“La imparcialidad es un nombre pomposo para la
indiferencia, que es un nombre elegante para la ignorancia.” (G. K. Chesterton)
Como los lunes es día de
descanso en el entrenamiento para la maratón de Boston, he aprovechado la
mañana para probar los arreglos que le he hecho a la bicicleta que voy a utilizar
en el viaje de esta próxima primavera-verano. Lo que me ha llevado a pasarme la
tarde haciendo retoques, he ajustado el plato de en medio, he cambiado de lugar
los soportes extras que había colocado al porta paquetes trasero y he bajado el
delantero 10
centímetros para ver si con el centro de gravedad más
bajo es más manejable. Ya veremos mañana como va.
Estos primeros meses del año los
estoy aprovechando para preparar y prepararme para intentar que los proyectos
que tengo en marcha puedan tener alguna posibilidad de realizarse.
En esta época creemos que la vida
humana es un proyecto y que siempre tenemos que tener alguno en marcha. Pero
esta idea de que la vida es un viaje es muy antigua. Sin embargo, tener un proyecto
incluye la anticipación, una visión de futuro; tal vez su manifestación más
antigua e ilustre sea la de Aristóteles cuando ve a los hombres «como arqueros
que tienen un blanco».
Si queremos mirar al futuro y
ver como puede ser nuestra vida no hay duda que tenemos que poner en el primer
plano la imaginación. Cada vez resulta más evidente el carácter imaginativo del
hombre, y esto quiere decir que ve la realidad a través de su imagen de futuro.
El hombre es siempre individual, único, irreductible; es cierto que va dentro
de su país y su generación, pero cada uno proyecta e intenta realizar su vida,
y ahí reside el fundamento de la estructura proyectiva de toda sociedad.
Hay ciertamente un proyecto
vital, más o menos claro y articulado, que se va descubriendo a lo largo de la
vida, que se articula en diversas trayectorias cuyo destino es muy variado;
pero hay algo más, que se suele pasar por alto: siempre me ha interesado que la
unidad temporal decisiva, incluida en todas las demás, es el día, la
alternancia del doble papel del Sol en nuestra Tierra: día y noche, luz y
oscuridad. Es cierto que la electricidad ha atenuado las diferencias, ha hecho
que la iluminación penetre en la oscuridad y la venza en alguna medida; pero
qué son dos siglos de electricidad en la larga historia de la humanidad; apenas
es nada.
Anochecer y amanecer: ésa es la
forma elemental de nuestra vida. Y esto quiere decir que «empieza» cada día,
una vez y otra, y «termina», aunque sea provisionalmente, cuando llega la hora
del sueño, y aunque a veces el sueño no llegue. Se renueva siete veces por
semana, treinta cada mes. Trescientas sesenta y cinco al año, la condición
proyectiva, inseparable del hombre.
Si estamos vivos, nos
despertamos a un programa, a un proyecto, a una expectativa que puede y debe
ser una esperanza. Se despierta, no lo olvidemos, con un determinado temperamento:
a la alegría o a la tristeza, a la ilusión o la mortecina desgana, a la
expectativa de azares inseguros, a diversos deseos o temores.
Ésta es la realidad elemental
de nuestras vidas, que tiene muy diversos grados de intensidad, y en ello
reside lo que va a ser la intensidad real de cada una de nuestras vidas, su
grado de realidad. De esa expectativa de cada mañana, de esa anticipación
imaginativa de la jornada que empieza, de lo que se espera de ella, depende lo
que va a ser el conjunto.
El proyecto cotidiano es el más
importante, la clave de todos los demás. Temo que apenas se piense en él, que
no se lo tenga en cuenta. En él consiste la riqueza de la vida, su calidad, ya
que se compone de esas unidades regidas por la luz y la sombra, por las
exigencias de nuestro organismo y no menos por los usos sociales.
La vida se interrumpe miles de
veces. Se interrumpe pero se reanuda: es una continuidad articulada. La
articulación no rompe la continuidad, como los pasos no estorban a la
progresión de la marcha. Se vive por pasos contados.
Al despertar mañana nos
incorporaremos para continuar con nuestra vida; ante todo, por supuesto, la más
propia, la personal, pero no sólo. Nos encontramos a un cierto nivel, el de
nuestra edad, a una determinada altura de la vida, y esto es decisivo. Con toda
ella por delante, aunque la muerte pueda sobrevenir en cualquier momento, y lo
sepamos, pero contamos con que no será así; o en medio de ella, con un pasado a
la espalda y un porvenir abierto e indefinido; o en su final, con la impresión
de que no queda mucho, pero tal vez algo más; y siempre, sobre todo en esta
fase final, la expectativa del horizonte futuro, siempre el proyecto.
Y encontramos la realidad a la
que pertenecemos, el «nosotros» colectivo que es nuestro, nos incorporamos a un
proyecto que nos trasciende y en el que algo tenemos que hacer y decir. Ésta es
la situación real. Que muchos hombres no reparen en ella, que desatiendan su
contenido, que prescindan de algunas de sus porciones o dimensiones, sólo
quiere decir que viven precariamente, que no toman posesión de esa realidad que
les es dada con tareas como quehacer. Y el núcleo fundamental, del que depende
todo lo demás, la intensidad y la calidad de vida, es el mínimo proyecto
cotidiano, entre el despertar y el balance al volverse hacia el sueño.
Buenas Noches.
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