“Dicen que los viajes ensanchan las ideas, pero para esto hay que tener ideas” (G. K. Chesterton).
Una
de las características de los ciclo-viajes es la vida al aire libre, sobre todo
si los realizamos con tienda de campaña y nos preparamos nosotros la comida. Y
ese estar todo el tiempo en contacto con el ambiente cambiante de la naturaleza
que nos va rodeando es a lo que más cuesta acostumbrarse cuando eres un hombre
de ciudad.
Estar en contacto con el sol o con su ausencia, con el calor o con el frío, con la lluvia o con el viento, sentir todos los fenómenos naturales en primera persona y sin filtros es lo que más tememos al comenzar, y lo que en muchas ocasiones más satisfacciones nos da.
Lidiar
con la siempre cambiante meteorología es un ajuste gradual, en múltiples
aspectos. En parte, supone aprender qué tipo de ropa me mantiene abrigado (¡más
o menos!) y al mismo tiempo me permite pedalear. Otra parte, sin duda, es un ejercicio
de superación del miedo al frío y de desarrollar una mayor apertura psicológica
y aceptación en la gestión de los extremos, frío y calor.
Entre
las muchas lecciones, aprendes que, según vas adquiriendo un mayor conocimiento,
una buena preparación y vas adaptando tu mentalidad, puedes aprender no sólo a
tolerar temperaturas más extremas de lo que pudiéramos pensar, sino que
aprendemos a disfrutarlas.
Lo
realmente sorprendente y uno de los múltiples y geniales regalos que nos aporta
el ciclo-viaje, aunque tengo que decir, que requiere de una cierta
organización, preparación y planificación, es la cantidad de beneficios que nos
otorga, además de mantenernos activos, es el tiempo. A pesar de todo el ajetreo
que a primera vista nos pueda parecer, la cantidad de tiempo que nos da para
centrarnos en otras cosas y en nuestras vicisitudes es definitivamente uno de
los auténticos regalos de viajar con la bicicleta.
Las
oportunidades que se nos brinda para la alegría y para estar en paz, que, aunque
están siempre presentes en nuestra vida, si no dedicamos tiempo y esfuerzo en
considerarlas, a menudo se encuentran ocultas e inaccesibles, y es durante las
horas de pedaleo y de descanso, después del esfuerzo de muchos kilómetros,
cuando las vemos con más claridad.
Otro
regalo son esos pequeños cambios de hábitos y formas de ver todo lo que nos
rodea y que pueden crear enormes cambios en nuestra salud, armonía y felicidad.
Nunca se me hace esto más evidente que durante cualquier etapa de un viaje.
Y ya
solo me queda dar las gracias por tener la oportunidad de hacerlo.
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