lunes, 3 de febrero de 2020

El proyecto diario es el más importante

“La imparcialidad es un nombre pomposo para la indiferencia, que es un nombre elegante para la ignorancia.” (G. K. Chesterton)


Como los lunes es día de descanso en el entrenamiento para la maratón de Boston, he aprovechado la mañana para probar los arreglos que le he hecho a la bicicleta que voy a utilizar en el viaje de esta próxima primavera-verano. Lo que me ha llevado a pasarme la tarde haciendo retoques, he ajustado el plato de en medio, he cambiado de lugar los soportes extras que había colocado al porta paquetes trasero y he bajado el delantero 10 centímetros para ver si con el centro de gravedad más bajo es más manejable. Ya veremos mañana como va. 
Estos primeros meses del año los estoy aprovechando para preparar y prepararme para intentar que los proyectos que tengo en marcha puedan tener alguna posibilidad de realizarse.
En esta época creemos que la vida humana es un proyecto y que siempre tenemos que tener alguno en marcha. Pero esta idea de que la vida es un viaje es muy antigua. Sin embargo, tener un proyecto incluye la anticipación, una visión de futuro; tal vez su manifestación más antigua e ilustre sea la de Aristóteles cuando ve a los hombres «como arqueros que tienen un blanco».
Si queremos mirar al futuro y ver como puede ser nuestra vida no hay duda que tenemos que poner en el primer plano la imaginación. Cada vez resulta más evidente el carácter imaginativo del hombre, y esto quiere decir que ve la realidad a través de su imagen de futuro. El hombre es siempre individual, único, irreductible; es cierto que va dentro de su país y su generación, pero cada uno proyecta e intenta realizar su vida, y ahí reside el fundamento de la estructura proyectiva de toda sociedad.
Hay ciertamente un proyecto vital, más o menos claro y articulado, que se va descubriendo a lo largo de la vida, que se articula en diversas trayectorias cuyo destino es muy variado; pero hay algo más, que se suele pasar por alto: siempre me ha interesado que la unidad temporal decisiva, incluida en todas las demás, es el día, la alternancia del doble papel del Sol en nuestra Tierra: día y noche, luz y oscuridad. Es cierto que la electricidad ha atenuado las diferencias, ha hecho que la iluminación penetre en la oscuridad y la venza en alguna medida; pero qué son dos siglos de electricidad en la larga historia de la humanidad; apenas es nada.
Anochecer y amanecer: ésa es la forma elemental de nuestra vida. Y esto quiere decir que «empieza» cada día, una vez y otra, y «termina», aunque sea provisionalmente, cuando llega la hora del sueño, y aunque a veces el sueño no llegue. Se renueva siete veces por semana, treinta cada mes. Trescientas sesenta y cinco al año, la condición proyectiva, inseparable del hombre.
Si estamos vivos, nos despertamos a un programa, a un proyecto, a una expectativa que puede y debe ser una esperanza. Se despierta, no lo olvidemos, con un determinado temperamento: a la alegría o a la tristeza, a la ilusión o la mortecina desgana, a la expectativa de azares inseguros, a diversos deseos o temores.
Ésta es la realidad elemental de nuestras vidas, que tiene muy diversos grados de intensidad, y en ello reside lo que va a ser la intensidad real de cada una de nuestras vidas, su grado de realidad. De esa expectativa de cada mañana, de esa anticipación imaginativa de la jornada que empieza, de lo que se espera de ella, depende lo que va a ser el conjunto.
El proyecto cotidiano es el más importante, la clave de todos los demás. Temo que apenas se piense en él, que no se lo tenga en cuenta. En él consiste la riqueza de la vida, su calidad, ya que se compone de esas unidades regidas por la luz y la sombra, por las exigencias de nuestro organismo y no menos por los usos sociales.
La vida se interrumpe miles de veces. Se interrumpe pero se reanuda: es una continuidad articulada. La articulación no rompe la continuidad, como los pasos no estorban a la progresión de la marcha. Se vive por pasos contados.
Al despertar mañana nos incorporaremos para continuar con nuestra vida; ante todo, por supuesto, la más propia, la personal, pero no sólo. Nos encontramos a un cierto nivel, el de nuestra edad, a una determinada altura de la vida, y esto es decisivo. Con toda ella por delante, aunque la muerte pueda sobrevenir en cualquier momento, y lo sepamos, pero contamos con que no será así; o en medio de ella, con un pasado a la espalda y un porvenir abierto e indefinido; o en su final, con la impresión de que no queda mucho, pero tal vez algo más; y siempre, sobre todo en esta fase final, la expectativa del horizonte futuro, siempre el proyecto.
Y encontramos la realidad a la que pertenecemos, el «nosotros» colectivo que es nuestro, nos incorporamos a un proyecto que nos trasciende y en el que algo tenemos que hacer y decir. Ésta es la situación real. Que muchos hombres no reparen en ella, que desatiendan su contenido, que prescindan de algunas de sus porciones o dimensiones, sólo quiere decir que viven precariamente, que no toman posesión de esa realidad que les es dada con tareas como quehacer. Y el núcleo fundamental, del que depende todo lo demás, la intensidad y la calidad de vida, es el mínimo proyecto cotidiano, entre el despertar y el balance al volverse hacia el sueño.

Buenas Noches.

No hay comentarios: