viernes, 15 de diciembre de 2023

¡¡¡Buenos días!!! ¡Ya estamos en viernes!

     “El hombre libre no es aquel que piensa que todas las opiniones son igualmente verdaderas o falsas, pues eso no es libertad sino debilidad mental”. (G. K. Chesterton)


¡¡¡Buenos días!!!

Ayer, después de una estupenda mañana, me pase la tarde leyendo e intentando aclararme un poco con todo lo que nos está pasando a los españoles. Pensaba que hemos entregado una autorización para que nos representen a unas personas, le hayamos votado o no, cuya misión es recoger el acta de diputados o senadores, sentarse en el sillón de las cámaras donde ya no son candidatos de unas siglas para ponerse al servicio de cada ciudadano. Claro que esto es la teoría.

La realidad es que no son independientes, no tienen libertad para votar según su conciencia, por lo que mi acto libre de colocar la papeleta en la urna ha perdido su finalidad; que ese voto continue libre hasta la próxima votación. Da miedo y estupor, y algo de desencanto haber dejado la papeleta en la urna.

Da tristeza ver un pleno en el Congreso y no distinguir la libertad que deje en la urna, ver como la mayoría de los congresistas no tienen otra atribución que calentar el asiento, aplaudir a su jefe de grupo y pulsar el botón indicado.

Al final lo comprendo, puedo entender que para un militante de base al que le cae semejante trabajo, el interés nacional, el bienestar y la seguridad física y jurídica de los ciudadanos no debe importarle nada ante la amenazadora presencia del jefe. Si hay orden de votar “sí”, se vota “sí”. Si hay orden de votar “no”, se vota “no”. Si al día siguiente hay que renegar de lo que se apoyaba públicamente veinticuatro horas antes, se reniega con toda la tranquilidad del mundo. Ya se encargará el partido de pasarles unas fotocopias con un argumentario embaucador. Y si con esos papeles no consiguen salvar la cara, a ponerla dura. 

Al fin y al cabo, se les pide obedecer sin chistar, aplaudir como marionetas de feria cada vez que ese jefe que se siente emperador enfatiza el discurso, manotea el aire mientras exclama con voz pretendidamente dolorida, o compone un gesto de sufrimiento ante todos aquellos a los que acusa de insultarle, de ser poco demócratas y de seguir colgados en el fascismo.

Si no fuera por el daño irreparable que se está haciendo a nuestro país, del odio que se han encargado de levantar, de su conciencia envenenada, de su obsesión por fiscalizarnos hasta cuando dormimos, de sus habilidades para imponer lo que tenemos que pensar, decir y obrar, de su nefasta habilidad para lavarse las manos ante el mal cometido, de su retorcimiento de la verdad, de su falta de palabra, es decir, si el resultado de semejante espectáculo no fuera desolador, podríamos reírnos de este vodevil sobre la democracia.

No quiero ni pensar hasta dónde se puede llegar en España con tal de seguir poniendo en riesgo nuestro presente y nuestro futuro. Amparándose en un sistema que se adapta a la perfección al capricho de cada César pasajero. Y no quiero ni pensar, ahora que nada pasa por casualidad sino por unos intereses perfectamente enlazados hacia dónde nos dirigimos, viendo en qué clase de fuerzas se apoya nuestro gobierno para mantener el anhelo de hacer y deshacer la legalidad.

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