“Dicen que los viajes ensanchan las ideas, pero para esto hay que tener ideas” (G. K. Chesterton)
Casi un mes, veintinueve días
a sido lo que ha durado este viaje desde Pego a Guadalupe con el añadido de
Santiago de Compostela, el viernes 25 de septiembre de 2020 he vuelto a casa.
Lo he hecho solo, en tren, y
muchas horas para pensar, pues el covid-19 ha posibilitado que estemos
separados en los asientos del tren y con pocas posibilidades y ganas de hablar.
Había que volver a casa, como
no podía ser de otra manera si queríamos que todo terminará bien, es igual que
el escalador que no solo tiene que llegar a la cumbre, sino que tiene que
volver a donde empezó.
Creo, de todas formas, que el
que lleva su hogar en el alma es capaz de crear nuevos hogares y estar a gusto
allí. Y el que no lo lleva, el que no tiene raíces, porque las ha perdido, u
olvidado, lo tiene más difícil. No es tan sencillo vivir sin un hogar en el
alma.
Cuando me marcho de viaje me
llevo la historia de mi vida que es siempre pasado y presente al mismo tiempo.
Y me da alegría llevar mis hogares a otros hogares y así se viaja mejor, más a
gusto, con más alegría.
No me asustan las distancias
que voy a recorrer ni las que he recorrido, son cortas en mi corazón que vive y
sueña lo mismo aquí que allá. Cuando salgo de casa no cruzo una frontera para
entrar en una forma de ser y de pensar diferente. Disfruto por los caminos de
mi tierra y saboreo los nuevos caminos que recorro, y voy sonriendo al pensar
que la vida son dos días y que el tiempo pasa. Y que no hace mucho había cosas
que eran diferentes. No importa. La vida continúa.
Y sé que confío en un futuro
lleno de esperanzas, pero anclado a mi pasado, a mi hogar, a mis raíces. Y sonrío
al sumergirme en este nuevo futuro que nos espera con el covid-19 sin miedo a
lo que no conozco.
Es mi último día de un viaje
que ha sido como lo deseaba, como lo había soñado, incluso en sus problemas y
en sus soluciones, a pesar de los inconvenientes de moverse detrás de una
mascarilla y de todas las molestias que lleva el protegerse y proteger del
covid-19. Paradójicamente, es en un país desarrollado como el nuestro donde he
visto con especial intensidad la desesperanza en como se va a salir de esta
crisis. Es un contraste que el hombre haya alcanzado cotas tan altas en el
dominio del mundo, y que al mismo tiempo no tengamos claro a dónde dirigir
nuestra esperanza en el futuro.
No me cabe la menor duda de
que hoy muchas personas construyen sus vidas persiguiendo solamente metas
“parciales”, incluso parecen no necesitar de un sentido profundo y trascendente
que dé una unidad a su vida. Pero, sin embargo, también los hay que se hacen la
pregunta por el sentido definitivo de la vida: “¿es esto todo lo que da de sí
la vida y todo lo que puedo hacer en ella?”.
El drama del hombre en estos
días consiste en comprobar amargamente que, si no hay una “esperanza”
definitiva, nuestras “esperanzas” están abocadas, tarde o temprano, a la
frustración. Lo expreso magníficamente el cómico Groucho Marx: “Vamos de
victoria en victoria, hasta la derrota absoluta”. En efecto, ¿de qué me sirve
el éxito de este viaje, si al final todo queda reducido a la nada?
En fin, mañana iré a recoger
la bicicleta en correos y ya podremos dar por terminado este viaje. Y a esperar,
que es algo inherente en las personas.