"Una cosa muerta puede ir con la corriente,
pero sólo un ser vivo puede ir en su contra." (G. K. Chesterton).
Buenos
Días: Ya estamos en el día de san Gonzalo, así que disfrutémoslo, lo haremos
con el sol desde las 07:55 horas hasta las 17:41 horas, en un martes que promete
una buena temperatura.
Me
parece que ayer no deje las cosas muy claras, tal vez porque no volví a explicar
lo que entiendo por una sociedad libre y abierta; las sociedades abiertas son
la causa y a la vez el efecto de la libertad de informar y de informarse. Es
así, debe existir la libertad de información y por lo tanto libertad para poder
informarse.
Sin
embargo, vemos una gran cantidad de casos en que los que recogen la información
parecen tener como premisa el falsificarla, y los que la recibimos de no preocuparnos.
Los profesionales de la información se muestran tan predispuestos a traicionar
el deber de dar información verdadera como los que la recibimos estamos tan
desinteresados en disfrutar de ese derecho.
Además,
lo que me llama más la atención es: ¿cómo pueden actuar, unos y otros, hasta
tal punto contra su propio interés? Pues la democracia no puede vivir sin una
cierta dosis de verdad. No puede sobrevivir si esa verdad queda por debajo de
un nivel mínimo. La democracia, basada en la libre elección de las grandes opciones
por la mayoría, se condena a sí misma a muerte si los ciudadanos que efectúan
tales opciones se pronuncian casi todos en la ignorancia de las realidades, la ceguera
de una pasión o la ilusión de una impresión pasajera.
La
información en la democracia es tan libre, tan sagrada, por haberse hecho cargo
de la función de contrarrestar todo lo que oscurece el juicio de los
ciudadanos, últimos decisores y jueces del interés general. Pero ¿qué sucede si
es la misma información la que se las ingenia para oscurecer el juicio de los
jueces? Ahora bien, ¿no observamos que los periódicos, revistas o debates
televisivos, campañas de prensa que remueven las conciencias y originan las más
poderosas muestras de rechazo, se caracterizan, salvo excepciones, por un
contenido informativo cuya pobreza corre pareja con su falsedad?
Incluso
lo que llamamos periodismo de investigación, presentado como un ejemplo típico
de valentía y de intransigencia, obedece en buena medida a móviles no siempre
dictados por el culto desinteresado a la información, aunque ésta fuera auténtica.
Frecuentemente se pone de relieve una información porque es susceptible, por
ejemplo, de destruir a un alcalde, y no por su importancia intrínseca; se deja
de lado o se minimiza tal otra información, mucho más interesante para el interés
general, pero desprovista de utilidad personal o sectaria a corto plazo.
Desde
fuera, el lector, el espectador o el oyente, distingue apenas, o en absoluto,
la operación noble de la operación mezquina. Pero dígase lo que se quiera del periodismo
debemos guardarnos de incriminar a los periodistas. Si un número demasiado
reducido de ellos, en efecto, sirve realmente al ideal teórico de su profesión
es porque, repito, el público apenas los incita a ello; y es, pues, en el público,
en cada uno de nosotros, donde hay que buscar la causa de la supremacía de los
periodistas poco competentes o poco escrupulosos. La oferta se explica por la
demanda. Pero la demanda, en materia de información y de análisis, emana de
nuestras convicciones. ¿Y cómo se forman éstas?
En
fin, una buena pregunta para responder durante todo este día.
Feliz
Día.
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