martes, 12 de diciembre de 2023

¡¡¡Buenos días!!! Un gran martes nos espera.

 “No hay nada más extraño hoy que la importancia de las cosas poco importantes. Excepto, naturalmente, la poca importancia de las cosas importantes” G. K. Chesterton)

¡¡¡Buenos días!!!  


He repasado por encima la entrada de ayer y me deje algunas cuestiones por abordar, cuestiones lo suficientemente interesantes para seguir un día más con el mismo tema.

Si no recuerdo mal, terminaba ayer con el problema que nos puede surgir cuando encasillamos a las personas en totalmente “buenas” o totalmente “malas”, si miramos con tranquilidad este encasillamiento veremos que de alguna manera hemos convertido a las personas en cosas y, esto como bien comprendéis nos puede complicar la vida.

No hay, por mucho que nos pueda parecer, personas enteramente “buenas” y otras totalmente “malas”. Nuestra realidad no es nítida ni específica, si lo es la manera que tenemos de movernos por ella, necesitamos “detener” la realidad, definirla, estudiarla y catalogarla. Al hacer esto establecemos categorías en las que colocamos a todos lo que cumplen algún requisito. Pero la realidad que nos rodea es sumamente compleja. Las personas somos por lo tanto complejas. En los hombres siempre hay algo bueno y algo malo, el punto que tenemos que averiguar es en qué proporciones. De acuerdo con nuestro comportamiento, a nuestra educación, cultura o idiosincrasia, tenemos la libertad de inclinarnos más o menos hacia un tipo de bien o mal, pero en nosotros hay muchos aspectos que se pueden observar.

Veamos, yo puedo ser un buen amigo, pero ¿qué significa buen amigo?, ¿ser un amigo perfecto?, ¿y cómo se llega a eso? Uno tiene buenos y malos comportamientos como amigo; pero también tiene buenos y malos comportamientos como trabajador, o como padre. Y puede ser más buen padre que malo, pero más mal trabajador que bueno, etc. Esto se puede complicar infinitamente…

¿Qué está pasando? Lo que sucede es que hoy en día existe una tendencia a simplificar las cosas y aprovecharse de ello. Muchos líderes políticos para mover a la gente, para ponernos en acción, lo que hacen es simplificar su realidad y enseñarla como una cosa buena, pues ya sabemos que nuestra voluntad se inclina hacia lo bueno, pero al mismo tiempo lo que hacen es presentar a la oposición como algo “enteramente” malo. Intentan que nuestro juicio solo se centre en lo simple, bueno o malo, ya que resulta más fácil aceptarlo o rechazarlo.

Si lo pensáis veréis que ese el motivo por el que lo tópicos tienen tanto éxito, son explicaciones simples de realidades complejas, que, por supuesto no explican, sino que toman la parte por el todo y reducen dicha realidad. Es un tipo de sofisma. ¿Quién se niega a eliminar algo malo?, si es malo, es que no tiene que estar allí en nuestra presencia.

Si juzgamos a una persona como mala, inmediatamente tomamos una postura con respecto a ella. Lo malo no nos atrae, ni nos gusta, ni nos conviene. Hay que evitarla, apartarse de ella. Es el “enemigo”, es “el ladrón”. Pero ¿es del todo mala una persona? A veces nos negamos a oír lo que pueda decir porque ya le hemos encasillado como “mala”.

Pero ¿qué pasa si no advertimos el valor de una persona? Si juzgamos a las personas de forma superficial y sólo nos detenemos en un solo aspecto que puede ser negativo, si solo juzgamos ese aspecto negativo casi sin darnos cuenta lo habremos hecho extensible a todo su ser, y entonces la veremos como una “persona mala”. Ya sé que este es un impulso frecuente en todos nosotros, pero se corrige con argumentos, ¡ah!, pero para eso hay ponerse a pensar y razonar. Sin embargo, cuando se nos impide reflexionar se nos puede radicalizar fomentando un odio visceral hacia esa persona. Es el mecanismo que utilizan muchos fanatismos.

No hace falta ahora repasar algunos genocidios que hemos visto en la historia para que sepamos que sucedieron porque se simplifico el tema, se clasifico solamente como “malo”, “pésimo”, “aborrecible”, “indeseable”. El tema en cuestión pudo haber sido no estar de acuerdo con una idea, de alguna creencia, por tener un color de piel o rasgos determinados, o por pertenecer a una cultura diferente, o peor todavía, por pertenecer a un “partido político”. Basta eso para dividir la sociedad en “buenos” y “malos”. Las etiquetas nos ciegan ante la realidad de una vida humana.

Al realizar esa reducción, es muy fácil encontrar una justificación para atacar esa cuestión, que más bien son excusas: he eliminado algo malo. Pero ¿en realidad lo era?, más bien he pensado que lo era. Lo he percibido como una amenaza, como un daño público, como el mal encarnado. Así los hombres nos degeneramos moralmente. Muchas veces instigados por las mentiras de los poderosos, muchas veces forzados para sobrevivir, para que no sufran daño nuestros seres queridos... hay muchas maneras, pero siempre se reduce a la triste dicotomía: hombre bueno - hombre malo.

La verdad, reflexionémoslo, es que no hay hombres “buenos” y hombres “malos”; todos somos “buenos y malos” en algún sentido, y nuestra lucha consiste en acoger interiormente cada vez más cosas buenas, en todos los aspectos y facetas de nuestra vida; y dejar poca margen a las cosas malas. Más que “hombres buenos” hay “buenos hombres”, cuando en esa lucha interior ganan las virtudes y los valores que lo perfeccionan como ser humano; y hay “malos hombres” cuando tienen muchas batallas perdidas y dejan de luchar por crecer en el bien. El buen hombre es el que pelea por evitar cometer actos malos y mantenerse en la búsqueda y consecución de lo bueno; aunque también tenga cosas malas, que seguro las tiene.

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