viernes, 10 de abril de 2020

«Está cumplido.»

“La imparcialidad es un nombre pomposo para la indiferencia, que es un nombre elegante para la ignorancia.” (G. K. Chesterton)  


Vigesimoséptimo día de la cuarentena, todo se mantiene igual, más muertos, más infectados y más curados. O sea mal.
Hoy ha sido y es aún Viernes Santo, un día de luto para los cristianos. Pero un luto, que sin dejar de ser doloroso, está impregnado de esperanza y de acciones de gracias. No lo olvidéis. Hoy se refleja como ningún otro día, la aparente contradicción que es nuestra vida, la fuerza que se escode en la vulnerabilidad del hombre. Contradicción porque casi nada es negro o blanco, bueno o malo, éxito o fracaso. El ser humano es contradicción. Digámoslo con palabras más sencillas: la muerte no tiene la última palabra. Ninguna noche es eterna.
Todo esto también pasara, y ese día, cuando llegue, espero no tener que ir a dar el pésame a nadie sino dedicarme a ver como nuestro tejido social ha sido devastado, cómo ir a ver el resultado de una inundación, me dedicaré a ver cuantos autónomos y pequeñas empresas habrán perdido no sólo lo que tenían, sino la capacidad de reinicio. Veré como muchas personas llamarán a sus trabajos para pedir instrucciones para la reincorporación y nadie les cogerá el teléfono.
Ante esa devastación se nos presentaran dos opciones principalmente. Aparentemente opuestas, pero en la práctica convergentes. Por un lado tendré a los mismos que celebraron el batacazo de la bolsa al principio de la cuarentena para rapiñar a precio de saldo y hacerse, aún más, con el control de muchas empresas que seguimos llamando españolas. Esos que sortean cualquier crisis deshaciéndose del peso muerto de los trabajadores no imprescindibles en determinados momentos a cambio de aprovechar el miedo de los que mantienen haciéndoles aceptar condiciones cada vez más míseras. 
Me encontraré también con otros disfrazados de salvadores que denunciarán, con parte de razón, la miseria moral de los primeros. Pero lo harán sólo para poder vendernos su mercancía. Nos ofrecerán un sustento mísero, pero menos es nada. Nos ofrecerán cuidar de nosotros para siempre, a cambio de que abandonemos cualquier iniciativa propia. Y ¿cómo podrán darnos ese sustento y ese cuidado? Mediante la reclamación absoluta de cualquier medio que haya sobrevivido a la crisis y que podría servir para esa vuelta a empezar.


El escenario final sea cual sea el sistema que se imponga será el mismo. El vencedor de ambos casos es el mismo. El gran capital siempre gana. Sea convirtiéndonos en esclavos que comen de su mano, sea manejando la inmensa y ficticia deuda que convierte en esclavos a los estados en otro tiempo soberanos.
Si queremos evitar la esclavitud, a manos de uno u otro tirano, todo pasa por pararse y recapacitar. Y sacar conclusiones de lo vivido. Que nada vuelva a ser igual será duro, pero no necesariamente malo. No habrá recetas fáciles, ojo. Y la tentación de aceptar la esclavitud revestida de compasión será grande. Pero de todos depende levantar algo mejor de lo que teníamos, o contentarnos con poder elegir el color del banco y el remo al que nos aten.
Para ello habrá que ser radical. Todo lo bueno necesita radicalidad. Lo contrario de radicalidad no es mesura sino superficialidad. Eso pasa por nuestra actitud ante el futuro, por nuestra actuación personal, pero también por vigilar y defendernos de quien venga a imponernos su tiranía.
En fin, mañana un poco más.

Buenas Noches.

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