Día 130, del viaje a la maratón de Valencia. Hablemos de Paz.
¡¡¡Muy buenos días!!!
Leí ayer que el próximo 30 de noviembre León XIV viajará al Líbano y, he
estado pensando que no se trata de un país tal y como lo entendemos nosotros,
con un Estado soberano que tiene el control del territorio y el monopolio del
uso de la fuerza, tampoco entendemos muy bien el sistema de reparto de cuotas
de poder que tiene para garantizar la tutela de las diferentes minorías y
aunque el país en sí no está en guerra, tampoco está pacificado.
La cuestión es que no hay paz en el Líbano y aunque el viaje del Papa
es apostólico no se va a poder excluir la vertiente política, y es que la
búsqueda de la paz en la zona va a estar sin duda presente.
Hablar seriamente de paz es complicado, no solo en Oriente Medio, sino también
en cualquier lugar. No es lo mismo pregonarla desde una tribuna, tras una
pancarta, en un púlpito o en redes sociales, que negociarla contrarreloj para
acordar un alto el fuego o firmar un armisticio mientras se bombardean
infraestructuras civiles en tiempo real.
Cuando estamos tranquilamente sentados en nuestra casa o en el bar tomándonos
un café es sencillo confeccionar argumentos, indignarse y exigir soluciones
ideales. Pero en una negociación diplomática cada palabra pesa: cualquier error
puede costar vidas humanas. Cada compromiso se convierte en un acto de
responsabilidad extrema.
La teoría nos dice que existen unas reglas en las relaciones internacionales,
pero pocos las cumplen. El derecho internacional existe, y se vulnera a diario
sin consecuencias. Lo vemos constantemente, los países agresores se sientan a
negociar con la sonrisa mafiosa y la pistola sobre la mesa. Parece claro que el
orden internacional liberal a desaparecido. No sé cómo y el porqué, pero hemos
llegado a la conclusión de que ese orden basado en reglas que rigió en los
últimos ochenta años a desaparecido.
Así que, parece complicado que podamos confiar solamente en el buen
resultado de unas negaciones. Una paz duradera no se limita al cese de los
ataques militares. Requiere justicia y reconciliación, no supremacía ni
silencio de las víctimas.
Hoy, la Paz se entiende de muchas formas, Vladimir Putin no se va a
sentar en una mesa a negociar una paz como la entiendo yo. Se va ha sentar en
una mesa a imponer su poder, consolidar su hegemonía y hacer desaparecer los
crímenes de lesa humanidad con la excusa de volver al orden y a la tradición
rusa. Donald Trump, por su parte, concibe la paz solo si beneficia a los
intereses nacionales de EE. UU., mientras presume de abandonar organismos
multilaterales, impulsa el rearme occidental, alimentando una carrera sin
límite que solo beneficia a la industria armamentística.
Esta forma de buscar la paz es más una propaganda supremacista que
traiciona la paz de los pueblos, enquistando los problemas en lugar de
resolverlos. Se trata por lo tanto de una paz impuesta, fugaz y efímera.
No es fácil dar una respuesta adecuada ya que las guerras de agresión
son intrínsecamente inmorales, y los estados agredidos, junto con la comunidad
internacional, tienen el derecho y el deber de organizar la defensa, incluso
mediante el uso legítimo de la fuerza. Por lo tanto, cuesta que las balas dejen
de volar.
Una vez empezada una guerra cuesta mucho que cese la violencia, tal vez
lo que deberíamos de intentar antes de que comience otra, es construir una
sociedad internacional donde las relaciones de fuerza sean sustituidas por la
cooperación orientada al bien común. Y donde vuelva el orden y las reglas
necesarias para una paz duradera.
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