“La imparcialidad es un nombre pomposo para la
indiferencia, que es un nombre elegante para la ignorancia.” (G. K. Chesterton)
Estoy
oyendo y leyendo las noticias sobre el coronavirus y el miedo que está provocando, parece como si el mundo hubiese entrado en conmoción, veo a los
gobiernos y a las autoridades sanitarias que ponen calma pero al final las personas
que están cerca del virus tienen miedo.
Y es que el hombre es un ser débil, expuesto a muchos
peligros. Creemos que no puede suceder nada y que siempre les va a ocurrir las
calamidades a los otros. El hombre del siglo XXI se enorgullece de su ciencia y
de su tecnología, de un poder que parece indestructible. Pero el caso es que
seguimos muriendo. Cada día hay catástrofes y vandalismos, asesinatos y
suicidios, hambre y agonía…
El hombre no está tan seguro como aparenta. Ni tan
feliz. La angustia destroza la esperanza, y la soberbia nos paraliza el sentido
común. Y ya ven: un simple virus, algo microscópico, causa estragos. Nos
podemos morir. Y es que vivimos con el alma olvidada en algún rincón, a la
intemperie.
Y es que el hombre es muy dado a olvidar, a disimular
entre ruidos, juegos y mentiras aquello que podría resultar molesto a su cómoda
vida. Mejor no pensar en exceso, hacer unos oportunos quiebros a la conciencia
y no comprometerse con la verdad. Y llamamos vida a pasar horas aletargados
ante la televisión o internet, es como una anestesia. Y nadie quiere saber nada
del dolor. Sobre todo del propio, claro. Sólo es lícito el placer y el
dispendio. Nada, nada de sufrimiento. No se concibe en una mente moderna,
envalentonada en su arrogancia.
Pero el miedo nos hace sufrir. El miedo a lo imprevisto.
El miedo a la enfermedad, aunque la posibilidad sea muy remota. El miedo a
morir. El miedo a la realidad. El miedo es el peor de los virus. Y se tiene
miedo porque basamos casi toda nuestra existencia en hacer oídos sordos al sentido
de nuestra vida.
Por eso, cuando llegan circunstancias como la propagación
del coronavirus es bueno pensar un poco en qué estamos haciendo con nuestras
vidas. Pensar si de verdad somos felices o nos estamos conformando con lo más
rudimentario. Reflexionar sobre el sentido de lo que ocurre en el mundo y a
nuestro alrededor. Porque todo tiene un sentido que es preciso descubrir. Y un motivo.
No somos producto del azar ni somos sólo genomas o un
variopinto muestrario de células mortales. Somos más porque somos hombres. Y
somos hombres porque tenemos alma. ¿Qué esperamos para sacar conclusiones, y
dejar de tener miedo? La vacuna universal la tenemos a nuestro alcance.
Buenas Noches.
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