miércoles, 5 de febrero de 2020

No se debe tolerar la mentira.

“La imparcialidad es un nombre pomposo para la indiferencia, que es un nombre elegante para la ignorancia.” (G. K. Chesterton)


Hoy hemos celebrado a santa Agueda y todo parece indicar que la pequeña primavera de los últimos días se ha marchado, las temperaturas han bajado y todo indica que mañana continuarán bajas, menos mal que el sol nos saldrá a las  08:02 horas y paliara un poco el ambiente.
Me parece observar la gran simpatía que se tiene en los medios de comunicación por la polémica. Estoy viendo que el que se dedica a ella, por lo general no tiene nada importante que decir, prefiere discutir a pensar y contar, con moderación y justificación, lo que ha visto.
Si no fijamos nos daremos cuenta que las polémicas rara vez contribuyen a aclarar las cosas, y mucho menos a llegar a un acuerdo. Lo normal es que se encastillen en sus ideas y ni siquiera abran su mente al otro punto de vista.
Por todo esto, en nuestras relaciones y como no en la política, me gustaría ver que las disputas se reducen al mínimo o se evitan simplemente. Yo prefiero aplicar el esfuerzo a madurar lo que se piensa y exponerlo con el mayor rigor posible y con la claridad que lo haga inteligible y acaso aceptable. Pero también quiero decir que me parece necesario corregir y rectificar el error, dejar las cosas en su lugar, en suma, volver a algo tan despreciado y tan indispensable: la verdad. Especialmente, cuando el error es voluntario, cuando significa la distorsión de la realidad, su omisión u ocultación, su suplantación por otra cosa: es decir, la mentira.
La mentira en manos de los políticos corrompe la vida de un país, en todas sus dimensiones. Con la mentira no se puede fundar nada. Si repasamos un poco la historia nos encontraremos que muchos de los desastres de todo orden que han sobrevenido a un país cualquiera, en su mayoría han sido consecuencias de mentiras que se han aceptado y se han dejado circular.
Esto quiere decir que la mentira no sólo es antipática y repulsiva, sino extremadamente peligrosa. No se debe tolerar, porque compromete todas las posibilidades y perturba la convivencia. Pero hay que rehuir la tentación de la polémica; a la inmensa mayoría de las cosas que se dicen no hay por qué contestar. Si se trata de opiniones o valoraciones, la discusión no lleva a nada. Las injustificadas caerán por su propio peso, y sólo se sostendrán si se las combate y contradice; viven precisamente de eso, de ser aireadas, repetidas, discutidas. La polémica les da la realidad que no tienen; como suele pasar con los "famosos", lo son porque se habla de ellos, no es que se hable de ellos por lo que son o hacen.
Creo que una norma de conducta indispensable es descubrir las mentiras y mostrar que lo son. Y añadiría: "y nada más". Hay que evitar hacerles la "respiración artificial" de la polémica. Cuando un político, un historiador, un crítico, un autor o difusor de estadísticas, falta a la verdad, hay que hacerlo constar y no seguir hablando de ello.
Claro que la mentira tiene una defensa: fingir que no se entera de lo que la destruye. Y, como suele disponer de bastante poder, oculta el hecho de que se la ha invalidado y descubierto. Lo malo, lo inquietante y peligroso, es que son pocos los que se atreven a decir lo que saben y piensan, concretamente que algo es paladinamente falso.
Me parece que los españoles estamos desmoralizados. No reaccionamos frente a lo que nos repugna; ni siquiera nos atrevemos a reconocer que nos repugna, cuando se nos presenta desde instancias oficiales, institucionales, o desde poderosos medios de comunicación. Es poco frecuente atreverse a discrepar de lo que "se dice". Esto me lleva a pensar que el problema más acuciante es primariamente personal. En cierta medida político y social, pero con una raíz personal, incluso íntima, que es la condición de que los cambios políticos y sociales puedan ser fecundos.
El amplio abanico de problemas que se extienden ante nuestra mirada dependen, para su posible solución, de la decisión de los españoles de no aceptar, tolerar, menos aún adoptar la mentira.

Buenas Noches.

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