“No hay nada más extraño hoy que la importancia de las cosas poco importantes. Excepto, naturalmente, la poca importancia de las cosas importantes” G. K. Chesterton)
¡¡¡Buenos días!!!
He repasado por encima la entrada de
ayer y me deje algunas cuestiones por abordar, cuestiones lo suficientemente
interesantes para seguir un día más con el mismo tema.
Si no recuerdo mal, terminaba ayer con
el problema que nos puede surgir cuando encasillamos a las personas en
totalmente “buenas” o totalmente “malas”, si miramos con tranquilidad este
encasillamiento veremos que de alguna manera hemos convertido a las personas en
cosas y, esto como bien comprendéis nos puede complicar la vida.
No hay, por mucho que nos pueda parecer,
personas enteramente “buenas” y otras totalmente “malas”. Nuestra realidad no
es nítida ni específica, si lo es la manera que tenemos de movernos por ella,
necesitamos “detener” la realidad, definirla, estudiarla y catalogarla. Al
hacer esto establecemos categorías en las que colocamos a todos lo que cumplen algún
requisito. Pero la realidad que nos rodea es sumamente compleja. Las personas
somos por lo tanto complejas. En los hombres siempre hay algo bueno y algo
malo, el punto que tenemos que averiguar es en qué proporciones. De acuerdo con
nuestro comportamiento, a nuestra educación, cultura o idiosincrasia, tenemos
la libertad de inclinarnos más o menos hacia un tipo de bien o mal, pero en
nosotros hay muchos aspectos que se pueden observar.
Veamos, yo puedo ser un buen amigo, pero
¿qué significa buen amigo?, ¿ser un amigo perfecto?, ¿y cómo se llega a eso?
Uno tiene buenos y malos comportamientos como amigo; pero también tiene buenos
y malos comportamientos como trabajador, o como padre. Y puede ser más buen
padre que malo, pero más mal trabajador que bueno, etc. Esto se puede complicar
infinitamente…
¿Qué está pasando? Lo que sucede es que
hoy en día existe una tendencia a simplificar las cosas y aprovecharse de ello.
Muchos líderes políticos para mover a la gente, para ponernos en acción, lo que
hacen es simplificar su realidad y enseñarla como una cosa buena, pues ya
sabemos que nuestra voluntad se inclina hacia lo bueno, pero al mismo tiempo lo
que hacen es presentar a la oposición como algo “enteramente” malo. Intentan que
nuestro juicio solo se centre en lo simple, bueno o malo, ya que resulta más fácil
aceptarlo o rechazarlo.
Si lo pensáis veréis que ese el motivo
por el que lo tópicos tienen tanto éxito, son explicaciones simples de
realidades complejas, que, por supuesto no explican, sino que toman la parte
por el todo y reducen dicha realidad. Es un tipo de sofisma. ¿Quién se niega a
eliminar algo malo?, si es malo, es que no tiene que estar allí en nuestra
presencia.
Si juzgamos a una persona como mala,
inmediatamente tomamos una postura con respecto a ella. Lo malo no nos atrae,
ni nos gusta, ni nos conviene. Hay que evitarla, apartarse de ella. Es el
“enemigo”, es “el ladrón”. Pero ¿es del todo mala una persona? A veces nos
negamos a oír lo que pueda decir porque ya le hemos encasillado como “mala”.
Pero ¿qué pasa si no advertimos el valor
de una persona? Si juzgamos a las personas de forma superficial y sólo nos
detenemos en un solo aspecto que puede ser negativo, si solo juzgamos ese
aspecto negativo casi sin darnos cuenta lo habremos hecho extensible a todo su
ser, y entonces la veremos como una “persona mala”. Ya sé que este es un
impulso frecuente en todos nosotros, pero se corrige con argumentos, ¡ah!, pero
para eso hay ponerse a pensar y razonar. Sin embargo, cuando se nos impide
reflexionar se nos puede radicalizar fomentando un odio visceral hacia esa
persona. Es el mecanismo que utilizan muchos fanatismos.
No hace falta ahora repasar algunos
genocidios que hemos visto en la historia para que sepamos que sucedieron
porque se simplifico el tema, se clasifico solamente como “malo”, “pésimo”,
“aborrecible”, “indeseable”. El tema en cuestión pudo haber sido no estar de
acuerdo con una idea, de alguna creencia, por tener un color de piel o rasgos
determinados, o por pertenecer a una cultura diferente, o peor todavía, por
pertenecer a un “partido político”. Basta eso para dividir la sociedad en
“buenos” y “malos”. Las etiquetas nos ciegan ante la realidad de una vida
humana.
Al realizar esa reducción, es muy fácil
encontrar una justificación para atacar esa cuestión, que más bien son excusas:
he eliminado algo malo. Pero ¿en realidad lo era?, más bien he pensado que lo
era. Lo he percibido como una amenaza, como un daño público, como el mal
encarnado. Así los hombres nos degeneramos moralmente. Muchas veces instigados
por las mentiras de los poderosos, muchas veces forzados para sobrevivir, para
que no sufran daño nuestros seres queridos... hay muchas maneras, pero siempre
se reduce a la triste dicotomía: hombre bueno - hombre malo.
La verdad, reflexionémoslo, es que no
hay hombres “buenos” y hombres “malos”; todos somos “buenos y malos” en algún
sentido, y nuestra lucha consiste en acoger interiormente cada vez más cosas
buenas, en todos los aspectos y facetas de nuestra vida; y dejar poca margen a
las cosas malas. Más que “hombres buenos” hay “buenos hombres”, cuando en esa
lucha interior ganan las virtudes y los valores que lo perfeccionan como ser
humano; y hay “malos hombres” cuando tienen muchas batallas perdidas y dejan de
luchar por crecer en el bien. El buen hombre es el que pelea por evitar cometer
actos malos y mantenerse en la búsqueda y consecución de lo bueno; aunque
también tenga cosas malas, que seguro las tiene.
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