menos indigesta se prometieron otras ilusiones, como el Estado de
bienestar, que se incumple continuamente mientras se va cayendo poco a poco.
Así
que, cada vez que desde los partidos que están apegados al poder y los medios
de comunicación que los defienden se acusa de populistas a los partidos de reciente
cuño y ascenso meteórico, siento que las grandes enfermedades que han asolado a
la humanidad se han puesto de acuerdo en tildar de plaga al catarro.
Feliz
Día.
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