viernes, 18 de septiembre de 2020

15 de septiembre de 2020.

 “Dicen que los viajes ensanchan las ideas, pero para esto hay que tener ideas” (G. K. Chesterton)

Hoy hemos llegado a una gran desconocida, al menos para mí, he llegado a Zamora. Estamos en martes 15 de septiembre de este 2020 y, he recorrido 73 kilómetros, fáciles y cómodos, pues aunque los he hecho por la carretera nacional hay que decir que prácticamente estas solo, la autovía de la Vía de la Plata se lleva todos los vehículos. 

El contraste entre Salamanca y Zamora, a mi, me ha parecido grande, una majestuosa la otra sencilla aunque las dos soberbias. 

No había estado nunca y, tengo que decir que volveré, a quien le guste el románico no tiene elección, tiene que pasar por ella. 

Darse cuenta de los contrastes en esta vida es interesante y tal vez necesario que existan. 

Dentro de la sociedad en que vivimos hay fracciones de personas cuyas diferencias se hacen presentes con especial energía, que a veces nos pueden llevar a conflictos y enfrentamientos; en otros casos vemos que las diferencias se quedan atenuadas y lo que cuenta es la semejanza, la afinidad. 

Podemos tener la impresión de que esto favorece la convivencia, la concordia, la ausencia de fricciones y dificultades; y así es, pero se pierde de vista el perfil de la realidad, la fuerza de las diferencias, la variedad y la riqueza. La acentuación de las diferencias y contrastes, a pesar de sus inconvenientes, asegura una intensidad más alta. 

Si miramos y repasamos un poco la historia veremos que está surcada de rivalidades entre pueblos que se han enfrentado con empeño a lo largo de los siglos, mientras en ocasiones han convivido apaciblemente y sin tener una particular conciencia de sus diferencias.  

Dentro de una sociedad, en la que coexisten fracciones diferentes, puede haber un predominio de la semejanza, una impresión de una relativa homogeneidad o una marcada rivalidad y oposición. 

Puede ser, porqué no, una oposición “creadora”, un estímulo de la vitalidad, cuya ausencia será sin duda algo negativo; si eso se pone en un primer plano, llega a ser un obstáculo decisivo, un estorbo para la convivencia. Lo que en cierto grado es un impulso positivo, un estímulo o acicate de vitalidad, engendra una parálisis. 

La convivencia demasiado fácil, sin grandes tensiones, sin lo que podría llamarse “diferencias de potencial” engendra monotonía, excesiva homogeneidad, falta de diversidad, ausencia de esa pluralidad de formas que son las verdaderamente creadoras. 

La tendencia a la convivencia y la homogeneidad han sido el origen de la formación de grandes sociedades, de verdaderos “pueblos”. Quiero también decir que estas actitudes básicas y elementales pueden ser contrarias a lo que en principio buscan, a lo que se proponen. 

De igual forma, la enérgica insistencia de una diferencia, de una peculiaridad, rasgo por cierto habitual de todos los nacionalismos, lleva, lejos de la intensificación de esa particular manera de ser, lleva a lo que se podría llamar “imperialismo”, al aislamiento, a la fragmentación. Tal vez tras una breve fase transitoria, a la larga las actitudes “nacionalistas” llevan a la limitación y a la retracción por oposición a la formación de los grandes pueblos. 

Solo hay que mirar la historia del siglo pasado y no olvidarla. Si miro el presente, lo que se ve reflejado en la prensa y sobre todo, en la televisión, me doy cuenta que se olvida la historia. 

¿Por qué renunciar a lo que se sabe, o al menos se puede saber, aunque no esté de moda? Hacemos bien en ver la televisión. Pero quizá no sería inútil preguntarse adónde nos lleva, cómo nos hace ver las cosas, con un óptica excesivamente distinta de la que nos proporciona la historia. ¿No valdría la pena combinar ambas cosas, aprovechad la maravillosa posibilidad de recurrir a ambas? 

No hay que renunciar a ningún recurso. 

En fin, lo dejo que ya m he ido demasiado por las ramas. 


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