“La imparcialidad es un nombre pomposo para la
indiferencia, que es un nombre elegante para la ignorancia.” (G. K. Chesterton)
Vigesimotercer día de la cuarentena, y parece que vamos
mejorando o lo que es lo mismo vamos empeorando aún con los contagiados y con
los muertos pero más lentamente, esperemos que muy pronto ya no aumenten, todos
los porcentajes van disminuyendo menos el de curados que va aumentando, como
debe ser.
En estos días me estoy dando cuenta que ponerse
catastrófico en estos días no es muy popular, la verdad es que nunca lo ha
sido. Estos días estamos más inclinados por un optimismo muchas veces sin
contenido que nos dice eslóganes del tipo “¡Unidos venceremos!”, en lugar de
reconocer que este problema se nos ha ido de las manos y que el coronavirus ha
sido un desastre por la cantidad de vidas humanas y lugares de trabajo que ya
se ha cobrado.
Estamos en días difíciles para todos. El sufrimiento de
quien haya perdido a un familiar o amigo sin haberles podido acompañar me
parece terrible. El dolor por el que esta pasando el mundo nos debe doler a
todos. Por eso me cuesta mucho, por respeto a los muertos, unirme al
pensamiento único que nos impone hacer deporte en el pasillo mientras canto
“Resistiré” y gritar “¡Unidos podemos!” y, por la noche, aplaudir al personal
sanitario en lugar de rebajar el tono épico y centrarnos en lo que ellos están
pidiendo a gritos: material de protección, porque quizás, tal vez, los sanitarios de este país no quieran ser los héroes en
los que les hemos convertido a la fuerza.
La mansedumbre
vacía, siempre a sido enemiga de la unidad de las personas. El aplauso de
las ocho es un momento bonito para darnos ánimos entre los vecinos. Por
supuesto. Ponemos música, bailamos y aplaudimos dando gracias. Respecto al
deporte, yo personalmente lo necesito y estos días me apaño como puedo, también
procuro ver lo bello y luminoso de la vida, pero no comparto del todo ese grito
vacío y repetido hasta la saciedad de que “unidos venceremos”, porque ese
grito tiene que estar lleno de contenido.
A nosotros se nos
ha ido de las manos. A nivel social, hay que bajar la cabeza y reconocer que
esta pandemia ha sido una masacre de vidas y puestos de trabajo y rebajar el tono
épico a nuestra lucha. Si la humildad no entra en escena, no hay héroes que
valgan. Serán ídolos que tal vez nos impidan nuevamente levantar la mirada y
hacer las cosas de diferente manera.
Una pregunta que me ronda por la cabeza estos días es la
de por qué las personas reaccionamos de maneras tan distintas, incluso tan
opuestas, ante los mismos hechos. Por qué un dolor o la muerte de un ser
querido vigoriza e incluso ilumina a algunos, mientras destruye y amarga a
otro. Por qué hay hombres que valoran en todo y sobre todo las horas positivas,
que hay en toda la vida, mientras otros sólo ven horas oscuras, que las tenemos
todos.
Tengo que decir que no encuentro una respuesta lo
suficientemente clara. Porque, de lo que no cabe duda es de que esa tremenda
diferencia de reacciones existe. Y también es evidente que esa manera distinta
de enfocar la vida ofrece a algunos un alto nivel de equilibrio y de felicidad
y acaba conduciendo a la angustia o la depresión a otros.
Pero lo que sí resulta sorprendente es la esperanza. Cada
día leo periódicos, escucho la radio, busco en internet noticias positivas,
datos que me permita pensar que eso que hoy va tan mal, mañana irá mejor. Sin
esta esperanza los sanitarios no se esforzarían, las personas no tomarían
precauciones. La esperanza es lo que nos mueve y nos sostiene. Pero resulta
sorprendente que el presente no augure nada bueno y, sin embargo, estemos luchando
por un mañana mejor. Hace falta una gracia increíble para convencerse de que
después de cada noche viene un nuevo día.
Buenas Noches.
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