“Era de esa clase que algunos llaman -hombres de carácter- ; que lo tienen para satisfacer sus deseos, pero no para dominarlos” (G. K. Chesterton)
¡¡¡Buenos días!!!
No te has preguntado nunca si eres buena
o mala persona, si las personas somos buenos o malos. No es una pregunta rara,
se la hacen muchas personas, no solo ahora si no desde, me atrevería a decir
que desde siempre. Hay personas que ante la pregunta dicen que todos somos
buenos, pero nuestra sociedad y el ambiente que nos rodea nos corrompen. Otras
personas piensan lo contrario, todos somos malos y que necesitamos de alguien
que nos encarrile.
Si lo pensamos un poco veremos que según
del lado que se encuentre nuestra respuesta, la concepción del mundo cambiará,
así como entenderemos de una o de otra forma los sistemas sociales, los
educativos e incluso los políticos. En cambio, yo pienso que las personas hemos
sido creadas buenas, sin embargo, como en nuestro interior somos libres, existe
la posibilidad de hacer el mal. Dentro de nosotros existe una guerra constante
entre lo que sabemos que esta bien y debemos hacer, y la posibilidad de no
hacerlo. Es una forma de ver la vida que sin duda marca mi forma de ser y mis
actuaciones.
Muchas veces, viendo lo que sucede en el
mundo, me dan ganas de pensar que somos malos por naturaleza, pero eso no es
cierto. En realidad, somos buenos, pero estamos inclinados al mal. Por una parte,
tengo puesta mi esperanza en la bondad que todos tenemos, y por otra el miedo
de saber que podemos hacer mucho daño. Los hombres podemos ser muy malvados,
podemos llegar a odiar hasta la muerte, hasta la locura, pero ¿somos por eso
hombres malos?
Veamos el caso de las guerras, no cabe
duda de que para matar o destruir hace falta tener algo de rencor. Sucede que
mucha gente se ve arrastrada hacia ese comportamiento sin saber exactamente por
qué lo hace, a veces sólo por un sentimiento del deber o por temor a las
represalias. ¿A quién no le gusta la paz?
Una de las cosas que nos inclina hacia
una postura de enfrentamiento tal que lleva a una guerra o a una agresión física
es una idea que ya nos viene de lejos, la hemos visto en diferentes culturas. Se
trata del dualismo por medio del cual se creo el mundo, un dios bueno y un dios
malo que llevan enfrentándose desde el principio de los tiempos. O sea, dos
principios contrapuestos: el bien y el mal. Hay que admitir que tenemos cierta
tendencia a ese dualismo por nuestra natural percepción dual de las cosas. Allí
no está el problema. El problema aparece cuando vemos las cosas como
contradictorias, es decir, sin posibilidad de términos medios, cuando la
realidad nos está diciendo repetidamente que no lo son.
Pensemos un poco en esto, en unas
relaciones opuestas, lo contradictorio no admite término medio, pero en cambio,
los contrarios sí. Vamos a poner un ejemplo, la diferencia entre vida y muerte
es neta. No hay una persona media viva; o está viva, o no lo está; y cuando no
lo está la llamamos muerta. Estos son conceptos contradictorios. En cambio,
entre el día y la noche puede haber una gradación como el amanecer o el
atardecer. Entre el negro y el blanco puede admitirse el gris. Estos son
conceptos contrarios.
La vida muchas veces no admite unos
extremos tan claros, porque tiene matices y términos medios.
Lo que el dualismo pone encima la mesa
es un juego de opuestos: bien-mal, frío-caliente, seco-húmedo, vida-muerte... Bajo
ese punto de vista de la vida, se establecen categorías absolutamente opuestas,
y, por tanto, extremistas. Si el extremismo se traslada al plano moral, sobre
todo en cuestiones que admiten matices, es fácil cometer más errores que
aciertos. Utilizar categorías dualistas ha sido una de las formas de facilitar
el enfrentamiento y simplificar el juicio moral. La estrategia consiste en
catalogar como “malo” al adversario, y ver en el oponente todo lo que es malo,
perverso, abominable, execrable. Por tanto, nuestra naturaleza inmediatamente
busca evitarlo, eliminarlo y destruirlo. Apartarlo del camino, y si eso
significa matar, se mata.
Los “malos” y los “buenos” son conceptos
que desde niños nos han inculcado nuestros padres, y ha sido un referente moral
para cuidar nuestro adecuado comportamiento. Como niños nos ha hecho bien
porque comenzábamos a educarnos en el juicio de la realidad. El caso es que
algunos adultos todavía juzgan como niños.
Nos encontramos llegados a este punto
con que el problema no se encuentra en aceptar que haya cosas buenas y cosas
malas, sino en encasillar a las personas y dividirlas en absolutamente “buenas”
o absolutamente “malas”.
Este es el problema, que como supondréis
merece un razonamiento más extenso, y, hoy lunes por la mañana no es el mejor
momento.
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