lunes, 24 de febrero de 2020

Un simple virus.

“La imparcialidad es un nombre pomposo para la indiferencia, que es un nombre elegante para la ignorancia.” (G. K. Chesterton)


Estoy oyendo y leyendo las noticias sobre el coronavirus y el miedo que está provocando, parece como si el mundo hubiese entrado en conmoción, veo a los gobiernos y a las autoridades sanitarias que ponen calma pero al final las personas que están cerca del virus tienen miedo.
Y es que el hombre es un ser débil, expuesto a muchos peligros. Creemos que no puede suceder nada y que siempre les va a ocurrir las calamidades a los otros. El hombre del siglo XXI se enorgullece de su ciencia y de su tecnología, de un poder que parece indestructible. Pero el caso es que seguimos muriendo. Cada día hay catástrofes y vandalismos, asesinatos y suicidios, hambre y agonía… 
El hombre no está tan seguro como aparenta. Ni tan feliz. La angustia destroza la esperanza, y la soberbia nos paraliza el sentido común. Y ya ven: un simple virus, algo microscópico, causa estragos. Nos podemos morir. Y es que vivimos con el alma olvidada en algún rincón, a la intemperie.
Y es que el hombre es muy dado a olvidar, a disimular entre ruidos, juegos y mentiras aquello que podría resultar molesto a su cómoda vida. Mejor no pensar en exceso, hacer unos oportunos quiebros a la conciencia y no comprometerse con la verdad. Y llamamos vida a pasar horas aletargados ante la televisión o internet, es como una anestesia. Y nadie quiere saber nada del dolor. Sobre todo del propio, claro. Sólo es lícito el placer y el dispendio. Nada, nada de sufrimiento. No se concibe en una mente moderna, envalentonada en su arrogancia.
Pero el miedo nos hace sufrir. El miedo a lo imprevisto. El miedo a la enfermedad, aunque la posibilidad sea muy remota. El miedo a morir. El miedo a la realidad. El miedo es el peor de los virus. Y se tiene miedo porque basamos casi toda nuestra existencia en hacer oídos sordos al sentido de nuestra vida.
Por eso, cuando llegan circunstancias como la propagación del coronavirus es bueno pensar un poco en qué estamos haciendo con nuestras vidas. Pensar si de verdad somos felices o nos estamos conformando con lo más rudimentario. Reflexionar sobre el sentido de lo que ocurre en el mundo y a nuestro alrededor. Porque todo tiene un sentido que es preciso descubrir. Y un motivo.
No somos producto del azar ni somos sólo genomas o un variopinto muestrario de células mortales. Somos más porque somos hombres. Y somos hombres porque tenemos alma. ¿Qué esperamos para sacar conclusiones, y dejar de tener miedo? La vacuna universal la tenemos a nuestro alcance.

Buenas Noches.

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