lunes, 25 de noviembre de 2019

Lunes 25 de noviembre de 2019.

"Una cosa muerta puede ir con la corriente, pero sólo un ser vivo puede ir en su contra." (G. K. Chesterton). 

Buenos Días: Por fin es lunes, vamos a intentar volver a la costumbre de todos los días, el sol hará su aparición a las 07:54 horas y nos acompañara hasta las 17:41 horas, mientras tanto podremos celebrar la festividad de san Moisés.
Parecía complicado poder tener unas horas tranquilas durante el fin de semana, pero los largos momentos de espera en la calma de la montaña lo han conseguido, solo el fuerte viento ha roto un poco la concentración.
Terminábamos la semana pasada diciendo que es ahora, en estos años, donde se encuentran a la vez más conocimientos y más hombres que conocen esos conocimientos. Diciéndolo de otra forma, el conocimiento ha progresado, y aparentemente ha sido seguido en su progreso por la información, que es la forma de repartirlo entre el público.
Si observamos a nuestro alrededor nos daremos cuenta que la enseñanza se prolonga cada vez más tiempo y que no se para de asistir a toda clase de cursos, a esto tenemos que añadir que las herramientas que se utilizan para la comunicación de masas se multiplican y estamos rodeados de toda clase de mensajes en una forma inconcebible en nuestra juventud. Ahora la información se hace más y más igualitaria y generosa, de modo que anula la vieja discriminación entre la élite en el poder que sabía muy poco y el común de los gobernados que no sabía nada. Hoy, los dos saben o pueden saber mucho.
 La superioridad del siglo XXI sobre los precedentes parece, pues, fundarse en que los dirigentes o responsables en todos los terrenos disponen de conocimientos más surtidos y más exactos para preparar sus decisiones, mientras que el público, por su parte, recibe con abundancia las informaciones que le sitúan en posición de juzgar lo acertado de esas decisiones.
Si esto es así, en buena lógica debería de haber una mejora de la condición humana. Sería frívolo afirmarlo. Estas dos primeras décadas de este siglo se singularizan por el aumento de las guerras, del aumento de inmigrantes y de refugiados… todos estos acontecimientos parecen desmentir la opinión general según la cual nuestro tiempo habría sido el del triunfo de la democracia y el de una mejora sustancial en nuestra sociedad. Y, no obstante, lo ha sido, a pesar de todo, por una doble razón. Estamos con un mayor número de democracias, las cuales están en mejor estado de funcionamiento que en ningún otro momento de la historia. Además, incluso escarnecida, la democracia se ha impuesto a todos como valor teórico de referencia.
Las únicas divergencias a su respecto se refieren a la manera de aplicarla, a la «falsa» y a la «verdadera» puesta en marcha del principio democrático. Incluso si se denuncia la mentira de las tiranías que pretenden obrar en nombre de una pretendida democracia «auténtica», o en la espera de una democracia perfecta pero eternamente futura, debe reconocerse que la especie de los regímenes dictatoriales fundados en un rechazo declarado, explícito, doctrinal del principio mismo de la democracia desapareció con el hundimiento del nazismo y del fascismo en 1945, y luego del franquismo en 1975. Las supervivencias son marginales.
A pesar de todo hay que reconocer que los dirigentes no democráticos disponen de la información a título profesional lo mismo que los dirigentes democráticos, incluso si se obstinan en negársela a sus súbditos, sin, por otra parte, conseguirlo por completo. Los fracasos económicos de los países comunistas, por ejemplo, no proceden de que sus jefes ignoren las causas. Por lo general, las conocen bastante bien y lo dejan entrever de vez en cuando. Pero no quieren o no pueden suprimirlas, por lo menos totalmente, y se limitan, lo más a menudo, a combatir los síntomas por miedo a poner en peligro un orden político y social más precioso a sus ojos que el éxito económico.
En estos casos comprendo el motivo por el cual la información ha sido ineficaz para mejorar esa sociedad. Puede que, a consecuencia de un cálculo por completo racional, se abstengan de utilizar lo que saben.
No obstante, la impotencia de la información para mejorar la sociedad sería una desgracia insignificante si no fuera consecuencia más que de la censura, de la hipocresía y de la mentira. Aún continuaría siendo comprensible si se añadieran a estas causas los mecanismos medianamente sinceros de la mala fe. Sin embargo, me sorprendo al ver como consideramos la mala fe como una segunda naturaleza en la mayoría de las personas cuya misión es informar, dirigir, pensar, hablar.
Y ahora, me pregunto: ¿Podría ser que esas personas con esa abundancia de conocimientos asequibles y de informaciones disponibles excitara el deseo de esconderlos más bien que de utilizarlos? ¿Podría ser que el acceso a la verdad desencadenara más resentimiento que satisfacción, la sensación de un peligro más que la de un poder? ¿Cómo explicar, pues, la escasez de información exacta en nuestra sociedad, en la que ha desaparecido en gran parte los obstáculos materiales para su difusión, de manera que podamos conocerla fácilmente si sentimos curiosidad por ella o simplemente si no la rechazamos? Sí, es por estas preguntas como se llega a la clave del problema.
Pero, esas respuestas necesitan un poco más de reflexión.

Feliz Día.

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