lunes, 10 de abril de 2023

¡¡¡Feliz lunes!!!

 ¡¡¡Buenos días!!!

A veces tengo la impresión de que tengo los ojos vendados, y siento que no veo. Hace unas cuantas décadas ser ciego era pertenecer al mundo de los despreciados. Incluso, más atrás, en la época romana, la ceguera se consideraba como una consecuencia de alguna culpa: bien heredada de los padres o personal. Ser ciego era como haber recibido un castigo para toda la vida.

Hoy en día, a veces tampoco valoramos el don de la vista. Cuando me despierto cada mañana, entre las muchas cosas que tengo que agradecer, me encuentro también con la gracia de poder ver. Sin duda el sentido de la vista es uno de los sentidos más valiosos de la vida humana, y sin duda uno de los más útiles para observar y experimentar.

Estamos en una sociedad de la imagen, lo que nos entra por la vista parece que tiene mucha más fuerza que cualquier otra manera de recibir información: por ejemplo, los anuncios publicitarios tienen unas imágenes espectaculares. Estamos tan impresionados por los estímulos visuales que a veces vivimos ofuscados, confundidos; no sabemos discernir qué y para qué los estamos utilizando, y terminamos siendo esclavos de tales imágenes.

Tengo que decir que la cultura de la imagen tiene sus ventajas, pues suele ser verdad que una imagen vale más que mil palabras. Hay que ordenar todo ese caos de imágenes que nos bombardean, y así podremos ver el mundo exterior dentro de nosotros, grabar imágenes en nuestra memoria e imaginar nuevas posibilidades, y entender lo que vemos con nuestra vista física y, sobre todo, con nuestra vista interior, aquello que se llama los “ojos del alma”. 

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