“No necesitamos una religión que tenga razón en lo que nosotros tenemos razón. Lo que necesitamos es una religión que tenga razón en lo que nosotros nos equivocamos”. (G. K. Chesterton)
Día 41. 7 de julio de 2024.
Talmont-Sint-Hilari --- Grues.
Distancia: 41,95 km.
Media: 14,40 km/h.
Desnivel positivo: 93 m.
Seguimos con el Atlántico a nuestra derecha, el
entorno continua siendo magnifico, aunque al ser una zona muy turística existen
demasiados paseos marítimos con todo el inmobiliario publico que hace que
pasear por el carril bici este bien, pero con la bicicleta cargada se hace complicado,
pues todo son bordillos que hay que subir y bajar, aunque pequeños pero te
cortan el ritmo.
Pero es lo que hay, el turismo impone
sus reglas. Y los que vivimos en la costa valenciana las conocemos muy bien. Salvo
despistes, a nadie escapa la importancia del turismo en nuestra región y en
muchas regiones de toda Europa, puede ser, aunque no le se con seguridad que el
turismo sea la primera actividad
económica en España y quien más y quien menos, hemos hecho y estamos haciendo
de alguna manera turismo.
¿Qué hay entonces de las protestas “contra
el turismo”? Las ciudades que sufren una masificación del turismo corren el
riesgo de quedar reducidas a una caricatura de sí mismas: unos cuantos
decorados para pasearse, entre empujones y esperas, claro, unos cuantos platos
típicos que “debes comer” entre visita y visita “con prisas, por “ y alguna
otra superficialidad como emocionarse escuchando una música folclórica del
lugar.
Salvo los monumentos que son
distintos, todas esas ciudades terminan siendo caricaturas que se acaban
pareciendo unas a otras. Se centran
tanto en lo que tienen de extraordinario para venderlo al turista que terminan
descuidando lo ordinario, dónde comprar, dónde están los colegios, el centro de
salud, dónde reunirse con los vecinos y los amigos. En fin, se termina por
vivir en ciudades inhabitables, pues impiden a sus ciudadanos la posibilidad de
satisfacer las necesidades humanas básicas.
En estas condiciones, una ciudad no
puede dar a sus ciudadanos el entorno para ser y sentirse diversos, sino
replicar el modelo de globalización que destruye la riqueza y la particularidad
de cada persona y de cada pueblo, quitando al mundo su variado colorido, su
belleza y su humanidad.
Cuando se pone en valor lo ordinario
de cada día para conservar la esencia de la comunidad se crean las condiciones
para que surjan cosas genuinas. Esperemos que con la idea de salvar nuestros
ambientes de la caricaturas global, se puedan abrir las puertas para sentir y
gustar de las cosas que son nuestras.
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