miércoles, 30 de septiembre de 2020

Viernes 25 de septiembre de 2020.

 Dicen que los viajes ensanchan las ideas, pero para esto hay que tener ideas” (G. K. Chesterton)

Casi un mes, veintinueve días a sido lo que ha durado este viaje desde Pego a Guadalupe con el añadido de Santiago de Compostela, el viernes 25 de septiembre de 2020 he vuelto a casa. 

Lo he hecho solo, en tren, y muchas horas para pensar, pues el covid-19 ha posibilitado que estemos separados en los asientos del tren y con pocas posibilidades y ganas de hablar.

Había que volver a casa, como no podía ser de otra manera si queríamos que todo terminará bien, es igual que el escalador que no solo tiene que llegar a la cumbre, sino que tiene que volver a donde empezó.

Creo, de todas formas, que el que lleva su hogar en el alma es capaz de crear nuevos hogares y estar a gusto allí. Y el que no lo lleva, el que no tiene raíces, porque las ha perdido, u olvidado, lo tiene más difícil. No es tan sencillo vivir sin un hogar en el alma.

Cuando me marcho de viaje me llevo la historia de mi vida que es siempre pasado y presente al mismo tiempo. Y me da alegría llevar mis hogares a otros hogares y así se viaja mejor, más a gusto, con más alegría.

No me asustan las distancias que voy a recorrer ni las que he recorrido, son cortas en mi corazón que vive y sueña lo mismo aquí que allá. Cuando salgo de casa no cruzo una frontera para entrar en una forma de ser y de pensar diferente. Disfruto por los caminos de mi tierra y saboreo los nuevos caminos que recorro, y voy sonriendo al pensar que la vida son dos días y que el tiempo pasa. Y que no hace mucho había cosas que eran diferentes. No importa. La vida continúa.

Y sé que confío en un futuro lleno de esperanzas, pero anclado a mi pasado, a mi hogar, a mis raíces. Y sonrío al sumergirme en este nuevo futuro que nos espera con el covid-19 sin miedo a lo que no conozco.

Es mi último día de un viaje que ha sido como lo deseaba, como lo había soñado, incluso en sus problemas y en sus soluciones, a pesar de los inconvenientes de moverse detrás de una mascarilla y de todas las molestias que lleva el protegerse y proteger del covid-19. Paradójicamente, es en un país desarrollado como el nuestro donde he visto con especial intensidad la desesperanza en como se va a salir de esta crisis. Es un contraste que el hombre haya alcanzado cotas tan altas en el dominio del mundo, y que al mismo tiempo no tengamos claro a dónde dirigir nuestra esperanza en el futuro. 

No me cabe la menor duda de que hoy muchas personas construyen sus vidas persiguiendo solamente metas “parciales”, incluso parecen no necesitar de un sentido profundo y trascendente que dé una unidad a su vida. Pero, sin embargo, también los hay que se hacen la pregunta por el sentido definitivo de la vida: “¿es esto todo lo que da de sí la vida y todo lo que puedo hacer en ella?”.

El drama del hombre en estos días consiste en comprobar amargamente que, si no hay una “esperanza” definitiva, nuestras “esperanzas” están abocadas, tarde o temprano, a la frustración. Lo expreso magníficamente el cómico Groucho Marx: “Vamos de victoria en victoria, hasta la derrota absoluta”. En efecto, ¿de qué me sirve el éxito de este viaje, si al final todo queda reducido a la nada?

En fin, mañana iré a recoger la bicicleta en correos y ya podremos dar por terminado este viaje. Y a esperar, que es algo inherente en las personas.

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