“Lo malo de los pacifistas no es su visión de la guerra sino su visión de la paz” (G. K. Chesterton)
¡¡¡Buenos días!!!
Uno de los temas que más te encuentras
en esas tertulias de café de media tarde y que siempre llenan esos momentos rápidamente
es cuando se habla de las bondades de la Inteligencia Artificial y estoy seguro
de que continuaremos haciéndolo por algún tiempo pues son muchos los que
piensan que ahí se encuentra el futuro del conocimiento y que así pueden dejar
de pensar y razonar para que su cerebro descanse.
Parece ser que existe la posibilidad de
que dejemos nuestra inteligencia en reposo, cosa que según mi opinión nunca deberíamos
hacer. Veamos, lo que hace la Inteligencia Artificial es interpretar, muy bien,
por cierto, unos datos que se le presentan y que los emplea para lograr hacer
cosas concretas. O sea, de lo que se trata es de un simple medio para organizar
y gestionar esos datos, muy útil ciertamente pero que, de ninguna manera, va a
sustituir a la verdadera inteligencia que no lo olvidemos es creadora.
Me gustaría llamar la atención sobre el
hecho de que no hay “magia” detrás de la Inteligencia Artificial. Sería un
problema mitificarla porque nos llevaría a perder el espíritu crítico tanto
para interpretar sus resultados como para adivinar las intenciones con las que
se diseña. Detrás de ella hay personas, tanto para organizarla como para
comercializarla. Cada dato o algoritmo que maneja no es autónomo, sino el
resultado de un planteamiento. Y como tal debe de estar sujeto a un control
para su correcto uso. Pienso que como en toda actividad humana, tenemos que intentar
que se oriente al bien común y al desarrollo integral de las personas.
Otra cosa que se me ocurre es que, por
supuesto que nos abre grandes posibilidades, pero no nos equivoquemos; lo que
nos da es progreso material, pero no nos dará respuesta a las grandes preguntas
del ser humano. Incluso puede que acapare en exceso nuestra atención y nos haga
vivir en la superficialidad. No caigamos en la tentación de poner en las
tecnologías incipientes nuestras esperanzas, de confundir un medio con un fin,
de adorar a dioses de barro.
Es fácil que una maquina pueda hacer
reflexiones acertadas sobre lo más profundo del hombre, pero si es así, lo es
porque el hombre le ha enseñado a hacerlas. Ninguna máquina debería nunca tomar
decisiones de forma completamente independiente o dar consejos que requieran,
entre otras cosas, de la sabiduría, que no lo olvidemos es producto de
experiencias humanas, así como de tener en cuenta los valores humanos.
Y es que, por muy inteligentes que
lleguen a ser las futuras inteligencias artificiales nunca serán como la
humana; el desarrollo mental que requiere toda inteligencia compleja depende de
las relaciones con el entorno y estas van a depender siempre de nuestro cuerpo,
en concreto de lo que percibamos.
“La inteligencia de un individuo se
mide por la cantidad de incertidumbre que es capaz de soportar”, esto nos
lo decía Kant, y la verdadera creación está ahí y no en gestionar bien unos
datos.
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