domingo, 10 de diciembre de 2023

¡Ya es domingo! ¡Buenos días!

 “No entendemos nada de lo que ha ocurrido y nos ponemos -con bastante alivio- a decir lo que ocurrirá, que es, aparentemente, mucho más sencillo” (G. K. Chesterton)

¡¡¡Buenos días!!!  

Hemos hablado mucho de la vida, es normal, todos vivimos. Sin embargo ¿somos conscientes de todo lo que comporta saber qué es la vida? La mayoría de nosotros estaremos de acuerdo, más o menos, en que un ser vivo es el que nace, crece, se reproduce y muere. Por lo tanto, es de esperar que también estaremos de acuerdo, más o menos, en que los seres vivos se organizan de muy distintas formas para continuar existiendo, para seguir vivos.  

Sabemos y nos damos cuenta de la diferencia que existe entre la gran cantidad de seres vivos y los seres humanos, aunque viendo lo que se ve cada día, da la impresión de que muchas personas hoy parecen no saberlo, o pretenden ignorarlo. El caso del ser humano dentro de la naturaleza es único, me atrevería a decir que es el único que tiene una conciencia espiritual que está por encima de lo que se podría entender como natural en todos los demás seres vivos. Todos sentimos ese “algo más”, sabemos que no vivimos solo para crecer, reproducirnos y morir.

Si recordáis, Segismundo ya se preguntaba ¿qué es la vida?, lo hacia dentro de la célebre obra “La vida es sueño” y Calderón de la Barca le ponía en sus labios: “¿Qué es la vida? Un frenesí. / ¿Qué es la vida? Una ilusión, / una sombra, una ficción, / y el mayor bien es pequeño; / que toda la vida es sueño, / y los sueños, sueños son”.

Si ahora dejamos un poco de lado la literatura clásica y preguntamos a la ciencia, a la Razón o a los biólogos, veremos que, para ellos, la vida está basada en interconexiones de elementos fisicoquímicos, que hacen moverse y relacionarse a los animales, animales irracionales (nuestra mascota) y racionales como vosotros y yo.

Los psicólogos nos dicen que la vida es algo más complejo; hay un elemento más complicado de analizar al que llaman comportamiento, y les guste o no, es un tanto impredecible. Podemos ver estudios de pautas de comportamiento y mirar estadísticas, pero siempre hay personas que no cuadran totalmente con lo normal. En la medicina también se hace mucho hincapié en la vida. La pregunta final viene a ser si el enfermo seguirá viviendo, y viviendo con una determinada calidad de vida, o no.

Pero para nosotros, tengamos la profesión que tengamos, la vida es algo más. La experimentamos a diario, nos relacionamos con ella existencialmente. Para algunos, se trata de una broma pesada, un ir de situación en situación intentando de que nos afecte poco la muerte de una persona querida, la enfermedad de este otro conocido o las dificultades en su propia familia, vida o trabajo. Para otros, más prácticos, la vida es un tiempo para disfrutar, hacer cosas, cuantas más mejor. Cada vez somos capaces de hacer más cosas. Hacemos casi cualquier cosa que nos propongamos, y este sueño de poder, este sentirnos tan potentes nos lleva a soñar en ser omnipotentes. Estamos tan seguros de poderlo conseguir todo que también nos podemos hacer totalmente a nosotros mismos.

Es el dogma del existencialismo. Yo hago mi vida, y esta acción es buena, o al menos buena para mí, porque yo lo he decidido y lo he elegido libremente. No existen las barreras, los límites, la deontología profesional, los principios morales… Y de ese existencialismo damos el salto inevitable al relativismo, todo depende, todo es relativo, y esa constatación del todo desemboca en una especie de dictadura del relativismo.

Puedo poner un ejemplo preocupante: un niño de catorce años cree tener disforia de género: es niño y se siente niña. El médico, tras una breve consulta, le diagnostica “disforia de género” y le hormonan, sabiendo que el tratamiento le va a dejar estéril para toda su vida y con riesgo para otras enfermedades. Pero el niño lo ha decidido, es correcto, “se hace” niña. Cualquiera puede declararse del otro género y exigir hormonas y tratamientos. Es lo que los lobbies llaman "desmedicalizar" o "despatologizar la transexualidad". Lo que digan los médicos, insisten, da igual. Ni siquiera importa la ciencia, la medicina; basta que yo lo decida.

La vida no es algo de por sí negativo, ni tan libre y relativo como se afirma. Es un camino por el que vale la pena transitar. Tiene vallas que evitaran que caminemos hacia un precipicio real, sobre el que no vamos a poder volar (aunque nos empeñemos). Tiene luces y sombras. Pero sobre todo es un buen camino hacia el bien, hacia la belleza, hacia la verdadera alegría. El Bien debe estar en nuestro horizonte, y siempre nos atraerá y nos empujará hacia arriba.

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