Día 119, del viaje a la maratón de Valencia.
¡¡¡Muy buenos días!!!
Uno de los aforismos que decía Chesterton y que apareció escrito en un artículo
de prensa de 1906, que más me han gustado sobre la caballerosidad es el
siguiente: “Lo de comportarse -como un caballero- en los momentos importantes no
tiene mucho sentido: un hombre se comporta -como un caballero- en los momentos
que no son importantes. En los importantes tendría que comportarse muchísimo
mejor”.
Hoy, han pasado algunos años
desde entonces y escuchamos con demasiada frecuencia de que “se ha perdido la
caballerosidad”, que “ya no quedan caballeros”. Y, viendo cómo se desenvuelve
nuestra sociedad no es difícil darles la razón.
Por eso es interesante que volvamos a poner de actualidad la caballerosidad.
El problema nos surge al darnos cuenta de que la mayoría de las personas ya no saben
lo que eso significa. Y no se trata de ser ni más ni menos varonil ni ser feminista
o no. Tampoco se trata de ser educado pues no es una cortesía hueca y automática.
Podría decir que un caballero es el hombre que antepone sus principios
y todos sus valores a los de la sociedad moderna: éxito, placer, usura, dinero.
Pero claro, es una definición débil pues son sus valores los que lo terminan
definiendo y su voluntad de cumplirlos.
Por eso mi visión de un caballero es la de un caballero cristiano. La
dificultad se encuentra entre lo que un cristiano es realmente y lo que en el
fondo quisiera ser, pues ahí existe siempre un abismo. De ahí que un caballero
es el que en su forma de actuar se esfuerza en su día a día en acercar lo que
en efecto es a ese ideal que quiere ser. Nuestra limitación humana no nos permite
ser perfectos, esto es, igualar no que efectivamente somos y lo que quisiéramos
llegar a ser; por eso justamente la vida humana consiste en una imitación o
recuerdo imperfecto de la vida ideal, que en el caso cristiano es la imitación
de Cristo.
La caballerosidad no es una forma agradable de que nos vean: es una
forma de ser.
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