"Una cosa muerta puede ir con la corriente,
pero sólo un ser vivo puede ir en su contra." (G. K. Chesterton).
Buenos
Días: Por fin es lunes, vamos a intentar volver a la costumbre de todos los
días, el sol hará su aparición a las 07:54 horas y nos acompañara hasta las 17:41
horas, mientras tanto podremos celebrar la festividad de san Moisés.
Parecía
complicado poder tener unas horas tranquilas durante el fin de semana, pero los
largos momentos de espera en la calma de la montaña lo han conseguido, solo el
fuerte viento ha roto un poco la concentración.
Terminábamos
la semana pasada diciendo que es ahora, en estos años, donde se encuentran a la
vez más conocimientos y más hombres que conocen esos conocimientos. Diciéndolo
de otra forma, el conocimiento ha progresado, y aparentemente ha sido seguido
en su progreso por la información, que es la forma de repartirlo entre el público.
Si
observamos a nuestro alrededor nos daremos cuenta que la enseñanza se prolonga
cada vez más tiempo y que no se para de asistir a toda clase de cursos, a esto
tenemos que añadir que las herramientas que se utilizan para la comunicación de
masas se multiplican y estamos rodeados de toda clase de mensajes en una forma
inconcebible en nuestra juventud. Ahora la información se hace más y más
igualitaria y generosa, de modo que anula la vieja discriminación entre la
élite en el poder que sabía muy poco y el común de los gobernados que no sabía
nada. Hoy, los dos saben o pueden saber mucho.
La superioridad del siglo XXI sobre los
precedentes parece, pues, fundarse en que los dirigentes o responsables en
todos los terrenos disponen de conocimientos más surtidos y más exactos para preparar
sus decisiones, mientras que el público, por su parte, recibe con abundancia
las informaciones que le sitúan en posición de juzgar lo acertado de esas
decisiones.
Si
esto es así, en buena lógica debería de haber una mejora de la condición
humana. Sería frívolo afirmarlo. Estas dos primeras décadas de este siglo se
singularizan por el aumento de las guerras, del aumento de inmigrantes y de
refugiados… todos estos acontecimientos parecen desmentir la opinión general
según la cual nuestro tiempo habría sido el del triunfo de la democracia y el de una mejora sustancial en nuestra sociedad. Y, no
obstante, lo ha sido, a pesar de todo, por una doble razón. Estamos con un
mayor número de democracias, las cuales están en mejor estado de funcionamiento
que en ningún otro momento de la historia. Además, incluso escarnecida, la
democracia se ha impuesto a todos como valor teórico de referencia.
Las
únicas divergencias a su respecto se refieren a la manera de aplicarla, a la
«falsa» y a la «verdadera» puesta en marcha del principio democrático. Incluso
si se denuncia la mentira de las tiranías que pretenden obrar en nombre de una
pretendida democracia «auténtica», o en la espera de una democracia perfecta
pero eternamente futura, debe reconocerse que la especie de los regímenes
dictatoriales fundados en un rechazo declarado, explícito, doctrinal del
principio mismo de la democracia desapareció con el hundimiento del nazismo y
del fascismo en 1945, y luego del franquismo en 1975. Las supervivencias son
marginales.
A
pesar de todo hay que reconocer que los dirigentes no democráticos disponen de
la información a título profesional lo mismo que los dirigentes democráticos, incluso
si se obstinan en negársela a sus súbditos, sin, por otra parte, conseguirlo
por completo. Los fracasos económicos de los países comunistas, por ejemplo, no
proceden de que sus jefes ignoren las causas. Por lo general, las conocen
bastante bien y lo dejan entrever de vez en cuando. Pero no quieren o no pueden
suprimirlas, por lo menos totalmente, y se limitan, lo más a menudo, a combatir
los síntomas por miedo a poner en peligro un orden político y social más precioso
a sus ojos que el éxito económico.
En
estos casos comprendo el motivo por el cual la información ha sido ineficaz
para mejorar esa sociedad. Puede que, a consecuencia de un cálculo por completo
racional, se abstengan de utilizar lo que saben.
No
obstante, la impotencia de la información para mejorar la sociedad sería una
desgracia insignificante si no fuera consecuencia más que de la censura, de la
hipocresía y de la mentira. Aún continuaría siendo comprensible si se añadieran
a estas causas los mecanismos medianamente sinceros de la mala fe. Sin embargo,
me sorprendo al ver como consideramos la mala fe como una segunda naturaleza en
la mayoría de las personas cuya misión es informar, dirigir, pensar, hablar.
Y
ahora, me pregunto: ¿Podría ser que esas personas con esa abundancia de conocimientos
asequibles y de informaciones disponibles excitara el deseo de esconderlos más
bien que de utilizarlos? ¿Podría ser que el acceso a la verdad desencadenara
más resentimiento que satisfacción, la sensación de un peligro más que la de un
poder? ¿Cómo explicar, pues, la escasez de información exacta en nuestra
sociedad, en la que ha desaparecido en gran parte los obstáculos materiales
para su difusión, de manera que podamos conocerla fácilmente si sentimos curiosidad
por ella o simplemente si no la rechazamos? Sí, es por estas preguntas como se
llega a la clave del problema.
Pero,
esas respuestas necesitan un poco más de reflexión.
Feliz
Día.
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