martes, 11 de febrero de 2020

Hacer lo mejor que podamos.

“La imparcialidad es un nombre pomposo para la indiferencia, que es un nombre elegante para la ignorancia.” (G. K. Chesterton)


Otro día que nos abandona, nos espera una noche para descansar y así estar en buenas condiciones para cuando nos toque enfrentarnos al miércoles, pero antes no estaría de más que repasáramos cómo nos ha ido este martes que nos deja.
El día que se nos acaba ya lo podemos considerar como pasado, pero un pasado que es el que en buena medida a dado como resultado esté presente, el día que termina es útil aún en la medida que nos muestra el presente y nos indica el futuro, en la medida en que deja de ser pasado y se convierte en un aliciente para el presente y no en una ineficaz añoranza.
Algunas noches al hacer el repaso de cómo nos ha ido el día nos parece que la vida es igual que una carrera de obstáculos, que hay una serie de problemas ante nosotros, cada día, y que se trata de irlos superando. En parte es verdad, pero no podemos agobiarnos con lo que nos deparará el mañana, pues el mucho mirar los obstáculos del mañana, el obsesionarse por lo que está aún lejos, puede hacer que caigamos en el obstáculo que tenemos delante, el único que existe y en el que nos hemos de fijar, para no caer: sólo existe el “aquí y ahora”, el presente, y hemos de aprovechar la memoria del pasado como experiencia, y la previsión del futuro como deseo o esperanza.
Una de las causas de inquietud que tenemos en nuestro mundo es ésta: que la vida es ir solucionando problemas, a veces agobiantes porque no está en nuestra mano el resolverlos, ir con la lengua fuera corriendo hacia una paz que nunca se alcanza... En realidad, no es ésta la finalidad de nuestra vida, sino ver en lo de cada día una oportunidad para desarrollar nuestra vocación de ser cada vez mejores personas.
No podemos perdernos en amarguras de pasados y miedos del futuro. La vida es un regalo continuo, y hay que vivirla en presente, disfrutarla. Pero esto es duro para quien se deja llevar por dos peligros o tentaciones, el remordimiento del pasado y el miedo por el futuro. El pasado, con sus remordimientos de "hubieras debido actuar de manera distinta a como actuaste, hubieras debido decir otra cosa de lo que dijiste"; pero aún peor que nuestras culpas son nuestras preocupaciones por el futuro, esos miedos que llenan nuestra vida de "¿qué pasaría si?"... "¿y si perdiera mi trabajo?, ¿y si mi padre muriera?, ¿y si faltara dinero? ¿y si la economía se hundiera? ¿y si estallara una guerra?"... Son los "si" que junto con los "hubiera debido" perturban nuestra vida, ellos son los que nos tienen atados a un pasado inalterable y hacen que un futuro impredecible nos arrastre. Pero la vida real tiene lugar aquí y ahora.
No existe ni el pasado (queda sólo en la memoria, es la experiencia de la vida) ni el futuro (que forjaremos con lo de ahora), sólo existe una realidad, la presente, y ésta es la que hemos de afrontar.
El “stress” tan abundante hoy en día no viene con el exceso de trabajo, sino con el estado psicológico de agobio ante el trabajo: es decir no es causado por tener muchas cosas que hacer sino por la sensación subjetiva de no llegar: lo que agobian son las cosas “pendientes”. Pienso que algunas personas, más bien perfeccionistas, tienden a esta “saturación”... una búsqueda de la perfección enfermiza, que genera inquietud; un compararse con los demás, hacer siempre más...
Más bien deberíamos pensar que no importa ser perfecto, que la vida no es un circo en el que hay que hacer el “¡más difícil todavía!” sino que se trata de hacer las cosas lo mejor que podamos. No competir con los demás, en la búsqueda del éxito, sino sacar lo mejor de nosotros mismos. Hacer lo mejor que podamos con esto que traigo entre manos, sabiendo que “lo mejor es enemigo de lo bueno”.

Buenas Noches.

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