martes, 26 de noviembre de 2019

Martes 26 de noviembre de 2019.

"Una cosa muerta puede ir con la corriente, pero sólo un ser vivo puede ir en su contra." (G. K. Chesterton). 

Buenos Días: Ya estamos en el día de san Gonzalo, así que disfrutémoslo, lo haremos con el sol desde las 07:55 horas hasta las 17:41 horas, en un martes que promete una buena temperatura.
Me parece que ayer no deje las cosas muy claras, tal vez porque no volví a explicar lo que entiendo por una sociedad libre y abierta; las sociedades abiertas son la causa y a la vez el efecto de la libertad de informar y de informarse. Es así, debe existir la libertad de información y por lo tanto libertad para poder informarse. 
Sin embargo, vemos una gran cantidad de casos en que los que recogen la información parecen tener como premisa el falsificarla, y los que la recibimos de no preocuparnos. Los profesionales de la información se muestran tan predispuestos a traicionar el deber de dar información verdadera como los que la recibimos estamos tan desinteresados en disfrutar de ese derecho.
Además, lo que me llama más la atención es: ¿cómo pueden actuar, unos y otros, hasta tal punto contra su propio interés? Pues la democracia no puede vivir sin una cierta dosis de verdad. No puede sobrevivir si esa verdad queda por debajo de un nivel mínimo. La democracia, basada en la libre elección de las grandes opciones por la mayoría, se condena a sí misma a muerte si los ciudadanos que efectúan tales opciones se pronuncian casi todos en la ignorancia de las realidades, la ceguera de una pasión o la ilusión de una impresión pasajera.
La información en la democracia es tan libre, tan sagrada, por haberse hecho cargo de la función de contrarrestar todo lo que oscurece el juicio de los ciudadanos, últimos decisores y jueces del interés general. Pero ¿qué sucede si es la misma información la que se las ingenia para oscurecer el juicio de los jueces? Ahora bien, ¿no observamos que los periódicos, revistas o debates televisivos, campañas de prensa que remueven las conciencias y originan las más poderosas muestras de rechazo, se caracterizan, salvo excepciones, por un contenido informativo cuya pobreza corre pareja con su falsedad?
Incluso lo que llamamos periodismo de investigación, presentado como un ejemplo típico de valentía y de intransigencia, obedece en buena medida a móviles no siempre dictados por el culto desinteresado a la información, aunque ésta fuera auténtica. Frecuentemente se pone de relieve una información porque es susceptible, por ejemplo, de destruir a un alcalde, y no por su importancia intrínseca; se deja de lado o se minimiza tal otra información, mucho más interesante para el interés general, pero desprovista de utilidad personal o sectaria a corto plazo.
Desde fuera, el lector, el espectador o el oyente, distingue apenas, o en absoluto, la operación noble de la operación mezquina. Pero dígase lo que se quiera del periodismo debemos guardarnos de incriminar a los periodistas. Si un número demasiado reducido de ellos, en efecto, sirve realmente al ideal teórico de su profesión es porque, repito, el público apenas los incita a ello; y es, pues, en el público, en cada uno de nosotros, donde hay que buscar la causa de la supremacía de los periodistas poco competentes o poco escrupulosos. La oferta se explica por la demanda. Pero la demanda, en materia de información y de análisis, emana de nuestras convicciones. ¿Y cómo se forman éstas?
En fin, una buena pregunta para responder durante todo este día.

Feliz Día.

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