“Dicen que los viajes ensanchan las ideas, pero para esto hay que tener ideas” (G. K. Chesterton).
Pensaba
aquella noche del 28 de marzo pasado, allí arriba en la Sierra de Bernia, en mí
futuro viaje alrededor de la península Ibérica, y lo hacía con la ayuda de las
previsiones y los pronósticos más o menos seguros que podía hacer estos días.
Habían
sido alrededor de 90 kilómetros los que habíamos realizado para que nuestro
cuerpo se vaya preparando físicamente. Bajamos a Xalo, después a Parcent para después
de subir el puerto de Rates y Sa Creueta para llegar a Castell de Castells para
volver a nuestro campamento en la sierra de Bernia pasando por Benichembla.
Imaginaba
después de tantos kilómetros y tanto desnivel, cual podría ser mi situación no
solo física sino también personal en las fechas en las que debería de empezar a
pedalear, también en la del país, en el aumento de los precios y en todo lo que
me podría hacer variar mi plan inicial. Después, cuando lleguen esos días los
hechos confirmarán o desmentirán esas previsiones.
La
cuestión es que nuestra mente y nuestro corazón descubrirán, como lo han ya
otras veces, las fragilidades de las previsiones, y que el futuro escapa a
nuestro control, que tenemos que estar abiertos a tantas sorpresas buenas o
malas que la vida nos va presentando continuamente que ante cada cambio
inesperado hay que aprender a corregir nuestras expectativas, a remodelar los
planes, a adaptarnos a la realidad.
Nos
vamos situando, entonces, en una perspectiva diferente a partir de nuevas
previsiones. En ellas, si tenemos confianza y prudencia, tendremos presente esa
acción misteriosa que se llama providencia, y que nos guía, con o sin
previsiones, poco a poco hacia lo que sin duda es nuestro objetivo final, no
solo en ese viaje sino en la vida.
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