¡¡¡Buenos días!!!
A veces tengo
la impresión de que tengo los ojos vendados, y siento que no veo. Hace unas
cuantas décadas ser ciego era pertenecer al mundo de los despreciados. Incluso,
más atrás, en la época romana, la ceguera se consideraba como una consecuencia
de alguna culpa: bien heredada de los padres o personal. Ser ciego era como
haber recibido un castigo para toda la vida.
Hoy en día, a
veces tampoco valoramos el don de la vista. Cuando me despierto cada mañana,
entre las muchas cosas que tengo que agradecer, me encuentro también con la
gracia de poder ver. Sin duda el sentido de la vista es uno de los sentidos más
valiosos de la vida humana, y sin duda uno de los más útiles para observar y
experimentar.
Estamos en una
sociedad de la imagen, lo que nos entra por la vista parece que tiene mucha más
fuerza que cualquier otra manera de recibir información: por ejemplo, los
anuncios publicitarios tienen unas imágenes espectaculares. Estamos tan
impresionados por los estímulos visuales que a veces vivimos ofuscados,
confundidos; no sabemos discernir qué y para qué los estamos utilizando, y
terminamos siendo esclavos de tales imágenes.
Tengo que decir
que la cultura de la imagen tiene sus ventajas, pues suele ser verdad que una
imagen vale más que mil palabras. Hay que ordenar todo ese caos de imágenes que
nos bombardean, y así podremos ver el mundo exterior dentro de nosotros, grabar
imágenes en nuestra memoria e imaginar nuevas posibilidades, y entender lo que
vemos con nuestra vista física y, sobre todo, con nuestra vista interior,
aquello que se llama los “ojos del alma”.
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