domingo, 27 de septiembre de 2020

23 de septiembre de 2020.

 Dicen que los viajes ensanchan las ideas, pero para esto hay que tener ideas” (G. K. Chesterton)

En el día vigesimoséptimo de nuestra salida llegamos a Santiago, en una etapa que discurrió entre Melide y la plaza del Obradoiro, con 53 kilómetros y cuando el calendario indicaba el miércoles 23 de septiembre de 2020.

Era la tercera vez que lo hacía, aunque en esta ocasión no había realizado el Camino completo, solo desde Astorga, en las otras ocasiones una desde Jaca en bicicleta y la otra desde Roncesvalles a pie.

La etapa transcurrió sin problemas y solo la incertidumbre de ver cuando empezaba a llover y cuando paraba le daba un poco de emoción.

Entrar en la plaza del Obradoiro cuando se hace en peregrinación es una sensación extraordinaria que todos deberíamos experimentar, pero en esta ocasión era mi bicicleta la que la sentía, era su primera vez y desde casa, se lo merecía.

Se merecía llegar a uno de los lugares más emblemáticos a los que un cristiano peregrina, no pude llevarla a Nordkapp por culpa del covid-19 y Santiago de Compostela, es un objetivo de mucho más valor sentimental.

En Astorga, cuando recogía la credencial de peregrino me acordé que el único objetivo que aún podía cumplir este año de los tres que me había propuesto era hacer el Camino de Santiago a pie. La Maratón de Boston se suspendió por culpa del covid-19 al igual que mi viaje a Nortkapp pero el Camino de Santiago aún lo podía realizar, llevaría a mi bicicleta a la plaza del Obradoiro y volvería a pie desde Canfranc.

Y por eso, aunque era el punto final de un viaje no lo era de una peregrinación, peregrinaré a Santiago este otoño desde Canfranc y a pie.

Ya se que hay mucho simbolismo sobre las sensaciones que se consiguen sentir al realizar el Camino, pero es innegable que algo se siente, es una experiencia que tiene hondura y un largo alcance.

La idea de camino que tenemos los hombres es universal pues se une al símbolo del paso por la vida, del transcurrir a través de los años, de seguir una dirección, de un viaje de un lugar a otro.

Todo camino viene de un sitio y conduce a otro. En casos es para nosotros un lugar de separación y alejamiento; en otros, constituye un lugar de encuentro; encuentro con quienes llevan la misma dirección, y, sobre todo, con quienes nos esperan en la meta.

Y, el Camino de Santiago es algo más, mucho más, nos vemos inmersos en una trama cultural, histórica y religiosa de una grandeza imponente:  un entramado riquísimo de historias, leyendas, cantares, poemas, monumentos artísticos, los paisajes, las gentes de los diversos lugares, los compañeros de marcha que nos vamos encontrando, los momentos de descanso con los demás peregrinos son imborrables y constituyen una fuente inagotable de energía porque constituyen una forma de encuentro, aunque sea fugaz. Nos emociona ver que se crea rápidamente un ambiente cálido con personas desconocidas, sólo por saber que se hallan esforzadamente en camino hacia la misma meta, inspirados, tal vez, por el mismo ideal.

En fin, dentro de nada espero estar contando esa experiencia desde Canfranc.

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