¡Buenos días! Dijo Bilbo. ¿Qué quieres decir? Preguntó Gandalf, ¿Me
deseas un buen día, o quieres decir que es un buen día, lo quiera yo o no; o
que hoy te sientes bien; o que es un día en que conviene ser bueno? -Todo eso a
la vez- dijo Bilbo. (El Hobbit, J.R.R. Tolkien)
Veo con satisfacción que
Maribel y Encarna empiezan la semana con alegría, y espero que se me contagie
un poco, pues he estado poniéndome al día después de un fin de semana en el que
he estado alejado de los acontecimientos que se han desarrollado en este mundo,
y no me acaba de convencer el camino que están tomando las cosas.
Y no me refiero solo a lo que esta sucediendo fuera
de Europa, ni siquiera lo de Irlanda e Italia, sino a lo que nos esta
sucediendo en España, pues si lo ponemos todo en el mismo planeta la mezcla no
puede ser de otra manera más que explosiva.
Vamos a ver, la moción de
censura planteada por los socialistas para echar a Rajoy en plena crisis
catalana y la incapacidad de Rajoy para reconocer el daño de la corrupción son
signos de una descomposición con unas raíces antropológicas que nadie parece
querer ver.
Pienso que las bases sobre las
que basa nuestra democracia así como las de los países europeos se diluyen.
Aquí en España mantenemos, en
apariencia, a los partidos protagonistas de la vida pública surgidos desde la
transición (con excepción de la UCD). Pero quizás ya solo estemos ante un juego
de espejos.
El gran PSOE que gobernó en la
inmediata post-transición ya no existe. Con la moción de censura del pasado
viernes se ha empeñado en demostrarlo a las claras. La jugada, de una irresponsabilidad
mayúscula, pretende justificarse en la “indignidad” de las condenas por
corrupción del partido en el Gobierno. Algunos de los galácticos de la época de
Aznar han entrado en prisión, se da por probada la financiación irregular, se
esperan más condenas…
Y Rajoy, en esta
circunstancia, parece empeñado también en que el PP desaparezca. Niega la
gravedad de los hechos, no pide perdón con contundencia y no promueve un
relevo. Pretende, que en nombre de la estabilidad y del miedo a la izquierda,
los que fueran sus votantes se olviden de lo inolvidable: su partido, convertido
en una maquinaria alejada de la sociedad y que albergó prácticas muy irregulares.
La corrupción, grave por sus efectos, es el síntoma de un mal mayor: la inconsistencia
personal de los políticos, la desconexión de las necesidades de la gente.
La situación política española
es grave porque no hay relevo consistente. Los nuevos partidos no tienen suficiente
madurez. Pero el drama es que se sigue dando por supuesto una estructura
cultural y antropológica que ya no existe. Por eso actúan con tanta
inconsciencia. Para los jóvenes ya no es evidente que nuestra democracia, con
sus defectos, sea el mejor sistema. De la tradición, queda en pie, el vínculo
de la familia. Y poco más.
Están convencidos de que, tras
la crisis de los últimos años, basta con restaurar el viejo orden, recuperar el
crecimiento económico y unos niveles parecidos de bienestar. Algunos, pocos,
arreglos servirían para recuperar la confianza en las instituciones, para que
la democracia volviera a ser lo que fue.
Por eso no reaccionan ante la
corrupción, por eso no tienen claves para hacer frente al desafío del
soberanismo y del independentismo. Por eso irresponsablemente juegan a derrocar
al Gobierno o a mantenerse en él a cualquier precio, sin darse cuenta de que la
democracia, como la hemos entendido hasta ahora, y todos aquellos valores en
los que se sustentaba, no son una premisa, una conquista lograda para siempre.
Los síntomas son estrepitosos:
la obsesión por resolver cualquier conflicto en los tribunales y a base de un
derecho más punitivo, la dificultad de aceptar el perdón como categoría cívica,
la debilidad para ir al encuentro del otro, la búsqueda permanente de un chivo
expiatorio… En este contexto no se puede hacer política como se hacía hasta
ahora porque la desconfianza es grande.
No se puede seguir haciendo
política sin darse cuenta de que el gran edificio ciudadano de las décadas
pasadas se ha convertido en una pura ruina. La reconstrucción será lenta y no
tiene más camino que una política sinceramente, concretamente, enfocada al bien
común.
Feliz y Dulce Día.
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