“<<Bueno es una experiencia>>, dice la gente para indicar que algo es irremediablemente desagradable”. (G. K. Chesterton)
Día 37. 3 de julio de 2024.
Orée-d’Anjou ---
Saint-Etienne-de-Montluc.
Distancia: 63,54 km.
Media: 14,35 km/h.
Desnivel positivo: 242 m.
No siempre las cosas salen como teníamos
pensado, a veces es por una decisión mal tomada, sobre todo si es sobre la marcha
pues tenemos que elegir rápidamente. Ir a buscar un supermercado fuera de la
ruta que teníamos pensada se puede convertir en una sucesión de problemas que
al final no eran necesarios pues al lado del camping hay un Carrefour.
Después todo son excusas, no son
necesarias pero las busco, aunque no me las van a tener en cuenta nadie, bueno
si, Mark, pero como el idioma es una barrera con una simple vale.
La cuestión es que como dice el dicho:
“de buenas intenciones está el infierno lleno”. Y es verdad. ¿Cuántas veces he empezado
una frase queriendo justificar algo que he hecho? Entonces se me llena la boca
de “No, verás, es que…”, o “Si yo iba a…”, “yo quería…” y detrás vienen
explicaciones, justificaciones, mil y un motivos que me sirven, tal vez, para
descargar un poco la mala conciencia de haber actuado mal, de no haber hecho lo
que me había propuesto o lo que otros esperaban de mi.
Las excusas lo mismo me sirven para
justificar lo que he hecho o lo que he dejado sin hacer: que me estoy gastando
más de lo que tenia presupuestado, que no he llamado a casa en un montón de
días, que no cuidao bien a mis amigos...
Veamos, comprendedme. Las excusas a
veces son reales. No siempre hago las cosas mal. Es verdad que hay ocasiones en
que los buenos propósitos tropiezan con obstáculos, imprevistos y situaciones
que impiden que uno haga todo aquello que se había propuesto. A veces, de
verdad, tengo. Y la cuento. Y no hay más.
También puede ocurrir que yo sepa que
tus excusas no son reales. Pero las veo como mentiras piadosas. No es el ideal,
pero a veces...
El problema es cuando uno empieza a
creerse sus propios cuentos. Porque, si me examino un poco, descubro que
algunas excusas son tan solo ficciones que intento contar, a otros o a mí mismo,
para justificarme. A veces me engaño, me convenzo, me miento a mí mismo para
justificarme. Pero, si rasco un poco, reconozco que esas excusas son mentiras, conscientes
o inconscientes. Son, tan solo, intentos de huir por una puerta falsa, un atajo
o quedando bien.
Me voy enredando en justificaciones que
me impiden ver el problema. E incluso puede ser que vaya enredando a otros, que
quieren creerme. A veces la salida más sencilla es reconocer las cosas como
son. Darme permiso para no ser tan cumplidor, o para equivocarme. Aceptar que
algo no va como esperabas, o como debía haber sido. Pedir perdón si es
necesario. Solo eso es fácil que me pueda permitir mirar con honestidad y
aceptar lo que no puedo cambiar, pero también detectar lo que sí puedo, y a
veces debo, intentar cambiar. Para no terminar poniendo excusas ante lo que
tendría que ser innegociable en nuestra vida: el amor, la justicia o sea
nuestros principios.
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