“No entendemos nada de lo que ha ocurrido y nos ponemos -con bastante alivio- a decir lo que ocurrirá, que es, aparentemente, mucho más sencillo” (G. K. Chesterton)
¡¡¡Buenos días!!!
Hemos hablado
mucho de la vida, es normal, todos vivimos. Sin embargo ¿somos conscientes de
todo lo que comporta saber qué es la vida? La mayoría de nosotros estaremos de
acuerdo, más o menos, en que un ser vivo es el que nace, crece, se reproduce y
muere. Por lo tanto, es de esperar que también estaremos de acuerdo, más o
menos, en que los seres vivos se organizan de muy distintas formas para continuar
existiendo, para seguir vivos.
Sabemos y nos
damos cuenta de la diferencia que existe entre la gran cantidad de seres vivos
y los seres humanos, aunque viendo lo que se ve cada día, da la impresión de
que muchas personas hoy parecen no saberlo, o pretenden ignorarlo. El caso del
ser humano dentro de la naturaleza es único, me atrevería a decir que es el
único que tiene una conciencia espiritual que está por encima de lo que se
podría entender como natural en todos los demás seres vivos. Todos sentimos ese
“algo más”, sabemos que no vivimos solo para crecer, reproducirnos y morir.
Si recordáis,
Segismundo ya se preguntaba ¿qué es la vida?, lo hacia dentro de la célebre
obra “La vida es sueño” y Calderón de la Barca le ponía en sus labios: “¿Qué
es la vida? Un frenesí. / ¿Qué es la vida? Una ilusión, / una sombra, una
ficción, / y el mayor bien es pequeño; / que toda la vida es sueño, / y los
sueños, sueños son”.
Si ahora dejamos
un poco de lado la literatura clásica y preguntamos a la ciencia, a la Razón o
a los biólogos, veremos que, para ellos, la vida está basada en interconexiones
de elementos fisicoquímicos, que hacen moverse y relacionarse a los animales,
animales irracionales (nuestra mascota) y racionales como vosotros y yo.
Los psicólogos
nos dicen que la vida es algo más complejo; hay un elemento más complicado de analizar
al que llaman comportamiento, y les guste o no, es un tanto impredecible. Podemos
ver estudios de pautas de comportamiento y mirar estadísticas, pero siempre hay
personas que no cuadran totalmente con lo normal. En la medicina también se hace
mucho hincapié en la vida. La pregunta final viene a ser si el enfermo seguirá
viviendo, y viviendo con una determinada calidad de vida, o no.
Pero para nosotros,
tengamos la profesión que tengamos, la vida es algo más. La experimentamos a
diario, nos relacionamos con ella existencialmente. Para algunos, se trata de
una broma pesada, un ir de situación en situación intentando de que nos afecte
poco la muerte de una persona querida, la enfermedad de este otro conocido o
las dificultades en su propia familia, vida o trabajo. Para otros, más
prácticos, la vida es un tiempo para disfrutar, hacer cosas, cuantas más mejor.
Cada vez somos capaces de hacer más cosas. Hacemos casi cualquier cosa que nos
propongamos, y este sueño de poder, este sentirnos tan potentes nos lleva a
soñar en ser omnipotentes. Estamos tan seguros de poderlo conseguir todo que
también nos podemos hacer totalmente a nosotros mismos.
Es el dogma del
existencialismo. Yo hago mi vida, y esta acción es buena, o al menos buena para
mí, porque yo lo he decidido y lo he elegido libremente. No existen las
barreras, los límites, la deontología profesional, los principios morales… Y de
ese existencialismo damos el salto inevitable al relativismo, todo depende,
todo es relativo, y esa constatación del todo desemboca en una especie de
dictadura del relativismo.
Puedo poner un
ejemplo preocupante: un niño de catorce años cree tener disforia de género: es
niño y se siente niña. El médico, tras una breve consulta, le diagnostica “disforia
de género” y le hormonan, sabiendo que el tratamiento le va a dejar estéril
para toda su vida y con riesgo para otras enfermedades. Pero el niño lo ha
decidido, es correcto, “se hace” niña. Cualquiera puede declararse del otro
género y exigir hormonas y tratamientos. Es lo que los lobbies llaman
"desmedicalizar" o "despatologizar la transexualidad". Lo
que digan los médicos, insisten, da igual. Ni siquiera importa la ciencia, la
medicina; basta que yo lo decida.
La vida no es
algo de por sí negativo, ni tan libre y relativo como se afirma. Es un camino
por el que vale la pena transitar. Tiene vallas que evitaran que caminemos
hacia un precipicio real, sobre el que no vamos a poder volar (aunque nos
empeñemos). Tiene luces y sombras. Pero sobre todo es un buen camino hacia el
bien, hacia la belleza, hacia la verdadera alegría. El Bien debe estar en nuestro
horizonte, y siempre nos atraerá y nos empujará hacia arriba.
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