“La imparcialidad es un nombre pomposo para la
indiferencia, que es un nombre elegante para la ignorancia.” (G. K. Chesterton)
Ayer
no pudo ser, el sueño y el cansancio no me permitieron dar las “Buenas Noches”,
aunque también fue una buena noche. Dormida de un “tiron” como debe ser.
Hoy
estoy más descansado y voy aprovechar para volver sobre el tema del
coronavirus, pues al menos en el circulo en el que me suelo mover es un tema
del que hablamos bastante estos días.
Todos,
parece ser que sabemos que nada tiene que ver el problema sanitario que estamos
pasando ni con la “peste de 1348”
ni la del siglo XVII, ni con el cólera, ni la fiebre amarilla e incluso con la
rabia o la lepra que tantas muertes ocasionó.
Es
verdad que este pequeño virus está causando muchas preocupaciones pero pocas
razones para una auténtica emergencia, nos está mostrando más el estado de
salud emocional de nuestra sociedad que el físico o el sanitario, porque basta
con algo tan pequeño y maligno que afecte al ser humano en un pueblo de China
para esclavizar a los gobiernos y economías del mundo.
Nos
deberíamos de preguntar cómo puede suceder que en nuestros días un fenómeno de
tal alcance se produzca por un hecho que en su conjunto no resulta demasiado
relevante. Una respuesta podría ser la confianza, en el fondo no nos fiamos del
todo de nuestras instituciones, llegamos a pensar que debe haber un plan para
engañarnos y conseguir oscuros objetivos mediante esta nueva enfermedad.
Vemos
que existe una decadencia moral en los poderes que gobiernan el mundo y esto no
nos deja más libres ni más tranquilos al identificar el problema, sino que nos hace
sentir más solos y más enfadados. Esta extraña soledad, la vemos en el fondo de
toda esta generación y no nace de quién
sabe qué consideraciones filosóficas o psicoanalíticas, sino que es la
consecuencia directa de un vacío afectivo que nos hace dudar de que la vida sea
un bien.
No sé cuántos jóvenes y adultos compartirían en su
totalidad la afirmación de que haber nacido es algo hermoso, un regalo precioso
del que alegrarse, un don que nos han hecho por nuestro bien. En todas las conversaciones
que mantengo sobre este tema siempre prevalece la idea de que el hombre tiene
un problema, que su vida es un hecho desafortunado y que, en el fondo, nadie existe
en el mundo para un objetivo positivo, por un destino bueno.
Me da la impresión muchas veces que hemos perdido el espíritu
de la fraternidad, que nos encontramos solos y desconfiados. No nos sirve ya que
nos digan continuamente en los medios de comunicación que estamos todos conectados.
Hace unas décadas aprendíamos lo que era la fraternidad dentro de nuestra
familia, dentro de las distintas experiencias familiares y donde nuestros
padres eran la guía que seguíamos.
Ahora, la fraternidad que se aprende vemos que salta por
los aires al primer virus que aparece, al primer Brexit o al primer problema
social que surja y del que nos tengamos de ocupar.
En fin, la cuestión es que solucionaremos el problema del
coronavirus, pero siempre estaremos enfermos de un mal mortal que nos esta destruyendo
por dentro y que pone en duda que el otro sea un bien para mí. Y entonces
saltan por los aires todo lo que de alguna forma nos une, matrimonios, empresas,
obras, comunidades…, en una actividad terrible que apoya sin darse cuenta la
mala fe y los intereses creados. Como si no existiera otra cosa, como si nadie
nos hubiera prometido atendernos y guiarnos.
Buenas Noches.
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