jueves, 20 de noviembre de 2025

Día 130, del viaje a la maratón de Valencia. Hablemos de Paz.

     Día 130, del viaje a la maratón de Valencia. Hablemos de Paz.



¡¡¡Muy buenos días!!!

Leí ayer que el próximo 30 de noviembre León XIV viajará al Líbano y, he estado pensando que no se trata de un país tal y como lo entendemos nosotros, con un Estado soberano que tiene el control del territorio y el monopolio del uso de la fuerza, tampoco entendemos muy bien el sistema de reparto de cuotas de poder que tiene para garantizar la tutela de las diferentes minorías y aunque el país en sí no está en guerra, tampoco está pacificado.

La cuestión es que no hay paz en el Líbano y aunque el viaje del Papa es apostólico no se va a poder excluir la vertiente política, y es que la búsqueda de la paz en la zona va a estar sin duda presente.

Hablar seriamente de paz es complicado, no solo en Oriente Medio, sino también en cualquier lugar. No es lo mismo pregonarla desde una tribuna, tras una pancarta, en un púlpito o en redes sociales, que negociarla contrarreloj para acordar un alto el fuego o firmar un armisticio mientras se bombardean infraestructuras civiles en tiempo real.

Cuando estamos tranquilamente sentados en nuestra casa o en el bar tomándonos un café es sencillo confeccionar argumentos, indignarse y exigir soluciones ideales. Pero en una negociación diplomática cada palabra pesa: cualquier error puede costar vidas humanas. Cada compromiso se convierte en un acto de responsabilidad extrema.

La teoría nos dice que existen unas reglas en las relaciones internacionales, pero pocos las cumplen. El derecho internacional existe, y se vulnera a diario sin consecuencias. Lo vemos constantemente, los países agresores se sientan a negociar con la sonrisa mafiosa y la pistola sobre la mesa. Parece claro que el orden internacional liberal a desaparecido. No sé cómo y el porqué, pero hemos llegado a la conclusión de que ese orden basado en reglas que rigió en los últimos ochenta años a desaparecido.

Así que, parece complicado que podamos confiar solamente en el buen resultado de unas negaciones. Una paz duradera no se limita al cese de los ataques militares. Requiere justicia y reconciliación, no supremacía ni silencio de las víctimas.

Hoy, la Paz se entiende de muchas formas, Vladimir Putin no se va a sentar en una mesa a negociar una paz como la entiendo yo. Se va ha sentar en una mesa a imponer su poder, consolidar su hegemonía y hacer desaparecer los crímenes de lesa humanidad con la excusa de volver al orden y a la tradición rusa. Donald Trump, por su parte, concibe la paz solo si beneficia a los intereses nacionales de EE. UU., mientras presume de abandonar organismos multilaterales, impulsa el rearme occidental, alimentando una carrera sin límite que solo beneficia a la industria armamentística.

Esta forma de buscar la paz es más una propaganda supremacista que traiciona la paz de los pueblos, enquistando los problemas en lugar de resolverlos. Se trata por lo tanto de una paz impuesta, fugaz y efímera.

No es fácil dar una respuesta adecuada ya que las guerras de agresión son intrínsecamente inmorales, y los estados agredidos, junto con la comunidad internacional, tienen el derecho y el deber de organizar la defensa, incluso mediante el uso legítimo de la fuerza. Por lo tanto, cuesta que las balas dejen de volar.

Una vez empezada una guerra cuesta mucho que cese la violencia, tal vez lo que deberíamos de intentar antes de que comience otra, es construir una sociedad internacional donde las relaciones de fuerza sean sustituidas por la cooperación orientada al bien común. Y donde vuelva el orden y las reglas necesarias para una paz duradera.

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